Gilda: Simplemente, fuiste
Gilda, Miriam Alejandra Bianchi, la cantante de música tropical y cumbia fallecida en 1996 en un accidente automovilístico a los 35 años de edad, ocupa un lugar legendario en el imaginario popular argentino, por lo que, sin duda, merece un biopic que intente erigir su figura. Por cierto, todo ídolo popular lo merece, supongo. Algo de eso tienen la Evita de Alan Parker, el Maradona de Emir Kusturica, el Che Guevara de Walter Salles. Desde ese punto de vista, Gilda, no me arrepiento de este amor, de Lorena Muñoz, rinde el debido tributo a la cantante cuya idolatría se alza, incluso, al nivel de la santidad y la devoción masiva que hasta ahora perdura en algunos rincones de Argentina.
La película propone un relato y estructura simple para poner en escena la vida de la cantante, interpretada por Natalia Oreiro, poniendo énfasis en sus días de profesora de un jardín infantil cuando decide, sin conversarlo con su entorno, empezar su carrera musical, dejando a un lado a su familia y apostando por su sueño de ver a la gente cantando sus canciones. Desde ahí, da cuenta de las vicisitudes que encuentra camino a la fama, hasta llegar al accidente en el que muere junto a su madre e hija, además de algunos integrantes del su orquesta.
Ahora, partiendo de una premisa rebatible en lo referido al género de la película, el peligro de hacer un biopic radica en la monumentalidad y espectacularidad del referente, en su peso cultural, por lo que encontrar una forma o una retórica cinematográfica pertinente resulta fundamental y, la mayor parte de las veces, es el error articulador de las propuestas de este tipo. En este caso, por ejemplo, tanto la santidad como la monumentalidad de Gilda, ponen en jaque desde el comienzo a un proyecto como este, ya que Lorena Muñoz opta por un relato íntimo, centrado en el tema del amor, dejando a un lado las posibilidades culturales que rodeaban a la cantante y, sobre todo, el ritmo festivo de la cumbia argentina que clama por otro ritmo de la narración y la estética de la película.
Se asume, entonces, que la apuesta de Lorena Muñoz apunta al relato íntimo de la figura popular y, de seguro, esa es una opción válida. Apuesta por adentrarse en el relato y sueño de Gilda. Sin embargo, en ese ejercicio no aprovecha de ahondar en los relatos humanos de la madre, los hijos, su esposo y de Toti. Estos funcionan como piezas, si bien importantes, demasiado planas, sin vida ni sangre propias. De ahí que falte un espesor dramático que atienda a los puntos ciegos que deja la vida misma de Gilda, solo tibios, aunque pertinentes y logrados flashbacks de su infancia que abren la proyección del relato.
El tema de la intimidad clama por una espacialidad similar, está claro, y en eso la película acierta. No obstante, en esa opción, el aura de Gilda se extravía, y así también su popularidad y el desborde masivo que esta provocaba. Por ejemplo, las tomas de sus recitales siempre son construidas desde planos cerrados —salvo de dos escenas de recitales masivos― y la relación con la fanaticada se reduce a encuentros fugaces y aislados. De este modo, el efecto masivo, de la multitud que congrega y mueve Gilda, se pierde.
Gilda, no me arrepiento de este amor, es una película que responde y acierta de forma moderada al formato del biopic, de hecho, funciona como relato coherente, administrando los elementos biográficos de la cantante. Sin embargo, falta riesgo, falta cumbia, falta una escena espectacular, falta levantar un intento más cercano al fenómeno cultural y social llamado Gilda.
Luis Valenzuela Prado
Nota comentarista: 6/10
Título original: Gilda, no me arrepiento de este amor. Dirección: Lorena Muñoz. Guión: Lorena Muñoz, Tamara Viñes. Fotografía: Daniel Ortega. Montaje: Alejandro Brodersohn, Ernesto Felder. Música: Pedro Onetto. Reparto: Natalia Oreiro, Lautaro Delgado, Javier Drolas, Susana Pampín, Roly Serrano, Daniel Melingo, Ángela Torres, Daniel Valenzuela, Vanesa Weinberg. País: Argentina. Año: 2016. Duración: 116 min.