Zama (1) : El cine de la incomodidad

“Hay un pez que pasa la vida en vaivén, luchando para que el agua no le eche afuera. Porque el agua le rechaza. El agua no le quiere”.

La primera escena de Zama, de Lucrecia Martel, muestra a Diego de Zama parado a la orilla del mar, a la espera de una carta del Rey que le saque de ese lugar. Cerca de él juegan unos niños, camina hacia ellos y vuelve a su postura inicial. Da la espalda a la cámara. Hay cierta impaciencia en él. Su deseo es salir de ahí, por eso la espera lo inquieta. Su orilla es un espacio opuesto al que quisiera estar. Mientras Zama desea salir, los peces no quieren que los echen, la cuestión en sí radica en ir a contrapié. Desde esa lucha y desde esa espera, Lucrecia Martel construye una magnífica puesta en escena para contener y plasmar esa incomodidad y ese tesón.

Diego de Zama, interpretado por Daniel Giménez Cacho, trabaja para la Corona española, a fines del siglo XVIII, en el Chaco paraguayo colonial, perseverando en la petición de ser reenviado a Buenos Aires o Madrid. Siempre se encuentra con una actitud y mirada pérdida o escéptica. A ratos de curiosidad, pero sobre todo embarazosa por su presente. La incomodidad de Zama viene dada de la novela de Antonio Di Benedetto. En el prólogo que escribe Juan José Saer, este la entiende más como una novela existencialista que como una novela histórica. Por cierto, la compara con La náusea y El extranjero. Sin embargo, lo que más llama la atención es una última observación que apunta Saer, al sostener que el estilo de Di Benedetto es reconocible visualmente. Ahí hay algo que hace eco y que, sin duda, marca la lectura que realiza Martel, ya que la novela contiene en su entramado una condición intrínseca que invita al lector a verla.

Lo interesante en la película de Martel está en cómo expone y lee esa visualidad desde un tratamiento convergente de los cuerpos y la reflexividad de la representación cinematográfica. El cuerpo es relevado en la película desde la hostilidad. Se insiste en su textura, sea en los cuerpos de mujeres lavándose en el barro, en el golpe que le da Zama a una de ellas, en el calor agobiante de los cuerpos sudados, en la oreja cortada que apuesta el Gobernador, en los brazos de Zama, en el desgarbo de la ropa de época, siempre mal puesta, con pelucas colocadas de modo imperfecto, como marca explícita de representación. Sin duda, los cuerpos no están cómodos y exacerban su presencia y su condición a lo largo de la película.

ZAMA

Por su parte, el trabajo de los espacios abiertos y luminosos, en oposición a los cerrados, oscuros, sienta las bases de una cinematografía perfecta y pensada, donde la metarrepresentación es constante, como parte de un discurso propio de la retórica cinematográfica de Martel, como la recordada y lluviosa escena inicial de La ciénaga (2001), muerta desde la inocuidad de los cuerpos. En Zama las escenas muertas, que parecen cuadros inmóviles, se acumulan una a una en perfecta armonía, construidas con sutil belleza. Pinturas sobrias en tensión con la imagen cinematográfica que anhela movimiento. Tiempos muertos que se conectan con los cuerpos amputados y hostilizados, que se distancian de toda gesta y vértigo.

En ese sentido, el ritmo del relato, marcadamente cadencioso, se monta perfecto con el tono de la película. El tránsito de lugar a lugar es parsimonioso, pausado, en cierta forma lastra, mostrando el peso de la experiencia de espera desesperada. A la vez, para el ritmo acompasado del relato resulta fundamental la selección y la compañía de una banda sonora, Los Indios Tabajaras, dúo de hermanos brasileños de la Tribu Tabajaras, que destacan por sus guitarras que mezclan parsimonia y precisión a los tiempos y pausas de la película.

Zama de Lucrecia Martel nació siendo un clásico del cine, una obra inmensa, a contrapelo de un cine clásico. Con su particular ritmo de narración cinematográfica avanza a contracorriente del ritmo vertiginoso que ofrecen, por ejemplo, series de televisión o películas de superhéroes o un espectador impaciente. Martel ofrece su distancia en el personaje de Zama y, como él, también está al aguardo de algo, desde un lugar cinematográfico que asume la espera en la cadencia de la marcada reflexividad de la puesta en escena.

 

Nota comentarista: 10/10

Título original: Zama. Dirección: Lucrecia Martel. Guión: Lucrecia Martel (de la novela de Antonio Di Benedetto). Fotografía: Rui Poças. Montaje: Karen Harley. Música: Los Indios Tabajaras. Reparto: Daniel Giménez Cacho, Matheus Nachtergaele, Juan Minujín, Lola Dueñas, Rafael Spregelburd, Daniel Veronese, Vando Villamil. País: Argentina. Año: 2017. Duración: 115 min.