Informe AntofaCine 2018: La transición de la casi ficción

Los límites entre la ficción y el documental son parte de una discusión que reflota cada cierto tiempo, incluso desde el ámbito más cinéfilo se suele separarlos en diferentes secciones o competencias. Cannes es un ejemplo, donde no se admiten documentales en su competencia oficial desde hace 14 años (exceptuando los híbridos experimentales de Godard). Las docuficciones han ayudado mucho en el quiebre de las convenciones que suelen diferenciar a ambos grupos, una lucha que se contrapone con los preceptos de la escena mainstream que suele darle al documental una estructura cuadrada e informativa. Basta ver buena parte de los documentales -sin discutir su calidad- que se programan en Netflix, cuya noción de documental es poco flexible, los que pueden distorsionar la idea del espectador ocasional.

Los festivales se han ido flexibilizando de forma de lograr que los documentales e híbridos sean incluidos en sus competencias principales, lo cual no quita la importancia de eventos especializados en documentales, los cuales merecen a la vez un espacio único dada su naturaleza y una visibilidad extra. Uno de esos festivales fue ANTOFADOCS, el cual nació con una vocación centrada en la no-ficción, pero que con el tiempo se ha visto empujado a incluir ficción en su programación, dado que se ha convertido en el único festival de la ciudad. Esto originó el cambio de nombre en esta edición hacia ANTOFACINE, cuya competencia principal demuestra que hay un lugar para todo espécimen, desde el maravilloso hibrido experimental que es Drift, la docuentrevista Lembro mais dos corvos (que finalmente ganaría la competencia), la polémica ficción argentina Rojo o la investigación con aires de thriller que es Mudar la piel.

Al hablar de la Competencia Internacional es inevitable partir con Drift, que se convirtió en la gran película del festival. La claustrofobia es una de las principales características de los cortos de Helena Wittmann, donde se siente una herencia del cine de Chantal Akerman y Angela Schanelec, a través de la representación de espacios reducidos en los cuales su cámara va girando, ya sea para simular la naturaleza, el mar Mediterráneo o la soledad de una ventana. Por eso llama la atención que la directora alemana haya concentrado su ópera prima en un espacio tan infinito como es el mar. En Drift la poesía está concentrada en las variaciones del movimiento del mar cuya superficie puede asemejarse a la piel humana, con diferentes movimientos superficiales de acuerdo con el estado de animo del ente. Hay una clara división entre las dos dimensiones que toca Wittmann en su film. Por un lado, la pareja de mujeres protagonistas, quienes van recorriendo y mimetizándose en Hamburgo a través de sus costas o sus calles, mediante sus diálogos y planes se define una separación inevitable y al mar como único escape para superar un alejamiento que va destrozando a ambas protagonistas. Por otro lado, está la representación del mar, en un larga composición de planos donde se puede ver y oírlo en sus diferentes facetas. Los matices que logra conseguir Wittmann en medio del océano y un punto alejado de cualquier atisbo de tierra, define a esa masa de agua como un ente de infinitas gradaciones, un plano superficial que va cambiando sus coordenadas a partir de un movimiento continuo. La resignación mueve a la mujer hacia el corazón mismo de ese cuerpo infinito de agua, donde hay un leve destello de paz que le permitirá continuar con su vida.

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Las expectativas venían con la película chilena Tarde para morir joven, de Dominga Sotomayor, una maquina de recoger premios que no ha parado desde Locarno. Es posible notar como Sotomayor va depurando y definiendo cada vez más un estilo basado en la estimulación de los sentidos y de una estrecha relación con su entorno. Ya sea el desierto de su ópera prima De jueves a domingo (2012) o los bosques en las afueras de Santiago en su última película, esa relación de descubrimiento con el entorno está definida por cierta inocencia frente a lo nuevo, lo cual explica el porqué sus personajes infantiles suelen ser la verdadera atracción de sus películas, mientras que los adultos suelen sentirse un poco artificiales y grises en medio de la ebullición y curiosidad de sus niños y adolescentes.

La ganadora de la competencia, Lembro mais dos corvos de Gustavo Vinagre, apela a la austeridad a la hora de presentar a su personaje, Julia Katharine, una actriz transexual cuya autobiografía se ve condimenta por su capacidad cinéfila de relacionar los eventos de su vida con el cine de los grandes autores. Las anécdotas que podrían tender hacia el morbo se transforman en un relato de un continuo cambio, donde la actriz se come totalmente la película y las preguntas del director (que nunca veremos) denotan complicidad y son una excusa para gatillar los recuerdos de Julia, quien transforma sus desventuras e inseguridades en una fuente de esperanza. Esto se refleja en un maravilloso ultimo plano, en el cual ella toma el control total de la película, por medio de la cámara que va filmando el amanecer de Sao Paulo a través de las rejas de la ventana de una manera sencilla y bella.

