Primicia mortal (Nightcrawler: Dan Gilroy, 2014)
Hay algo de morboso, pusilánime, asqueroso, repugnante y peligroso en el personaje principal de Primicia mortal. Y claro, es un personaje que está enfermo de verdad, es un esquizofrénico, maniático del control, con tendencias sociópatas e incluso psicópatas. De eso no queda duda. Estamos frente a una persona que se encuentra agobiada por un clima que no le resulta propicio, en la ciudad de Los Ángeles, donde todos son cuervos sobrevolando la podredumbre que es la ciudad misma, tratando de recoger y captar el sustento posible y disponible de entre las pequeñas ranuras que se ofrecen.
Nuestro protagonista conoce bien su predicamento y ya desde el principio mismo de la películas nos ahorra el conocerlo a través de sus acciones, nos ahorra el tiempo que pudimos pasar con él a fin de entender en qué lugar se encuentra, y nos suelta todo su rollo psicológico tal y cual terminamos de entender cuando pasan dos horas de película. Es hijo de una generación en la cual se les dijo que eran capaces de todo y que eran especiales, pequeños pedazos de cristal (niños índigo, y esa basura), y en una sociedad como la de esa ciudad, donde los propios intereses no cuentan si es que no pueden ser monetizados, se ha visto reducido a la amoralidad, que seguramente no es consecuencia de una degradación de una moral ya existente, sino que viene integrada por la misma educación que enseña hoy a los niños que nunca se equivocan.
Jake Gyllenhaal interpreta a un niño índigo crecido, uno de poco más de treinta años de edad, cuando ya se le ha venido el mundo encima, cuando finalmente logra reaccionar y ve que la realidad que él relacionaba y conocía desde dentro de su mentalidad “especial”, no era el mismo que todos los demás viven. Ese shock lo devuelve a un estado casi pre-humano, casi reptiliano, donde la actuación de Gyllenhaal luce al nunca parpadear, como si nuestro pequeño rayo de sol especial fuera una lagartija, un camaleón en constante alerta, con los ojos abiertos exageradamente, como una caricatura, golpeando y violentando, gritando, pero nunca perdiendo el control.
Finalmente la razón por la cual es el mismo personaje el cual nos dice su propio rollo psicológico, y aunque no lo encuentro ideal a la hora de describir al personaje (ya que él mismo se auto-describe, dejando todo al diálogo y poco a las acciones), se trata de su misma condición psicopática de estar siempre en control de todo lo que tiene a su alrededor. Él sabe que puede ser una persona que no agrada de buenas a primeras, él sabe que resulta un carácter extraño, una figura troglodita casi jorobada que habla demasiado, pero que sabe exactamente qué hace en cada momento que lo hace, dice lo que tiene que decir, y no le gusta cuando las cosas no salen como a él le gustan. Ya saben, como a un niño índigo mimado.
Es entonces obvio pensar que Gyllenhaal pretende tener control sobre su propia enfermedad al exponerla al resto, al decirle a la persona a la que le pide empleo que es parte de una generación que no se tuvo que esforzar demasiado, pero que ya ha aprendido a hacerlo porque tiene que vivir en el mundo real. Claro que aquí tenemos el primer fracaso de nuestro principal, cuando es negada su petición de trabajo a un jefe de operaciones de una fábrica de aceros, simplemente porque minutos antes les estaba vendiendo rejas y tapas de alcantarillas que había robado. La respuesta fue simple: “No voy a contratar a un maldito ladrón”.
Claro que la historia no se queda en una constante búsqueda, sino que en la manera en que nuestro principal se ve enfrentado a una realidad que él desconocía, la de los nightcrawlers, personas con conocimiento en video que graban accidentes, arrestos, peleas, robos, tiroteos, muertos y accidentados sangrientos que ocurren durante la noche en Los Angeles. Hay algo en esa observación pasmosa del cuerpo deformado, del destrozo metálico que obsesiona y logra despertar el hambre de nuestro hambriento niño especial. Sorprendiéndose por los montos logrados por estos semi cuervos carroñeros, logra hacerse con el equipo necesario para empezar a hacerlo él mismo.
