Los Jetas (Emilio Romero, 2014)
La película Los Jetas es quizás un buen ejemplo de que las series pensadas para la web necesitan algo más que personajes y escenas cómicas para convertirse en un largometraje.
Esta película, opera prima de Emilio Romero, fue filmada durante la producción de la segunda temporada de la serie web, en donde la gran acumulación de material los hizo pensar en realizar un largometraje para la pantalla grande. El resultado del experimento es débil, ya que confía demasiado en la seducción de sus protagonistas Tomás Echeverría (Rodrigo Pardow) y Manuel Viera Riesco (Roberto Fuentes), para hacer avanzar una historia que a poco andar se vuelve débil, predecible y poco interesante. Pero si la serie fue exitosa ¿dónde estaría la falla?
Se ha dicho que Los Jetas es una parodia de la clase alta chilena, que aborda el mundo de los treintañeros de clase alta, ligados al rubro audiovisual y la publicidad. Su humor, sin embargo, no alcanza para darle este título a la película. Los Jetas no es una parodia. Aquí hablamos más bien del “chiste por el chiste”, de la anécdota que se cuenta entre un grupo de amigos bajo ciertos códigos y que de tanto repetirla, quizás ya no hace tanta gracia. No hay una sátira fuerte o clara hacia este submundo al cual se alude. La base del sarcasmo, de la ironía, de la comedia negra y de la parodia es la crítica. Acá no se pisan los suficientes juanetes como para que puedan salir chispas.
El argumento de Los Jetas se basa en la realización de un proyecto audiovisual que ambos protagonistas venden a uno de sus contactos (un familiar muy adinerado, perteneciente al rubro de la minería) para hacer un documental sobre el primer inmigrante italiano, fundador de la empresa en cuestión. ¿Y si no lo logran? Ahí está el primer problema de la película, ya que poco importa. Los mismos protagonistas no se muestran nerviosos ni preocupados ante el fracaso. Sus personalidades, totalmente alienadas, nos hacen desvincularnos de la necesidad de que logren su objetivo, por lo que la aventura se vuelve poco emocionante desde un comienzo.
Por otra parte, un buen argumento necesita de un motor emocional, encarnado por el (o los) protagonistas, que sea capaz de mover al espectador de un punto a otro de la cinta. Es decir, si vamos a acompañar a un personaje, queremos verlo enfrentado a sí mismo, que esta aventura produzca un cambio, para bien o para mal, en su vida. Sin embargo, Los Jetas tienen demasiadas pocas ambiciones o deseos como para movilizarnos y ponernos de su lado. La llegada de una “socia”, María Ignacia, (Tamara Tello), nos permite quizás tener la esperanza en una antagonista interesante, que despierte pasiones o menoscabe planes durante este viaje hacia el Desierto de Atacama. Sin embargo, al poco andar, ella se convierte en una más del grupo, con ambiciones tan poco claras e irrelevantes como sus compañeros, lo que nos deja otra vez a la deriva, que ni los diálogos cómicos ni el absurdo de las situaciones pueden salvar. Porque además hay muy poco de frescura en ellos, poca novedad, poca sorpresa. Los protagonistas aspiran a poco y arriesgan mucho menos, lo que los convierte en personajes finalmente sosos de una historia con pocas emociones.
El montaje de la cinta no corre tampoco a la par de los diálogos, al abusar del uso de jump-cuts o efectos de sonido que poco agilizan y nada agregan al contenido. La irrupción de cuadros en negro separando las situaciones más que lograr una unidad, cortan la película en distintos “gags” que no alcanzan la intensidad necesaria para convertirse en un todo.
En resumen, la cinta no presenta mucha novedad ni tampoco un humor demasiado desarrollado como para enamorarnos de Tommy y Manu, ya que por muy mínimas que puedan ser las vidas de dos “torpes”, siempre hay un atisbo de gran humanidad en los personajes cómicos que nos hacen llorar de la risa. Quizás ese es el gran problema de Los Jetas, el vacío interno de sus protagonistas y lo poco interesante de su peripecia.
Pilar Gil Rodrigo