Informe 51 Visions du réel (1): Identificaciones imaginarias

En días extraños y aislados, no deja de ser una buena noticia la decisión de algunos festivales de presentarse vía streaming, encontrando alguna salida para que estos sean realizados. Sin duda el Coronavirus, tal como hemos ido discutiendo en este mismo blog, afectará a los festivales y a los modos de acceder a los filmes. Por ahora miremos uno de los pocos lados positivos: la accesibilidad y las nuevas estrategias para mantenerse a flote. Un feliz aviso vino dado por el festival suizo Visions du réel, sin duda uno de los festivales de no-ficción más relevantes a nivel internacional. Pudimos, así, ver por streaming varias películas que destilan el criterio de la no-ficción como un terreno amplio de exploración y experimentación.

En días extraños y aislados, no deja de ser una buena noticia la decisión de algunos festivales de presentarse en formato streaming, encontrando alguna salida para que estos sean realizados. Sin duda el Coronavirus, tal como hemos ido discutiendo en este mismo blog, afectará a los festivales y a los modos de acceder a los filmes, de forma definitiva y posiblemente irreversible. Por ahora miremos uno de los pocos lados positivos: la accesibilidad y las nuevas estrategias para mantenerse a flote. Un ejemplo de ellos vino dado por BAZOFI, desarrollado on-line desde un streamer de youtube. Festival “termita”, se las ingenió para desarrollar una estrategia fugaz y militante para encontrarse con su público. Otro feliz aviso vino dado por el festival suizo Visions du réel, sin duda uno de los festivales de no-ficción más relevantes a nivel internacional, al cual podía accederse vía funciones streaming de forma gratuita (pero con foro limitado). Pudimos, así, ver varias películas que destilan el criterio de la no-ficción como un terreno amplio de exploración y experimentación.

A decir verdad, el completo programa de Visions, dejando aparte sus secciones retrospectivas (este año dedicadas a Petra Costa, Peter Mettler y Claire Denis), está dividido en varias competencias centrales, entre ellas las una de las más importantes: la competencia internacional de largometrajes, destinada a documentales de mayor nivel de producción y estándar, de algún modo más clásico pero también de mayor vocación social. Es el caso de la película ganadora Punta Sacra, retrato de una comunidad de habitantes en un distrito marginal cerca de Roma, en las orillas del mar. De sólida producción, tomas aéreas y un trabajo en terreno de varios meses; su directora Francesca Mazzoleni destila oficio, cuidado y manejo de la ética en el retrato de una comunidad en lucha que busca salir de su estigmatización. Algo similar al mexicano Fuera de camino, también dentro de los premiados, el cual es el seguimiento de un pueblo en la mitad del desierto (Baja California Sur) que una vez al año celebra una carrera de autos llamada la “Baja 100”, una carrera de autos hechizos y relativamente amateur aunque muy masiva. Dentro del seguimiento del director José Permar está el retrato individual de algunos personajes, uno de ellos preocupado por la seguridad ya que año tras año hay accidentes. A modo de reconstrucción de un rito popular, sacando jugo al paisaje y a una banda de corridos que hace algunos sketchs musicales para cámara, es un documental definitivamente de seguimiento que intercala observación y entrevista, lo mismo que Punta Sacra, cuyo punto en común es la búsqueda de dignidad de comunidades sociales y populares.

Pero uno de los “platos fuertes” de este festival es, sin duda, la competencia internacional Burning Lights, enfocada a un área más experimental o híbrida, donde ya es noticia que ganó la chilena El Otro de Francisco Bermejo.

El documental de Bermejo es un hallazgo en nuestro panorama local. En medio de un paisaje patagónico, en lo que parece ser una isla en la mitad de la nada, Bermejo sigue la vida cotidiana de un buzo que debe subsistir en este paisaje, en medio de lluvias y un entorno extremo entre rocas y mares. Un personaje en un estado profundo de soledad, que debe subsistir día a día, y en cuyos monólogos siempre está presente un “otro”, que durante gran parte del filme creemos existente. A partir de determinados desplazamientos del montaje, Bermejo transita del retrato al reflejo, de la mimesis al doble, en un registro sobre los límites de la alienación, la proyección fantasmática y la obsesiva recurrencia de la ausencia como imagen. Uno de los momentos luminosos, cinematográficamente hablando del filme, está dado por una enorme ballena varada, cuyo protagonista también engulle. Su cuerpo enorme tirado en la mitad de la nada nos recuerda, sin duda, a Melville y Moby Dick, una novela sobre estas proyecciones obsesivas en los límites de la razón y la lucidez. Con cuidadísimos y sugerentes encuadres (siempre en el juego con reflejos), en un juego asertivo de montaje que desfasa a su personaje de sí mismo, y en general un tono de densidad atmosférica, El otro es una clara muestra de un trabajo de mucho pulido y reflexión, una observación que decanta en la creación del punto de vista creativo y auténtico, de mucha densidad.

