Museo: La memoria en el presente

Juan es un estudiante universitario, de familia acomodada al que nada parece faltarle. Una noche de Navidad, de algún año en la década de los 80, debe adelantar el plan que tenía de robar el Museo Nacional de Antropología e Historia de México ante su inminente cierre temporal, arrastrando en esta aventura postadolescente a su mejor y único amigo, Benjamín. Se trata de un acontecimiento verídico que tuvo lugar en diciembre de 1985, tres meses después del devastador terremoto que asoló la Capital Federal y que marcó la historia policial de los mexicanos, recordándose  aún hoy como el robo del siglo: patrimonio arqueológico conformado por más de 140 piezas de la cultura maya de un valor incalculable.

El director mexicano, Alonso Ruizpalacios (Café Paraíso, 2008; Güeros, 2014)) toma este evento y lo transforma en Museo, su más reciente película. Pero Museo es mucho más que la recreación de un robo exitoso que se vuelve problemático en las torpes manos de inexpertos, para concluir de la forma menos pensada. Más allá de eso, se expone como la perfecta hazaña para hablar a un tiempo de muchas cosas, total y completamente vigentes más de 30 años después. Museo es a la vez, tanto la historia de una amistad dispareja y una búsqueda de trascendencia a la mala, como -desde un punto de vista más global- un repaso del debate acerca de la expoliación cultural de unos pueblos a manos de otros y, porque no, una crítica social factible de hacer más allá del México de fines del siglo XX .

En efecto, en primer término, desde la perspectiva más personal e íntima que explora la relación entre los dos protagonistas, Juan (Gael García Bernal) y Benjamín (Leonardo Ortizgris), el primero resulta ser un personaje complejo que no se termina de comprender completamente ni se le perdona su trato indolente y egoísta con quien es su más fiel acólito. Porque Benjamín, quien desde un comienzo del filme relata en off cómo fueron los acontecimientos y va haciendo un análisis compasivo de su amigo, es todo lo opuesto a Juan, con un carácter que le pone en constante desventaja frente a aquél. En este punto Museo habla de cómo esas amistades de toda la vida pueden no estar basadas en el respeto mutuo y el cariño sino también fundarse en el desbalance del poder y la dependencia. Si Benjamín entra en el juego de Juan y lo sigue en este nuevo capricho suyo es porque desde niños siempre fue así.

Del otro lado, si a Juan se le ha metido en la cabeza llevar a cabo este épico robo, parece ser por razones hechas de distinto material: Juan es un tipo engreído, el menor de 5 hermanos, el único hombre, que se mueve entre los extremos de la responsabilidad que se espera de él y su empeño por simplemente divertirse. Entre medio deja ver un afán idealista poco elaborado y rudimentario, de reivindicación de causas indigenistas, que justifican en él este robo o “recuperación” de tesoros que no debieran estar en un museo sino en las manos del pueblo maya al que pertenecen; este afán de Juan, sin embargo, choca estrepitosamente con su propia ambición de participar en las grandes ligas del comercio ilegal. No será sino muy tarde cuando sea consciente de que la empresa en que decidió entrar, era para perros grandes. De esta forma, este par de jóvenes que se tomaron tres horas en desvalijar siete vitrinas, obedecían a una rara mezcla de idealismo, aburrimiento y ambición, repartidas en dosis desiguales.

La elección de Gael García y Leonardo Ortizgris, que no son precisamente veinteañeros, resulta perfecta. Ambos convencen en sus roles. Inevitable destinar algunas palabras a la actuación de Alfredo Castro, como el padre de Juan. Juan ama a su padre, lo admira, pero parece haberse resignado ante la idea de no tener su aprobación. Aunque Castro siempre es notable en sus entregas, en este caso puede resentirse un poco el requerimiento de un acento que no le es natural. De todos modos es también muy efectivo como el jefe de una familia conservadora y algo clasista que no deja mucho espacio para la pueril rebeldía de Juan.

MUSEO

En una mirada más global, Museo pone en el tapete un tema totalmente vigente, tal vez incluso más que en aquellos días. Hoy, cuando las reivindicaciones de los pueblos originarios se han hecho más presentes y existe una conciencia más clara del respeto que se les debe, Museo resulta completamente atingente. En este punto es notable la discusión que se plantea en casa del comerciante inglés Graves cuando traen a colación las “adquisiciones” de museos como el Louvre. Desde esta perspectiva, revisitar hoy y de este modo el robo del Museo Nacional de Antropología e Historia de México, nos fuerza a revisar las valoraciones éticas y los juicios que pueden hacerse de ese acontecimiento. Cuando Benjamín atestigua la ofrenda que terminará haciendo Juan, da cuenta de eso y de una cierta redención de este personaje.

Museo es una película hermosa en su tratamiento fotográfico y artístico. Cada toma parece haber sido bien pensada en sus ángulos, en el color y en la iluminación. Desde el punto de vista estrictamente cinematográfico, Museo resulta bastante innovadora y en ocasiones casi experimental, con ciertos lujos que se da el director y que si bien podrían distraer y en cierto punto ser algo excesivos, a la larga y en el conjunto funcionan bien, logrando que el relato mantenga una estética uniforme. Sucede notoriamente con un par de secuencias: las tomas para la foto fija que registra los instantes del robo y la pelea en el bar de mala muerte Las Puertas del Paraíso. En ambos casos sorprende la decisión de incorporar imágenes no de las fotografías sino de las poses para la fotografía o del ensayo de la coreografía de los golpes. Este juego llama particularmente la atención, porque fuerza los límites de lo diegético, dejando a la vista del espectador algo de la construcción cruda de esta ficción.

Del mismo modo, se introducen dinámicas entre el montaje y el sonido, que son interesantes y que dan al filme un ritmo ligero y sostenido, pero que se adecua a las necesidades narrativas de cada secuencia, de manera que da la pausa exacta cuando el relato lo requiere.

Acertadamente, para la secuencia del robo, se ha escogido La Noche de los Mayas de Silvestre Revueltas (que además es música que estos chicos aprecian), lo que sin duda es un justo homenaje a la obra del compositor modernista, pero, sobre todo, una demostración de que lo que ve Ruizpalacios en este caso policial no es tanto eso, un hecho legalmente reprochable, sino más bien un acto legítimo de justicia, aunque tal vez no completamente entendido así por sus autores.

En resumen, Museo es un filme que desborda los límites del género para hablar de mucho más que de un robo y de las peripecias de sus antihéroes. Es una película que debe verse, pero además escucharse con atención y dejarse empujar por ella hacia el análisis y el cuestionamiento de cosas que nos han pasado y nos seguirán pasando.

 

Nota de la comentarista: 8/10

Título original: Museo. Dirección: Alonso Ruizpalacios. Guión: Manuel Alcalá, Alonso Ruizpalacios. Fotografía: Damián García. Música: Tomás Barreiro. Reparto: Gael García Bernal,  Leonardo Ortizgris, Alfredo Castro, Simon Russell Beale, Bernardo Velasco, Leticia Brédice, Ilse Salas, Lisa Owen, Lynn Gilmartin, Maite Suarez Diez, Gabriel Nuncio. País: México. Año: 2018. Duración: 128 min.