Una mujer fantástica (1): Lejos de la Gloria
Una mujer fantástica cuenta la historia de una mujer transgénero, Marina Vidal, a quien se le muere repentinamente, debido a un aneurisma, su pareja, Orlando, a partir de lo cual pasa a sufrir las embestidas de las instituciones y las autoridades como de la familia anterior de él -compuesta por su bitchy esposa (Aline Küppenheim), su hermano (un compasivo Luis Gnecco), y un patético hijo (Nicolás Saavedra)-, cada vez más prepotentes y violentas en sus intentos de ocultarla de la visibilidad familiar durante el duelo y entierro del fallecido.
La cinta recurre al melodrama y coquetea con varios géneros cinematográficos, donde quizás el más logrado, y que revitaliza la parte final de la trama, tiene que ver con el suspenso, aunque merodean también el cine de fantasmas, el retrato de personaje, la fantasía y el musical, con un par de escenas que no dejan de recordar a lo mejor de Almodóvar y a lo peor de Xavier Dolan.
De esta manera la película suma al espectro cinematográfico nacional una mirada de lo trans sin caer en la denuncia facilista respecto a la violencia de género y alejándose de un relato hiperrealista, como lo hiciera el espléndido híbrido entre ficción y documental que es Naomi Campbel (Nicolás Videla y Camila José Donoso, 2013). Lo que probablemente disguste a los militantes LGBT es que al fin y al cabo la filmografía de Lelio -aunque centrada en personajes femeninos en sus últimas entregas- siempre ronda en torno a la cuestión de la familia, y el conflicto aquí es que a la protagonista transgénero no la dejen aparecer como pareja, viuda o mujer y no como bandera de otra causa.
Si Lelio construyó su filme anterior, Gloria (2013), como un traje a la medida de Paulina García, logrando de manera alucinante que la actriz, el personaje y todos los elementos del filme transmitieran la sensibilidad y el carácter particular de una mujer madura que no tiene miedo de divertirse y amar, en Una mujer fantástica el ejercicio es diferente y algo fallido.
Es que el film no se sumerge jamás en su protagonista, a lo que juega es a presentar a Marina como una sola pieza -con la intensa actuación de Daniela Vega, exuberante en contención- sin nunca decaer o buscar justificarse a sí misma y sus decisiones de vida. Lo que vemos es cómo ella choca una y otra vez con una sociedad que no duda por un segundo en mirarla desde la desconfianza y rechazarla abierta y descarnadamente.
El juego está en las miradas, en los reflejos y las posibilidades de la imaginación. En como solo la imagen de alguien puede desconcertar, desestabilizar la concepción que otros tienen de lo humanamente aceptable, hasta dónde el trato humano y digno encuentra un límite en aquello diferente a nosotros, que no entendemos o no podemos definir. Por eso la película, a diferencia de Gloria, no comparte la entrada desde la sensibilidad de la protagonista que nos hacía ponernos en sus zapatos y reírnos, cantar y emborracharnos junto a ella, sino que nos sitúa en el contraplano mientras la cámara la sigue o la muestra con su rostro cubriendo toda la pantalla, mirándonos fijamente.
El problema es que la sociedad que la rechaza, la familia de Orlando, perteneciente a la clase acomodada chilena, está representada por personajes planos y toscos, y el enfrentamiento termina sintiéndose como un ir y venir de dos bloques de fuerzas poco definidos y algo vacíos donde las pinceladas de fantasía fantasmagórica y suspenso, quedan algo volátiles. Así la escena final -a través del laberinto nebuloso de un sauna del centro, empujada por la presencia de esa llave misteriosa y el recuerdo de un sobre blanco de paradero desconocido y que guardaba un obsequio prometido- logra cerrar lo mejor de la película, resguardando con tintes hitchcockianos la manera magistral en que Lelio filma y retrata la ciudad de Santiago y, por otro lado, la presencia de Vega que soporta en su cuerpo, en su mirada y en su voz todas las preguntas que el filme podría haber levantado pero que no termina por concentrarse siquiera en una.
A eso hay que sumarle la certera e impecable composición que el músico británico dedicado a la electrónica experimental Matthew Herbert, en una faceta más orquestal de lo que le conocemos, aporta en términos de unificar las tensiones sin la cual los episodios de la película se desintegrarían en maqueteados sucesos in crescendo un tanto erráticos.
Si Gloria tenía vida propia palpitando en cada minuto del metraje, y era eso lo que la volvía cautivante, a Una mujer fantástica le falta vitalidad en todos los elementos contra los que Marina embiste una y otra vez, y es que el vagabundeo por los géneros, la capacidad actoral y musical de Daniela Vega y la belleza visual del film con sus colores y texturas no basta para explicarnos por qué Marina Vidal sería una mujer fantástica.
Nota comentarista: 5/10
Título original: Una mujer fantástica. Dirección : Sebastián Lelio. Guión: Sebastián Lelio. Fotografía: Benjamín Echazarreta. Montaje: Soledad Salfate. Música: Matthew Herbert. Reparto: Daniela Vega, Francisco Reyes, Luis Gnecco, Aline Küppenheim, Nicolás Saavedra, Amparo Noguera, Antonia Zegers. País: Chile. Año: 2017. Duración: 104 minutos.