Sobre este eje -la alteridad, en definitiva- algunos documentales que pude ver logran sus puntos de mayor inspiración metafórica. La también premiada Pyrale de Roxanne Gaucherand, es una película doblada en dos. En el primer nivel, un documental sobre la invasión de polillas el año 2016 en medio de la provincia de Francia; un documental bastante clásico, con entrevistas a agricultores y científicos de la zona. En el segundo nivel, una ficción en paralelo, sobre un enamoramiento adolescente en medio de la plaga, desde una narración en primera persona femenina. En la senda de un cine francés tras las huellas de la experiencia, el contacto y la intimidad, el filme gana fuerza en el montaje entre la plaga de las polillas y el encuentro amoroso, en una especie de descubrimiento del otro. Si forzamos un poco esa metáfora, este encuentro y las tesis vinculadas al cambio climático y la forma en que esta nos obliga a pensarnos de otro modo con la plaga (una figura fuerte de alteridad), el filme aboga por una mirada comprensiva y misteriosa, tanto por el presente climático como por el encuentro amoroso. Las polillas y, así, el encuentro entre los cuerpos, nos llevan a un ensayo visual al cierre sobre estos umbrales donde la fragilidad de la piel y la especie se confunden.

Intimate Distances de Phillip Warnell, otra de la competencia, nos fuerza a ponernos en el lugar del otro, abriendo zonas de la imaginación a partir del encuentro. Aquí, centralmente, Warnell se toma de tres dispositivos. El primero, su personaje central, Martha Wollner, una directora de casting, que para el caso recorre la ciudad preguntándole cosas a extraños de la calle. Ella es una señora de unos sesenta años, y elige, por lo general, hombres de alrededor de treinta. La metodología de ella es una cercanía empática, de tono ingenuo, pero que a partir de ahí busca recabar en zonas grises y obscuras del pasado de cada uno de ellos. Una de las preguntas que repite a los personajes que encuentra en la calle es si han vivido algo que haya cambiado para siempre su vida, como si pasasen por determinado umbral en la vida social. Warnell acompaña esto de dos dispositivos más. Uno, el punto de vista de cámara, que está siempre desde algún lugar alto con un gran telezoom y sigue a su personaje emulando la televigilancia. Lo segundo es el relato de una voz off, que parece ser del propio Warnell, donde reflexiona sobre un período de su vida cuando estuvo en la cárcel y cómo cambió eso su percepción de lo social y, a su vez, la percepción social de él mismo. De a poco estos elementos se enlazan: la cámara se establece como una cartografía de la ciudad a partir de los umbrales que separan lo privado de lo público, mientras Warnell reflexiona sobre la eclosión de esos límites en tanto se está en una situación de acusación delictual: ¿qué significa cruzar el umbral de lo legal y lo aceptable en términos subjetivos? ¿Cómo se trama eso desde una perspectiva psicosocial? ¿Cómo se sobrevive en la vida cotidiana con determinadas “marcas” de estas experiencias? Todo ello Warnell lo filma de forma exploratoria, en una película sobre el encuentro, los umbrales y los límites mentales que, de pasada, es sobre la experiencia de la ciudad como trama intersubjetiva.

Cierro mi informe con el documental colombiano Como el cielo después de llover de Mercedes Gaviria. Hace algunos años me tocó asistir al Festival de Cali donde escribí con algunas dudas sobre la película La mujer del animal (2016) de Víctor Gaviria. Gaviria es un reputado director colombiano, que se ha acercado a temas de marginalidad y violencia, con bastante éxito, y que, definitivamente, ha marcado la escena cinematográfica colombiana y latinoamericana. Su hija, Mercedes, decide hacer un documental autobiográfico sobre ella y su padre, mientras hace una especie de making of de La mujer del animal. Siempre tanteando y de forma interrogativa, Mercedes Gaviria, empieza a descomponer elementos de la relación con su padre y su madre, reconstruyendo sus procesos biográficos y su construcción como género. A partir de aquí se mueve permanentemente entre la admiración, el cariño y el respeto (por un lado) y la mirada aguda y crítica de una hija a su padre. Esto llega a puerto, no sólo a partir de la mirada retrospectiva de sus propios archivos familiares, sino al momento de pensar el trabajo de su padre como cineasta. Es ahí donde se abren dudas que son centrales en el filme: ¿puede el género masculino hablar en nombre de víctimas de violencia patriarcal? ¿Da lo mismo cómo y desde dónde se representen esas escenas de violencia?

Mercedes plantea todo esto en los últimos minutos, condensando todo el filme retrospectivamente, mirando su experiencia como hija, cineasta, mujer, y como se posiciona en todos estos frentes respecto al patriarcado como estructura social. La búsqueda de un “otro cine”, invisible a los ojos del padre, se vuelve, así, una estrategia para apropiarse de un nombre, más allá de su dominio, descomponiendo esa estructura “desde dentro”. Sin rencor, sin odio, propiamente, pero con severidad y mirada crítica, Mercedes Gaviria plantea preguntas que debiesen repercutir retrospectivamente sobre las formas de representación de la violencia (de género, aunque finalmente social) en el cine latinoamericano contemporáneo.