FICV 2012 (1): Miguel, San Miguel
Se dio inicio a la 19° versión del Festival de Cine de Valdivia (y si bien las proyecciones comenzaron durante la tarde, no fue hasta las 21 hrs. que el festival comenzó oficialmente) y la película escogida para abrir el certamen fue Miguel, San Miguel, dirigida por Matías Cruz. El filme narra, desde el punto de vista del baterista Miguel Tapia, los comienzos de la banda Los Prisioneros. Sin duda ésta era una película esperada y parecía un marco perfecto abrir el festival con esta proyección, sin embargo las cualidades del filme son escasas, lo cual despertó ciertas suspicacias.
La película cuenta como Miguel Tapia y Jorge González gestan en su adolescencia lo que después sería una de las bandas más importantes de la música chilena; Los Prisioneros. La apuesta es cancina, no hay atrevimientos, ni visual ni narrativo. Es imposible ubicar de forma certera en qué año transcurre la historia, lo único más que evidente es la terrible represión militar a la que se ven sometidos los pobladores del barrio en donde vive Miguel, represión que a ratos puede resultar algo exagerada. Si bien esto sitúa a la película dentro de un contexto histórico, es un aspecto que aporta poco y nada a la narración. Hay otros hierros, como la decisión del blanco y negro, que impregna a la película con un halo de penumbra y tenebrosidad que la hace difícil de apreciar, sobre todo en las escenas nocturnas, en las donde las acciones de los personajes se terminan perdiendo entre las sombras. Otro aspecto poco trabajado (o equivocado) es la ecléctica banda sonora que acompaña la película, la cual va desde el nuevo canto popular chileno hasta The Clash (intentado englobar todo el espectro musical de ese entonces) y paradójicamente lo menos que escuchamos son canciones de Los Prisioneros, y he aquí el primer gran reparó, ya que, el director al no contar con el beneplácito de los otros dos integrantes de la banda, no pudo utilizar la música del grupo, esta limitación condiciona al filme, sobre todo en la parte narrativa, ya que, centrarse sólo en la gestación de la banda es un tanto miope y breve a la vez, lo que termina provocando que el relato que dura 80 minutos esté lleno de baches y “relleno narrativo” y aunque para soslayar eso se intenta darle profundidad personal e íntima al personaje de Miguel Tapia, no logra cuajar del todo dentro del relato.
Si bien la película evidencia las personalidades de cada uno de los integrantes, que ya en su adolescencia estaban bien definidas, no viene tampoco a aportar un nuevo dato a la historia ya conocida, es decir González, siempre fue un líder indiscutido que tomaba las decisiones e irreverente por naturaleza, Narea, timorato y conflictivo, pero sin quererlo tanto (el personaje peor delineado y más fluctuante dentro de la trama) y Tapia, protagonista de esta historia, el más tibio de todos y aunque haya sido él fundador de la banda, no logra ser en nada un personaje interesante, es más, la película parece una revisión de su adolescencia la cual está cargada de añoranzas que terminan nublando un poco el relato.
Descifrar los porqués de las decisiones tomadas por el director puede ser un ejercicio poco fructífero y de reflexiones interminables, sin embargo no hay duda alguna que vender a Miguel, San Miguel como la “película de Los Prisioneros” es un acto comercial, que carece de honestidad, porque sinceramente poco se puede ver de la banda, o de las personalidades de sus integrantes relacionándose entre sí, tampoco se logra sentir con suficiente fuerza esa necesidad de estos jóvenes de hacer música, de revelarse en contra del sistema y la autoridad establecida; la película carece de ese espíritu “punk” que caracterizo a la banda en sus orígenes, desperdiciando así la oportunidad de poder contar algo de la intimidad de la que sin duda ha sido la banda más importante de la música chilena, se entrapa y equivoca en un montón de decisiones, las cuales la hacen naufragar sin posibilidad de mantenerse si quiera a flote por unos minutos.