La comunidad de los corazones rotos: De la soledad cotidiana a la redención social
La comunidad de los corazones rotos es una película francesa dirigida por Samuel Benchetrit, a partir de sus relatos autobiográficos Las crónicas de asfalto. Se desarrollan tres historias ambientadas en un mismo lugar y basadas en un mismo principio: gente solitaria, que tiene la oportunidad de redimirse de su aislamiento. Un vecino rehúsa pagar por el ascensor de su edificio porque vive en el segundo piso, luego queda en silla de ruedas y solo se atreve a salir de incógnito en plena noche. Conoce a una enfermera que hace turnos nocturnos y se hace pasar por un fotógrafo para seducirla. En paralelo, una actriz alcohólica en decadencia es rescatada emocionalmente por un adolescente solitario. La tercera historia implica a un astronauta y una argelina, pero no digamos más para no arruinar la sorpresa.
El relato se desarrolla en una vivienda social (HLM, o Habitation à loyer modéré), en un barrio periférico y aislado, según una fórmula recurrente de la marginalidad social en Francia, provocada por planes sociales y urbanos desastrosos. Además se trata de una HLM varada en mitad de la nada, en un barrio sin tráfico ni comercios: casi un elefante blanco. Es fundamental tener esto en mente para contextualizar la película. Es una historia que dialoga irónicamente con un problema de fondo de la sociedad francesa: una construcción de solidaridad social en los hechos es una infraestructura de segregación y un factor de aislamiento y soledad bajo forma de una mole de concreto y asfalto (como indica el título en francés, Asphalte).
Por supuesto, existen muchas obras de ficción en torno a las HLM. Basta con mencionar la famosa La haine (Mathieu Kassovitz, 1995). A diferencia de esta última, en La comunidad de los corazones rotos se quiso evitar la asociación de la pobreza con la violencia y la inmigración, y se rehúye la estigmatización de los barrios complejos como centros de confrontación entre individuos o grupos. En la película la denuncia social apunta, en cambio, a la falta de interacción. La marginalidad urbana es enfocada desde la miseria personal como resultado del aislamiento social. La ubicación periférica de las HLM en la ciudad refuerza el aislamiento, pero en el filme se alude a la soledad como un elemento transversal de la modernidad.
Es una descripción de la deshumanización del ser humano en sus viviendas de concreto y rodeado por máquinas. En especial el televisor. Los personajes, perdidos en la noche de sus apartamentos, en mitad de la nada, pero aun así todos juntos en su horrible edificio, se escapan a otros horizontes (astronautas imaginarios) a través de la televisión, pequeña caja de las maravillas en que suenan voces de otros seres (doblados al francés) y se puede contemplar sus cuerpos idealizados a todo color. Por lo mismo, la película posee un formato (aspect ratio) medio cuadrado y encerrado, típico de la televisión análoga. Además, como sucede en la variopinta pantalla (ya no tan) chica, se apoya en diferentes materiales audiovisuales (recreación de tomas en el espacio, recreación de película en blanco y negro, cámara casera, etc.).
Así, los personajes llevan una vida solitaria, náufragos en una realidad fría, sin sentido. Están desorientados por la ausencia física del resto. Esto refleja una autopercepción común en Francia en cualquier nivel social: muchas personas se sienten expuestas a la soledad y el abandono, especialmente en la tercera edad, cuando más se requiere la asistencia de otros. Como un reflejo de la incomunicación, en el filme abundan conversaciones que se desarrollan lentamente, con pausas, con rostros expresivos en un mismo y permanente plano. Conversaciones algo desesperantes, que no acaban nunca.
Pero las historias de La comunidad de los corazones rotos son esperanzadoras. En mitad de la soledad, suceden encuentros de redención (para ambas personas). Toda la trama reposa en lo que sucederá con estos encuentros. De hecho, a medida que avanza la historia, los personajes logran despegarse del televisor y entrar en contacto. Pienso en una imagen simbólica: dos personajes, que por fin hablan, aparecen frente a un televisor apagado y se reflejan en su pantalla oscura. La pantalla entonces se transforma en un espejo de sí mismo y no una fuga. Los encuentros son la esperanza. Como indica un personaje, “Más allá de toda la oscuridad, hay una gran luz”. Esa luz es este edificio social pavoroso, porque la humanidad de las personas está más allá del contexto degradado y degradante en que pueden llegar a vivir.
Nota comentarista: 5/10
Título original: Asphalte. Dirección: Samuel Benchetrit. Guión: Samuel Benchetrit, Gábor Rassov. Fotografía: Pierre Aïm. Edición: Thomas Fernandez. Música: Raphaël Haroche. Elenco: Isabelle Huppert, Gustave Kervern, Michael Pitt, Valeria Bruni Tedeschi, Jules Benchetrit, Tassadit Mandi. País: Francia. Año: 2015. Duración: 100 minutos.