Volantín cortao (Diego Ayala, Anibal Jofré, 2013)
La ópera prima de los directores Diego Ayala y Aníbal Jofré narra una historia simple, que básicamente consiste en una trama conocida desde el principio de los tiempos: chico conoce chica, surge la atracción y se involucran afectivamente, en una vorágine que lleva a los protagonistas desde su cotidiana y casi inerte realidad, al vértigo de un affaire juvenil, que sabemos terminará mal. Sin embargo, la forma en que se relata, el tratamiento novedoso de tópicos comunes y el eje desde el que se desarrolla la historia, nos entrega una propuesta interesante y de calidad. Paulina es una joven que realiza su práctica profesional en un centro semi cerrado del SENAME, como trabajadora social. Ahí conoce a Manuel, un chico que ingresa por delitos comunes y que logra despertarla de un letargo anímico en que estaba inmersa, al punto de que se involucra con el muchacho de una manera poco profesional. La cámara sigue a la protagonista, la acompaña desde perspectivas que en la mayoría de los planos evade el rostro de Paulina, recurso fílmico que se reitera a lo largo de la cinta. La vemos moverse con naturalidad por las calles de Santiago, por el metro, en el transantiago, en un deambular que pareciera al azar, pero que tiene un rumbo determinado. Desde las primeras escenas en que aparecen los protagonistas se evidencia el acierto en el casting, la química que va in crescendo durante el film, sin que sea obstáculo que se trate de una actriz profesional y un joven amateur. La pareja crea lazos, se van uniendo dentro de esta sociedad extraña. Crean lazos, hay confianza, y comparten sus miedos. Existe una búsqueda de identidad en los personajes que coincide con la que realizan los realizadores debutantes en la parte técnica. Un punto interesante es que pese a lo típico de la historia, se aleja de los clichés, ya que no es una película romántica, ni un manifiesto político de la realidad segmentada de la sociedad chilena, sino que se inserta en lo que podríamos denominar un género neorrealista post moderno, que pretende mostrar desprejuiciadamente la realidad, exhibiendo a sus personajes y sus circunstancias sin cargas morales. Esto se evidencia con la ausencia de musicalización extra diegética, y en la manera en que se asumen temas como los disturbios del 11 de septiembre, la comisión de delitos por los jóvenes infractores de la ley, entre otros. Más allá de estos aciertos, durante el desarrollo de la trama, se percibe la experimentación de los realizadores con técnicas diversas, como una demostración de lo aprendido durante los años de estudios en cine. Esto, por cuanto el paso entre un estilo y otro se manifiestan como la repetición de conceptos bien ejecutados, pero que no siempre corresponden con el giro dramático. En ese sentido, existen evidencias de la falta de experiencia del equipo. No se percibe con claridad la identidad del filme, no existe una unidad conceptual en cuanto a la forma en que mira la cámara, no hay decisiones unívocas, y esto no parece corresponder a un estilo particular. Tal vez sea por el difícil reto de dirigir en forma conjunta, las falencias técnicas o presupuestarias que predeterminan las obras en nuestro país. Asimismo, si bien el manejo de dirección de actores, especialmente tratándose de los no profesionales, es muy bueno, el desarrollo de los personajes del entorno es deficiente, y si bien no son caricaturas, se transforman en parte de la ambientación, como utilería. Por otra parte, si bien los yerros quedan expuestos, también se percibe la honestidad de los realizadores, la película se desarrolla sin grandes pretensiones y se percibe la intención de contar una historia que se desnuda y expone al espectador dentro de su simpleza, en la complejidad de las relaciones humanas.
Es innegable que la cinta se encuentra inmersa en la situación socio económica de nuestro país, y que presenta una historia de amistad y apego entre dos personas que pertenecen a mundos distintos dentro de una misma ciudad, pero este sesgo no parece ser el objetivo de los realizadores. Así, al intentar retratar una realidad alejándose de las parodias, logran quitar la relevancia de este elemento en la historia. No importa dónde viven los personajes, ni por dónde se mueven, que sin duda son mundos colindantes y hasta superpuestos. Lo que interesa es una mirada estética del mundo, de la ciudad de Santiago, fácilmente reconocible para quienes habitan en ella. Las escenas en el transporte público, en el metro, en un paradero al amanecer, son genuinas y es mérito de los realizadores ser capaces de reflejar en la pantalla ese halo de realidad que podemos percibir todos los que hemos vivido cotidiana y diariamente nuestras realidades en esos escenarios. La ciudad es el escenario, pero no con la intención de transmitir una representación del mundo histórico con la mayor precisión, sino como parte de las experiencias de los protagonistas, que podrían ser las de cualquier espectador. No obstante, el elemento de distanciamiento de las realizaciones chilenas de los últimos tiempos también está presente, puesto que si bien podemos situarnos dentro de la diégesis, no nos identificamos con los personajes; a través de recursos técnicos, como el fuera de campo, nos alejan de ellos, de su contexto, pero sin disectarlos del espacio como en un estudio antropológico, sino que nos sitúa como espectadores dentro de la escena, pero ajenos al impulso dramático. En ese sentido, es una obra que pertenece a su generación, que podemos inscribirla dentro de lo que algunos autores han denominado cines centrífugos, en que los personajes no pueden escapar a sus destinos, ya que parecen abandonados al trayecto que va trazando el azar en la historia y sólo reaccionan ante lo que les toca vivir.
Pese a este alejamiento, la trama envuelve al público, y nos hace reflexionar acerca de la permeabilidad del ser humano ante el contacto con otros, y cómo esto se acentúa en las personas más jóvenes y solitarias. Cuando sabemos que nos paramos ante un abismo y que es posible caer, el temor nos involucra a un nivel que demarca que se trata de una película que funciona con su narración aristotélica con elementos post modernos. Así, Volantín cortao es una buena película, correcta, que cumple con las exigencias básicas del público, y aunque queda al debe en algunos aspectos, nos da esperanza en el futuro del cine chileno.
Marcela Valenzuela