El premio en la competencia de Nuevos Lenguajes deja una extraña sensación, ya que El silencio es un cuerpo que cae, de Agustina Comedi, es un maravilloso ejercicio de autorreflexión sobre la homosexualidad del padre de la directora a partir de material filmado en los años '70 y cuyo montaje genera una emotividad que demuestra el fuerte lazo entre padre e hija en una época compleja en Argentina. La extrañeza viene a partir de su comparación con otras películas de la sección cuyos riesgos son mucho más altos a la hora de su construcción y que responderían mejor al concepto de Nuevos Lenguajes.

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El caso de Star Ferry, es posiblemente el caso más alienígena, en la cual el hongkonés Simon Liu redescubre la relación entre la luz y lo urbano, a través de una superposición de imágenes en medio del silencio más absoluto. Un montaje que genera un vértigo frente a la sensación de velocidad con la cual se mueven las ciudades asiáticas, etnográfica y visualmente.  Un riego diferente es el que corre María Cañas con su mediometraje La cosa vuestra, con un cine de apropiación que se ha convertido en su marca personal. El humor de sus filmes se construye a partir de videos virales que recogen el estilo visual y narrativo de las redes sociales y que ataca a todos los tópicos de las fiestas de San Fermín a través de un montaje que muestra cierto absurdo que aún habita en la sociedad española. Otra directora con un estilo único es Jodie Mack, quien ha desarrollado una filmografía en base a la animación de texturas y objetos, logrando un discurso sobre los colores y su movimiento. Con The Grand Bizarre (un pequeño guiño al Gran Bazar, el famoso mercado en Estambul) eso es llevado al limite, esta vez en forma de largometraje, ya que Mack habia construido una sólida carrera con cortometrajes donde los telares y las texturas se convertían en objetos vivientes. Mack parece crear colores y patrones que se repiten, los cuales se deforman y transforman en una orgía geométrica, donde las funciones matemáticas que definen los límites de los telares parecen variar en función del tiempo. El cine de Mack ha dinamitado el stop-motion y lo ha llevado a una síntesis del mundo, donde todo puede ser definido a través del color, la forma y la textura.

No es posible terminar este balance sin destacar la sólida selección de cortometrajes en competencia, donde Una luna de hierro y Las fuerzas coronaron un gran año para Chile y Argentina. La primera dirigida por Francisco Rodríguez (que venía de haber ganado Valdivia), una mirada al fin del mundo donde todo tiene un tono apocalíptico, desde los paisajes baldíos de Puerto Hambre, hasta la trágica historia de los marinos chinos en el estrecho de Magallanes. Mientras que en la segunda, de Paola Buontempo, hay una extraña síntesis de la elegancia propia de la equitación, que se va cruzando con cierta precariedad del ambiente en el cual se mueven los jockeys argentinos al borde de la adolescencia. Finalmente, también son destacables Veslemøy’s Song, de Sofia Bohdanowicz, una búsqueda del legado de la directora y de la fragilidad del arte con el paso del tiempo, y Bonobo, de Zoe Aeschbacher, una digna heredera suiza del legado de Pulp Fiction y sus conexiones en tiempo real de múltiples situaciones esperando por estallar.

ANTOFACINE deja la sensación de un festival que puede cambiar ciertos objetivos sin cambiar su esencia, además de la continua lucha por alcanzar un equilibrio entre el riesgo, las pequeñas películas que merecen visibilidad, los “greatest hits” festivaleros y la atracción del publico. Un largo camino que va renovándose año a año en un festival cuyo eclecticismo le ha llevado a consolidarse en el norte del país.

 

Top 6

 

  1. Drift de Helena Wittmann (Alemania, 98')
  2. Star Ferry de Simon Liu (Hong Kong, 8')
  3. Una luna de hierro de Francisco Rodríguez (Chile, 28')
  4. Rojo de Benjamín Naishtat  (Argentina, 109')
  5. La cosa vuestra de María Cañas (España, 40')
  6. Tarde para morir joven de Dominga Sotomayor (Chile, 110')