Las cruces de Quillagua (Jorge Marzuca, 2012)

El documental de autor, producido de forma independiente en nuestro territorio, da cada vez más que hablar en festivales nacionales, extranjeros y ha cautivado nuevos espectadores, tanto por la forma de mostrar la realidad que retrata, como por el contenido que exponen sus imágenes. Este es el caso de la película La Cruces de Quillagua, primer largometraje del realizador Jorge Marzuca, próximo estreno que trae Miradoc, iniciativa que traslada a diferentes puntos del país una variada muestra de la producción contemporánea del cine documental.

Las Cruces de Quillagua –que presenta la devastación provocada por la minería en un poblado de la zona norte del país; un lugar emplazado en el punto más seco del desierto de Atacama, cercano a las orillas de río Loa– destaca por su eficacia narrativa y por constituir casi el único retrato existente acerca de Quillagua; el registro muestra la vida cotidiana de sus habitantes inmersos en paisajes desoladores y develan paulatinamente la problemática que enfrentan en su día a día. Pueblo pobre y casi fantasma, antaño –según los personajes del documental– fue considerado un oasis en medio del desierto por su cercanía al río, abastecía la zona con agua potable para su uso en la ganadería, la pesca y el cultivo; los agricultores y pescadores se proyectaban por la calidad que prometían sus productos: camarones y alfalfa que crecía en esas tierras. Con la llegada de la minería, el recurso hídrico se esfumó y dio paso a malos tiempos, la contaminación de las aguas dejó a su paso la devastación de la llanura, un terreno yermo, transformando a Quillagua en un pueblo infértil. Los lugareños, frente a la falta de posibilidades, emigraron paulatinamente y el pueblo quedó cada vez más vacío y habitado por adultos mayores.

La denuncia que expone el autor, no se deja seducir por métodos facilistas de la panfletaria ecologista ni por el mero reportaje informativo, sino plantea una metodología discursiva que expone la resignación de la gente de Quillagua, su desazón, que con simpleza y sabiduría, abre una reflexión de alcances  mayores.

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Las entrevistas registradas a modo de retratos se mezclan con una cámara fija que observa el entorno: hogares, vistas nocturnas de calles, bingos, la escuela pública, fiestas religiosas y actividades diarias en un ritmo pausado, al tiempo de sus personajes. El director enseña el último bastión de un lugar olvidado y desprotegido por el estado chileno, Quillagua resiste con un suministro de luz eléctrica y agua potable racionada.  Los  entrevistados  son claros en sus  palabras, “Codelco vino a matar el pueblo y no sé cómo le pueden comprar cobre a una empresa que contamina”, “la plata te consume y te hace pobre”, condimentada con el testimonio de una pandilla de viejos borrachos que aclara que lo único que queda es drogarse y beber.

La lograda fotografía de la película traspasa el tiempo cotidiano presente de sus personajes lo que opera como modalidad observacional destacando también la oralidad del relato como memoria histórica, elementos que hacen de este documental un interesante testimonio sobre lo que se niega a desaparecer.

Las Cruces de Quillagua denuncia la problemática que afecta a la zona, al pueblo; asimismo dando cuenta de la desprotección estatal de los recursos naturales ante mineras como Codelco. Si bien el documental no va a cambiar la historia, tal vez agite conciencias al exponer las consecuencias que a mediano y largo plazo destruye el medio ambiente y el hábitat humano.

Susana Díaz