Informe IV AricaDoc (1): Marta Andreu. El mensaje de una creyente
En enero pasado, el Festival Internacional de Cine Documental de Arica, que se desarrolló en formato virtual, tomó la acertada decisión de invitar a la cineasta española Marta Andreu a dar la charla inaugural del evento y un seminario de tres jornadas: "Paisaje Memoria Retrato". El perfil de Andreu no es exactamente el de una documentalista, sino la de una especie de consultora que trabaja colectiva y globalmente, ha trabajado en festivales de Europa y América Latina, además de haber fundado más de una residencia para explorar guiones documentales.
Durante mayo del 2011 pude dedicarme durante una semana completa a asistir al festival de documentales, FIDOCS número 15. Vi tantas películas como pude. Recuerdo haber estado por un momento en estado de perplejidad a la salida de un visionado, me estaba quitando de encima el prejuicio de que los documentales eran una especie de texto notarial filmado. Poco a poco me sentí realizando el gesto que la organización había elegido para darle un sentido a la programación: “Abre los ojos”, frase inscrita para apelar a los espectadores que asistíamos a ver estas películas, y que me enseñaron a comprender lo documental y la ficción como tácticas de un mismo juego. Abrir los ojos no era sólo un slogan, sino una forma definida para transmitir y propagar un movimiento que fue corporal, verbal e imaginario. Una bella coordinación entre el equipo del festival, las películas y la audiencia.
En enero pasado, el Festival Internacional de Cine Documental de Arica, que se desarrolló en formato virtual, tomó la acertada decisión de invitar a la cineasta española Marta Andreu a dar la charla inaugural del evento y un seminario de tres jornadas: "Paisaje Memoria Retrato". El perfil de Andreu no es exactamente el de una documentalista, sino la de una especie de consultora que trabaja colectiva y globalmente, ha trabajado en festivales de Europa y América Latina, además de haber fundado más de una residencia para explorar guiones documentales. Su última aventura es Walden, casa donde la directora Carolina Moscoso tuvo la oportunidad de desarrollar su filme Visión nocturna (2019).
De las instancias en AricaDoc grabé la frase “volver a creer en las imágenes”, la cual Andreu pronunció en sintonía con la experiencia contemporánea de vivir en ambientes saturados de imágenes que no dejan ver un horizonte y con el hecho de necesitar una colección de imágenes que nos ayuden a tener una idea edificante del mundo y del futuro. De tal manera, su discurso acepta la imagen, no como reproducción de lo real, sino como un lugar donde es posible revalorizarla mediante distintas estrategias de producción documental que la conferencista comparó con ritos para hacer visible lo invisible y producir imágenes cruciales que sobrevivan nuestra existencia.
Desde una perspectiva individual asistir a un festival de cine se asemeja a la experiencia de visitar una biblioteca, donde la sensación de extrañamiento entre nombres de autores y títulos puede verse mermada ante la facilitación de una conexión con las formas que están contenidas en los objetos en exhibición, en este caso, documentales. En este sentido, cuando se devela la relación entre la producción fílmica y los temas argumentales, los espectadores podemos entender que este tipo de festival no se trata de actualizarnos simplemente con los últimos estrenos europeos, sino de mostrarnos otras maneras de hacer las cosas, donde gente común, incluso la que filma, da a conocer sus problemas cotidianos, mientras que, al otro lado de la pantalla, los espectadores podemos empatizar con esas maneras de vivir. Comunicar esto es hacer un puente entre audiencia y festival.
En su reciente charla, Andreu analizó sólo dos películas de la programación del festival, Victoria (Bélgica, EE.UU., 2020), realizada por las cineastas belgas, Sofie Benoot, Liesbeth de Ceulaer e Isabelle Tollenaere, y El último otoño (Islandia, 2019), de Irsa Roca Fannberg. Ambas muestran retratos en transición, "transrretratos" los llamó. La primera muestra al joven Lashay T. Warren en una situación de tensión con el espacio que lo rodea, un pueblo fantasma del desierto californiano al que llegó para comenzar una nueva vida, mientras que, en la segunda, es el peso del tiempo lo que se impone en la subjetividad de un campesino islandés, que, como consecuencia, decide sacrificar a todas sus queridas ovejas. Andreu entregó las claves para comprender la relación entre estas cineastas, sus personajes y los entornos donde filman, al mismo tiempo que ella misma compartió cambios de su vida íntima que dieron más sentido a la idea de que el movimiento está en todas partes.
La situación actual de los festivales implica desapariciones, por ejemplo, de la materialidad de las gráficas impresas y de la tensión de un salón lleno antes de un discurso o actividad presencial. Ahora, en cambio, nos conectamos en línea para acceder a los visionados y a las videollamadas, y todavía podemos acceder con facilidad a los flujos de información que quedaron registrados en la web. La virtualidad de los festivales probablemente seguirá existiendo y los espectadores tendremos que habituarnos a un modo dual de interacción, y por lo mismo, la figura del mediador o mediadora, del maestro o maestra de ceremonias, es importante para acortar las distancias entre ambos tipos de audiencias y la organización.
Este año fue la primera vez que asistí a AricaDoc, y si bien me faltó mucho por ver, pude conectar con la sensibilidad del festival que Andreu expuso, combinándola a un riquísimo marco teórico y relato en primera persona. En sus conferencias logró traspasarnos una cartografía de contenidos en torno a la producción creativa, referentes multimediáticos que fue examinando del cine, la pintura, la teoría, la ciencia, la música y la poesía. De esta manera, la cuestión ¿cómo hacemos para volver a confiar en las imágenes? queda instalada, a mi parecer, como un eco que seguirá resonando en espacios de reflexión cinematográfica.