La isla de los pingüinos: Lo subjetivo de la lucha social
El segundo largometraje de ficción de Guille Söhrens recrea lo que fueron las tomas del movimiento estudiantil del año 2006, pero lo hace desde la mirada de Riquelme (Lucas Espinoza), un estudiante de provincia que al poco tiempo de cambiarse a un colegio de la capital se ve inmerso en una revolución de la cual se siente completamente ajeno.
Siempre con su cámara hi8 en la mano, Riquelme graba todo lo que ocurre en la toma a la que asiste de mala gana. Sus registros no tienen ningún afán más que ser una especie de diario de vida, en donde también critica, clasifica y se queja de sus compañeros, con un tono irónico y descomprometido con la causa. La estructura de la película es sencilla, el avance dramático se basa en encuentros, en el amor adolescente, en superar obstáculos emocionales, en los cambios interiores de cada personaje, que van de la mano con los cambios nacionales. Al interior de la toma presentada por el film los estudiantes tienen roles notoriamente definidos y cumplen una función según su personalidad, sus intereses, sus miedos. Laura, la presidenta del centro de alumnos del instituto, es la líder soñadora y comprometida con los cambios culturales. Paredes, el vicepresidente, encarna las ambiciones políticas y de liderazgo. La Javi “frutas” es una adolescente preocupada del amor y de la unión de grupo. También están el que vive en una población y encarna la madurez de la calle; “los hermosos”, la pareja popular que solo vemos besándose; el que se cree punky, que tiene una banda y pretende hacerle frente a los neonazis; el grupo de cristianos religiosos; y por último, el protagonista, que todo lo observa desde una ensimismada distancia y escepticismo.
La voz de Riquelme va guiando lo que la película nos quiere decir. Así, comienza diciendo: “El 2006 no teníamos idea de lo que estábamos haciendo, no es como que exista un manual de instrucciones para armar una revolución, o por lo menos a nosotros nos tocó crecer en un país donde ese tipo de textos ya se habían quemado”. Palabras que se condicen con las inseguridades que se suscitan en los personajes según sus personalidades. Como la película se basa en estos perfiles prototípicos, la pregunta que surge es qué tan verosímil puede ser la representación del interior de un establecimiento educacional en estilo high school, teniendo en cuenta el contexto de un movimiento social que todos conocimos e incluso algunos vivimos de cerca. Aceptando a priori el género en que se encasilla la película (algo así como comedia dramática), lo que logra que este retrato no resulte burdo es que se sustenta en la mirada subjetiva y tragicómica del protagonista, la que a su vez representa fielmente las frustraciones, preocupaciones y problemas de la adolescencia, observadas además con ironía y desde la perspectiva de las relaciones interpersonales. Los personajes son verosímiles en su condición de adolescentes y sus características se ligan también a su posición de clase social.
La película logra hacer el enganche desde una ingenuidad que se compenetra y condice con la ingenuidad de quienes le dan vida, e intenta rescatar los dilemas juveniles dentro de la efervescencia de un momento histórico y en lo cotidiano de la toma. Estos son explicitados de forma literal en las notas mentales del protagonista, quien todo lo mira desde un tono o sabiduría superior, pero que, en contraposición, la misma trama y los mismos compañeros son capaces de cuestionar. Así, esta voz omnipresente también tiene su quiebre, usando recursos dramáticos como el clásico desenmascaramiento (cuando una de sus grabaciones es proyectada en medio de una tocata y queda en evidencia su odio adolescente hacia sus compañeros), efecto que permite el autocuestionamiento y que la función del protagonista no sea estática en su rol sino que tenga su propio desarrollo y crecimiento. Ese momento, en que se proyectan las imágenes del rostro de Riquelme hablándole a su hi8 y criticando todo, es símbolo del juego de tamaños con que se ven los problemas en esa etapa de la vida, adolescente y escolar, cuya complejidad intenta reflejar La isla de los pingüinos y que nos habla de los niños que lideraban el movimiento.
En el armado del guión hay un logrado equilibrio entre los conflictos de relación, como lo es el reencuentro entre Laura y Riquelme, que permanece siempre cruzado en medio de las conversaciones o de las discusiones políticas, sin quedar nunca de lado ni tampoco de absorbiendo burdamente la trama. Asimismo, la necesaria aparición del profesorado -encarnado en Anita Tijoux-, de los apoderados que reclaman, de la prensa o de los neonazis -como fuerza antagónica y que tiene su condimento violento y cómico a la vez-, ejercen como actores que se presentan sutilmente pero lo necesario para comprender su rol y generar contexto. No obstante, quizás por falta de recursos presupuestarios, es evidente una reducción de elementos que determinan un resultado visual muy limpio y minimalista, cayendo en una suerte de sketch o puesta en escena presente e inverosímil, en lo que es quizás el principal defecto a lo largo del film.
Se valora el desafío de hacer un retrato del movimiento pingüino desde una comedia dramática sin grandes pretensiones ni recursos y desde una postura política que implica deshacerse del carácter épico de la lucha, pues no es algo que se haya consignado en el cine chileno hasta el momento, siempre abocado a documentar un momento histórico desde un rescate de la memoria (como en Actores secundarios, de Pachi Bustos y Jorge Leiva), rompiendo con ciertos esquemas preconcebidos en la relación entre temática y género cinematográfico.
Nota comentarista: 6/10
Título original: La isla de los pingüinos. Dirección: Guille Söhrens. Guión: Guille Söhrens, Javier Muñoz Percherón, Javiera Moraga. Fotografía: Gustavo Uribe Arteaga. Dirección de arte: Gabriela Maturana. Sonido: Daniel Bocaz. Producción: Eduardo Gana, Javier Muñoz Percherón, Ana Belén Asfura, Guille Söhrens, Javiera Moraga. Reparto: Lucas Espinoza, Rallén Montenegro, Juan Cano, Paulina Moreno, Germán Díaz, Anita Tijoux. País: Chile. Año 2017. Duración: 105 min.