Old boy: Días de venganza (Spike Lee, 2014)
Veo el filme de Spike Lee e inevitablemente me hago la pregunta: ¿debo hablar de la versión coreana Oldeuboy (Park Chan-wook, 2003)? ¿Es necesario caer en odiosas comparaciones? Una voz me dice que haga lo correcto. Pienso en la necesidad de hacer justicia, de cobrar venganza. Y claro, pienso en Oh Dae-su.
Partamos entonces por el argumento de la versión de Lee: Joe Doucett (interpretado por Josh Brolin) es un detestable hombre de negocios, arrogante y ególatra; más preocupado del alcohol que del cumpleaños de su hija de tres años. Doucett ocupa los primeros 10 minutos del filme, quizá los 10 minutos más osados: una cámara ambigua, azarosa, sigue los pasos de un hombre desequilibrado, en crisis. El punto de vista sigue el ebrio vaivén de Joe, en una suerte de danza húmeda por las calles deshabitadas a causa de la lluvia constante, representación climática de un personaje tantas veces visto en el cine, un arquetipo repetido, constante y sonoro, como la lluvia.
Personaje patético de principio a fin. El espectador transita de la repulsión al dolor por un héroe incapaz de manejar su propio destino. Doucett desaparece bajo la lluvia para despertar en una habitación donde pasará 20 años de su vida sin entender por qué está ahí. La cámara se inmoviliza y registra cada uno de sus movimientos. Su rostro barbudo es retratado en un plano detalle para denunciar el paso del tiempo, evidenciar el deterioro físico y mental de un personaje que ignora los acontecimientos o las razones que lo mantienen en cautiverio. La narración se torna claustrofóbica. Doucett se transforma en el Conde de Montecristo contemporáneo.
Eso es Oldboy versión Spike Lee: la preocupación obsesiva por formar un héroe, por pasar de la ignorancia completa al reconocimiento de lo verdadero que cambia el estado total de las cosas. Revelación, iluminación o anagnórisis. Esa es la base argumental, tradicional y profundamente clásica de la película. ¿Por qué la dirección del filme optaría por este camino? Las últimas realizaciones de Spike Lee parecen darnos la respuesta: venganza y redención. No podemos, a estas alturas, ponernos nostálgicos y pedir reivindicación social afroamericana, o esa preocupación desbordante por el lenguaje y la violencia. Ya no esperemos a un Ray Allen o un Denzel Washington en pantalla. Ya no es el basquetbol (He got game, 1998) o las rutinas humorísticas en la televisión de Bamboozled (2000) lo que alienta el cine de Lee.
No puedo desatender lo realizado por Park en su trilogía de la venganza. Sin duda, el germen de todo esto está ahí (o bien en el manga que se basó el coreano). Las secuencias más vertiginosas, la violencia más desatada, las coreografías más logradas están en Park. Cómo no recrear el plano secuencia de la pelea con el martillo; o esa traslación de sentidos entre la muerte de la esposa y la plaga de hormigas que atormentan y castigan a Dae-su; o esa elección por lo prohibido, por lo antinatural de la relación amorosa. Es imposible no comparar. Mi preferencia, de todos modos, es por Park Chan-wook (y para eso se necesita otro texto), pero no podemos desmerecer el intento de Spike Lee por reinventar su propia tragedia. Por llevar a escena lo que nadie quiere ver. Por, en definitiva, hacer de la tragedia una forma universal.
Pablo Álvarez