Y resulta ser nato. La manera en que encuadra los cuerpos, se acerca, hace zooms y controla la precisión, la posición de los cuerpos, hace que sus videos se vendan mucho en una de las cadenas menos vistas de la ciudad, donde necesitan material de estos reporteros freelance con desesperación. Logra tomar a una persona para que lo ayude en la orientación en la ciudad, dándole atajos para llegar más rápidos a los lugares donde ocurren los choques, tiroteos y asesinatos; con el tiempo y las constantes ventas logra una experiencia mayor, la cual también se traduce en un avance tecnológico en el equipamiento usado, que forma buena parte de lo más visualmente rico de la cinta.
De alguna manera hay una ambición de el director, primerizo, Dan Gilroy. Quiere crear una nueva versión de Taxi Driver pero sin que nadie piense en la seminal cinta de Scorsese sino hasta que ha pasado un tiempo desde que se ha visto. Quiere crear esa misma desilusión psicopática que deviene de las guerras fallidas norteamericanas, de una sensación de agobio, de inexactitud, de estar flotando en el aire sin nada que hacer, y de pronto aparece el trabajo como vía de canalización. Aquí es similar, el lugar cambia y la generación cambia, también ha vivido guerras recientes, pero no ha participado en ellas (porque los padres jamás lo permitirían y porque ellos menos lo pensarían como una carrera siquiera remotamente interesante). Incluso hay una escena con un espejo.
El problema es que mientras la cinta de Scorsese es de un descubrimiento paulatino y luego descenso demencial en una enfermedad mental que quiere terminar con redención, acá no se busca eso, sino que se realiza una crónica de un ascenso que pareciera ilimitado, donde la perversidad del alma del protagonista no viene a dar un giro a la hora de la compasión para otorgarnos un retrato completo de un ser humano. Acá estamos frente a alguien cuya completa desconexión con respecto a la realidad y a lo que se denomina “lo humano”, lo vuelve el ser más asquerosamente exitoso. Y nos reímos. Y disfrutamos. Pero luego nos sentimos asquerosos por las formas en que lo logra.
Lo que resulta es algo intrascendente, tan intrascendente como el personaje en sí, que vive el ahora y el presente al máximo, tomando la mayor parte de lo que puede del mundo mientras lo desprecia, desprecia a la humanidad y es un personaje con el que si uno logra identificarse, más vale que uno piense un par de minutos en tal vez tratarse con un profesional. También siento que había una oportunidad muy desperdiciada: hay algo físico en los videos caseros o de estos reporteros freelance, hay un grano, un acercamiento, una evidencia de la presencia detrás de la cámara, una oda a lo video basura, al video grabado por accidente de algo que da la vuelta al mundo. Acá no se le trata con cariño, no hay amor a esa forma visual.
Hay una pretensión de sátira, de ser una suerte de crítica a los medios de comunicación masivos que abusan de este tipo de historias por sobre otras, pero acá eso no resulta ni sorprendente ni revelador, ni menos gracioso en la manera en que se reproduce. Si algo queda es la tristeza de una realidad que es como es y que al ser representada solo la vuelve más real. Lo preciso del ambiente de un canal de televisión y cómo funciona es cuando uno se da cuenta que está en una cinta que simplemente quiere tener ínfulas de algo que ya es conocido por todos, tal vez un par se sorprendan de lo crudo y simplemente anti-periodístico que es el negocio del periodismo, pero acá no hay nada nuevo bajo el Sol.
Es ese mismo ánimo de sátira el que impide que haya una valoración de las grabaciones del protagonista. Me hubiera gustado mucho más si es que la labor de buscar el ángulo preciso, el goteo de la sangre, la materialidad de la destrucción, si hubiera ahí un afán de poesía y no solamente el mismo afán que tienen los videos originales (que es shockear, vender, etc.), hubiéramos tenido tal vez una de las mejores películas sobre como es el actuar del director (obsesivo, compulsivo, busquilla, traidor, amoral) sin necesariamente ser una película en la cual se haga cine. Una pena.
Jaime Grijalba