Verano 1993 (1): Infancia y duelo

Los filmes de verano, y las múltiples subdivisiones que de ellos se desprenden, constituyen prácticamente un género cinematográfico independiente. Con mayor o menor éxito, diversas cinematografías nacionales, por lo demás, lo han cultivado. En Francia, por ejemplo, los casos abundan: basta pensar en Jean Renoir y su Déjeuner sur l’herbe, o en Eric Rohmer y su adorable Conte d'été. En Chile, el género disfruta también de una cierta fecundidad. En 2011, José Luis Torres Leiva filmaba Verano y, en 2013, Isabel Ayguavives, cineasta española, realizaba en suelo nacional El árbol magnético, con un casi completamente elenco chileno. Recientemente, Dominga Sotomayor lo ha explotado magníficamente con Tarde para morir joven, una suerte de oda retro al esparcimiento y al ocio juveniles. Es sin embargo en Cataluña que se escribe un nuevo capítulo de esta saga de filmes estivales, esta vez en clave filial y taciturna.

Verano 1993, primer largometraje de Carla Simón, dispone ya en el título el marco temporal en el que se desarrollará la acción. Imposible, pues, sentirse defraudado. Las premisas de la intriga, por lo demás, son claras y se revelan progresivamente, sin medias tintas, a medida que el filme avanza: Frida, una niña de unos seis años, debe partir al interior de Cataluña, luego de la muerte de su madre. Será recibida en la encantadora casa de sus tíos, Marga y Esteve, padres de la pequeña Ana. En este nuevo contexto familiar, Frida, hija adoptiva por fuerza de los acontecimientos, evolucionará a tientas, a tropezones, ganándose a ratos la enemistad de Marga, quien le reprocha su falta de maneras y sus caprichos.       

En el plano visual, la cinta desborda de imágenes que poseen, a pesar de su simpleza, una elocuencia conmovedora. El carácter evocador de tales imágenes, sin embargo, proviene en primer lugar de la fluidez, naturalidad y espontaneidad que la directora logra imprimir en los roles y cuerpos protagónicos de Frida y Ana, en torno a los cuales gira lo más esencial del relato. Como muestra, un botón. O dos.

Poco después de la llegada de Frida, la cámara sorprende a las dos niñas representando una escena que les es seguramente familiar. La pequeña Ana, interpretando el rol de la hija, pregunta: “Mamá, ¿quieres jugar conmigo?”. A lo cual Frida, toda pintarrajeada y ataviada de manera exuberante, responde: “Estoy muy cansada; sé buena y déjame dormir”. El diálogo se repite al menos tres veces, instigado por la misma Frida, que insiste: “Anda, ¡pídeme que juegue contigo!”.

verano 1993

Ya hacia el final de la cinta, Frida, cansada de los desencuentros y enredos que su estadía parece producir, improvisa una huida nocturna. Antes de salir de casa, al detenerse unos segundos delante de la mesa del comedor para tomar algunas provisiones, es sorprendida por la pequeña Ana, quien le pregunta por qué se va. Frida, con total naturalidad, y sin aspavientos, responde: “Porque aquí nadie me ama”. Ana, entonces, replica: “Yo te amo”, ante lo cual Frida, quizás conmovida, decide regalarle una de sus muñecas favoritas. La huida es, en todo caso, un rotundo fracaso. Desalentada por la oscuridad, Frida decide volver a casa luego de una breve excursión en las inmediaciones. Ante la mirada atónita de sus tíos, que la buscan ya por los alrededores, Frida regresa, mochila al hombro, y al atravesar el umbral de la puerta, refunfuña: “Me voy mañana; está muy oscuro”. Maga y Esteve, naturalmente, quedan desarmados.     

Ambas secuencias, me parece, apuntan a la celebración de un duelo no declarado, silencioso, que se vive de manera paralela, a través del juego, de la representación de un ceremonial infantil. Frida y Ana son, pues, las protagonistas de un mundo en el que el único lenguaje posible es el de lo lúdico y el de las emociones llanas, transparentes; un universo donde todo atisbo del mundo de los adultos se hace en fuera de campo, en un más allá inaccesible y hermético.

Verano 1993, en ese aspecto, es un filme efectivo e incluso -aunque sin ceder al patetismo- conmovedor. Podría reprochársele tal vez su falta de crudeza, su candidez o su velado optimismo, así como la presencia de ciertos personajes secundarios que aportan poco al desarrollo de la trama; el abuelo y las tías, en efecto, parecen no tener mayor importancia. Sin embargo, en su conjunto, la cinta resulta convincente y, dentro de su sencillez, cautivadora. Carla Simón logra esbozar un retrato delicado y sutil del verano, subrayando su naturaleza de tiempo liminal: Frida deja Barcelona para vivir en el campo, se integra a un nuevo núcleo familiar y comienza un nuevo año escolar. Estas tres dimensiones (familiar, espacial y formativa) componen, al fin, el cuadro concreto que el filme se propone representar, y en el que el estío aparece, fiel a la tradición del relato de aprendizaje, como un intervalo de transición, de cambio y de madurez.

  

Nota comentarista: 7 / 10

Título original: Estiu 1993. Dirección: Carla Simón. Guión: Carla Simón. Fotografía: Santiago Racaj. Reparto: Laia Artigas, Bruna Cusí, David Verdaguer, María Paula Robles, Paula Blanco, Etna Campillo, Jordi Figueras, Dolores Fortis, Titón Frauca, Cristina Matas, Berta Pipó, Quimet Pla, Fermí Reixach, Isabel Rocatti, Montse Sanz, Tere Solà, Josep Torrent. País: España. Año: 2017. Duración: 97 min.