Videoclub (Pablo Illanes, 2014)
Pablo Illanes trata de hacer muchas cosas a la hora de realizar su largometraje, pero principalmente trata de hacer calzar tres conceptos.
El primer elemento y concepto más codiciado por el director es sin duda la de realizar la “película de zombies” definitiva, o la primera que sea medianamente decente dentro del sistema de cintas realizadas en Chile. Personalmente, y después de haber visto tres intentos, puedo reconocer que estamos muy lejos de realizar algo de verdadero y poderoso valor para alguna especie de canon internacional de muertos vivientes, pero de todas, la cinta que discutimos ahora es la que se encuentra mejor producida y realizada, con una estética clara y limpia (dentro de lo posible), donde el corazón del director se encuentra en el lugar correcto a la hora de tomar las decisiones visuales, pero que lamentablemente son llevadas por fetiches y otros conceptos a extremos francamente ridículos.
Los muertos vivientes desde 1968 han servido como elementos conceptuales, donde siempre forman parte de una metáfora acerca de la sociedad, sobre todo cuando se trata de los zombies del aclamado director norteamericano George A. Romero (Night of the Living Dead, Dawn of the Dead). Con el tiempo, los muertos vivientes han ido perdiendo su poder metafórico, se han transformado en criaturas de relleno, cosas con la que podemos rellenar la pantalla y causar el temor por el simple concepto de su existencia (World War Z, o la serie The Walking Dead), el hecho de que estén ahí ya parece ser suficiente para atraer al público, sin importar su realidad o el contexto en el que se muevan, lo cual resulta bastante curioso dado la simpleza de los mismos (comparadas con las reglas que tienen vampiros, hombres lobos, hombres invisibles u otros monstruos mucho más interesantes).
Cuando a la construcción conceptual de “zombie” dentro de la película en cuestión ya forma parte de un simple concepto que es usado como gancho económico o de la trama a la hora de vender la película (como cinta de zombies), se le añade cierta realidad cultural anclada a una época chilena en particular, uno empieza a pensar en la posibilidad de la vuelta de la metáfora del muerto viviente como personaje interesante y complejo dentro de la masa uniforme y sin pensamientos del que forma parte. Después de todo, la cinta se llama “Videoclub”, y el hecho de la reciente muerte de una de las más grandes cadenas de videoclub en Chile (Blockbuster), nos da para pensar en el concepto del VHS como material muerto, como una cáscara muerte que dentro tiene una vida que no quiere terminar, una vida que está agonizando, que no quiere acabarse porque dentro de sí están las ganas de transmitir su mensaje (o virus) a otras personas.
Se trata de, principalmente, una posibilidad de entregar una mirada a la implicada cinefilia de toda persona que reconoce lugares como este, un videoclub como una especie de santuario sagrado, donde todo empieza y termina, donde los personajes principales encuentran refugio y las razones para seguir viviendo, de alguna manera el videoclub es la mayor metáfora que existe del sueño del cinéfilo, un lugar donde puede sentarse a ver una película y está rodeado de la historia del cine. Cuando el protagonista escapa de casa y se encierra en su lugar de trabajo, el videoclub, está representando el sueño de muchos. Este espacio físico/cinéfilo sería el segundo concepto.
La existencia del videoclub como lugar físico implica la realización de una película de época, y es aquí cuando entra un tercer concepto inconexo con los otros dos (zombies y cinefilia/videoclub), que es el de la nueva democracia en Chile. La cinta dice pasar en Enero de 1992 (sin importar la cantidad de carátulas de películas de 1995 que muestre en el fondo) y de alguna manera forma parte del mismo fetiche del videoclub, pero a la vez se lleva a un trasfondo completamente distinto, el político, y el fetiche que implica el haber vivido en una época así, lo cual se nota en el (mal) uso del arte, donde en un espacio pequeño podemos encontrar pequeñas referencias políticas en forma de grafitis, rayados y carteles.
Aunque interesantes a primera vista, finalmente ninguna de estas tres esferas (género, cultura, contexto) influye en cualquiera de las otras, por lo cual la cinta termina pareciendo una especie de Frankenstein o una cinta construida en niveles o capas, sobre las cuales tuvieron distintos acercamientos diferentes personas. Resulta al final ser una película de zombies que resulta ser en 1992 y resulta que ocurre en un videoclub. O una historia de un videoclub donde resulta que es 1992 y luego de pronto aparecen zombies. O una historia sobre la época post-vuelta a la democracia que resulta ocurrir en uno de los múltiples videoclubs y donde de pronto aparecen zombies creando una especie de “realidad alterna”.
Sobre esas tres esferas que no se tocan, alrededor giran otras esferas pequeñas, corpúsculos humorísticos o referencias cinematográficas creadas específicamente para poder realizar conexión con el espectador, provocar un efecto, una risa, un pequeño grito de asombro, pero estos no tienen ningún peso o alguna re significación sobre las esferas mencionadas, frases como: “detrás de esto deben estar los comunistas” o “tú no viviste la UP” o tomas que recuerdan a los momentos iniciales de The Evil Dead provocan algo, pero dejan una sensación de liviandad, como si todo flotara. Finalmente nada tiene peso y todo da lo mismo. Que todo vuele y nada pegue, y si pega, pues que sea platita pal bolsillo.
Jaime Grijalba