Mi Mundial: Las penas del fútbol
En días en que el planeta ha girado al ritmo de una pelota de fútbol no es de extrañar que llegue a las salas locales una cinta que intenta sacar provecho de un ambiente absolutamente cargado por el Deporte Rey. Más todavía si aquella obra proviene de uno de los países más futbolizados del orbe, la República Oriental del Uruguay. Estrenada a pocos días de la final del Mundial de Rusia, Mi Mundial cuenta la historia de Tito (Facundo Campelo), un talentoso muchacho que vive en un pequeño pueblo y que, gracias a su talento innato para jugar al fútbol, es tentado por un empresario para que se traslade con su familia a Montevideo, con la promesa de ubicarlo en un equipo que pronto le haga llegar al estrellato. La idea, al inicio, no causa mucha gracia en Rubén, su padre (Néstor Guzzini), quien no ve cómo el chico podrá compatibilizar su mudanza a un ambiente más competitivo con sus estudios, donde Tito está ya bastante al debe. No obstante, las primeras dudas se disipan cuando el charlatán Marquez, su representante brasileño, les empieza a cambiar la vida con regalos que los alejan de la pobreza a la que parecían sentenciados en su humilde hogar. Tito se vuelve, entonces, la esperanza de una mejor situación económica, con todo lo que ello implica, presión con la que tiene que lidiar la joven promesa del fútbol uruguayo.
Dirigida por Carlos Andrés Morelli y basada en la novela homónima escrita por Daniel Baldi, Mi Mundial se adentra en ese delicado terreno de la explotación de jóvenes valores para su rendimiento casi esclavizante en las grandes metrópolis del fútbol mundial. Un tema álgido tanto en Uruguay como en el resto del continente, ya que las potencias globales siempre tienen puestos los ojos en nuestras tierras para cazar al que podría ser el próximo Pelé, Maradona o Messi, sin importarles demasiado los que quedan en el camino. Siendo este el conflicto central, la película aborda una gran cantidad de temas satélites. El vínculo entre amistad y deporte, el sentido de pertenencia que el juego puede generar en una comunidad o la calidad de las relaciones intrafamiliares mediadas por el fútbol, son todos asuntos que ocupan segmentos significativos del metraje, pero que terminan por restarle profundidad al armado en su conjunto.
El filme tiene un tono algo inocente en su progresión, lo que podría explicar la simplicidad con la que se trabajan determinados tópicos, sin profundizar en ninguno. Tal vez con una pretensión familiar o infantil, rescatando el significado más superficial que podemos desprender de estos conceptos, se hace posible ver la propuesta como una que no busca complicarse con dramas elaborados ni narraciones complejas, haciendo de su contenido un mapa legible para un amplio universo de público. Este camino nunca es ilegítimo, y aunque no compromete demasiados riesgos, puede evaluarse satisfactoriamente, hasta cierto punto. Ahora bien, sí resulta una lástima que se presenten problemáticas potencialmente interesantes y no se desarrollen desde lo puramente cinematográfico. Tampoco le haríamos justicia al análisis si justificamos todo en tal marco de comprensión, lo que nos impediría abrir líneas de interpretación que la película sí ofrece. En este sentido, podríamos resumir las dificultades de la obra en un elemento neurálgico: la inverosimilitud que gira en torno al protagonista.
Tito tiene de 13 para 14 años. Como bien sabemos, es la edad en la que la maquinaria mercantil comienza a seducir a los noveles talentos. Y si bien no es raro que le ofrezcan el traslado a la ciudad para incorporarse a un nuevo equipo, lo que desde ahí emerge resulta siempre un tanto extraño, como su explosiva popularidad o su incipiente traslado a un club de la primera división brasileña. O bien no existió la claridad o no se percibió como un problema, pero se produce un descalce entre la presentación del personaje, su contexto, su cuerpo y sus habilidades, y lo que la historia propone como algo que se ve absolutamente desmedido y compromete los consecutivos giros de la trama. No somos capaces de percibir que Tito sea tan bueno para la pelota, cosa que se justifique todo lo que le sucede. Esto lo podemos percibir en la puesta en escena, específicamente en la filmación de los partidos. Un dolor de cabeza eterno, y no exclusivo de esta película. Representar correctamente el juego del fútbol debe ser una de las cuestiones más complejas en términos de coreografía y precisión de los movimientos. No es raro que cuando se lo ha intentado, y pasa igual con Mi Mundial, el resultado haya parecido falso, impuesto, como si los jugadores fuesen demasiado conscientes de lo que va a ocurrir; algo que en una cancha jamás es así.
El fútbol es un negocio, pero, como dice Eduardo Galeano, puede ser mucho más que eso, “como fiesta de los ojos que lo miran, y alegría del cuerpo que lo juega”. Mi Mundial aborda solamente una cara de la moneda, insinuando la otra pero sin desarrollarla en lo absoluto. El guión nunca termina de decidirse si ver el fútbol solo como una tecnocracia lucrativa y depredadora, o incluir apropiadamente en su discurso el componente identitario que tanto lo caracteriza. En un nivel elemental, cumple con presentar uno de los temas más complejos en lo relativo a las esperanzas de superación de familias completas, gracias a lo que un niño puede hacer con sus piernas; la dicotomía entre estudiar o ser deportista profesional. Sin embargo, la pasión que despierta el fútbol, rasgo tan propio de cómo se vive el deporte en nuestra comarca, nunca despega, y su tratamiento resulta apocado, mezquino. La relación padre-hijo no alcanza a cuajar, y no terminamos de percibir si Tito juega por obligación, anhelo o simple diversión, lo que hubiera ayudado a delinear mejor el personaje, y con eso, a la película en su conjunto.
Al no conocer en detalle el referente literario que inspira la obra, no podemos aseverar cuánto le adeuda y si eso resulta un lastre. Lo que sí podemos decir es que la adaptación de la temática futbolera desde la literatura al cine no es una cuestión sencilla -probablemente en ningún campo lo sea-, y no son pocos los ejemplos que adolecen de la capacidad de reflejar filmicamente lo que tan bien pueden retratar las palabras en términos de lo que puede significar el fútbol para un niño, un barrio o un país. Tampoco sorprende que no se hagan muchas películas de ficción situadas en ese mundo deportivo. Hay una épica característica de cierta literatura que trabaja estos temas, muy propia de los autores trasandinos, que suele traducirse a imagen con determinados códigos propios del cine, como la cámara lenta o los ángulos contrapicados, los que, si bien aportan grandilocuencia, no siempre logran vehiculizar los mismos sentimientos. “El fútbol es el fútbol, viejo”, dice Fontanarrosa. “El fútbol. La única verdad”. Eso que tan bien sabe la literatura, aún no lo termina de aprender el cine de ficción.
Nota comentarista: 5/10
Título original: Mi Mundial. Dirección: Carlos Andrés Morelli. Guión: Carlos Andrés Morelli, Martín Salinas (Novela de Daniel Baldi). Fotografía: Sebastián Gallo. Reparto: César Troncoso, Néstor Guzzini, Verónica Perrotta, Jorge Bolani, Marcel Keoroglian, Roney Villela, Ernesto Liotti, Facundo Campelo, Candelaria Rienzi. País: Uruguay. Año: 2017. Duración: 102 min.