Frantz (2): Políticas de la verdad
En una época donde la transparencia se extiende hacia lo político y burocrático erigiéndose como un nuevo ideal, no sorprende entonces que la vida social y familiar sean también afectados por ella. Una cierta política de la verdad se nos impone en tal movimiento, aquella que viene del modelo científico y que la hace equivalente a la exactitud, la precisión y la certeza buscando reducir al máximo cualquier traza de ambigüedad.
El filme Frantz del realizador francés François Ozon entrega una perspectiva diferente de la verdad entendida como transparencia. Sumergido en el mundo de los recuerdos, la memoria y los relatos, su cine ha estado más cercano al despliegue de las ficciones que a la búsqueda de certezas. Verdad y variedad se mezclan, se fusionan en pliegues y capas sin un centro único sino más bien en una espiral con múltiples reversos. Asoma así otra política de la verdad: la verdad se estructura como ficción y la ficción puede alcanzar a la verdad para quien se deja atrapar en su movimiento.
En los relatos y las historias, las mentiras también nos informan de la verdad justamente allí donde se entraman con la subjetividad. A veces, la opacidad más que la transparencia posibilita tránsitos subjetivos transformadores cuando se trata de experiencias en que la familia y los otros son tan importantes como nosotros mismos. Extraer verdad de la ficción resulta en esta película un ejercicio donde Ozon retoma un tópico no sólo presente en su filmografía sino en el propio cine cuando es pensado como un dispositivo de conocimiento.
Frantz es el nombre de un soldado alemán muerto en las trincheras francesas durante la Primera Guerra Mundial, Frantz también es el nombre del único hijo de una familia alemana de provincia y, además, es el nombre de un hombre joven que tiene a Anna (Paula Beer) como su prometida. Frantz ha muerto en combate, su tumba sin cuerpo es visitada regularmente por Anna que le lleva flores, corre el año 1919 y es primavera. Frantz, en tanto nombre, ha devenido un significante que circula en el discurso íntimo y familiar.
Su invocación suscita diversos recuerdos, Frantz continúa habitando la memoria de diversas maneras para todos los que compartieron su vida. Por ello, cuando aparece Adrien Rivoire (Pierre Niney), un delicado e introvertido joven francés que concurre a visitarlo a su tumba, su presencia -aunque enigmática e incómoda- trae también la esperanza de revivirlo en esos días de duelo. Los padres, devastados por su muerte, y su joven prometida, que ha visto truncada su vida amorosa, ansían saber más de Frantz. Los recuerdos y las historias que Adrien les cuenta en sus visitas permiten vislumbrar un rastro de Frantz desconocido. Anna, no sólo se regocija en los relatos de Adrien, está disponible a escuchar otra cosa en las palabras y recuerdos que evoca quien dice ser su amigo. Por su parte, el joven francés tiene otro propósito, uno que le atormenta y que necesita revelar, y por el cual ha decidido viajar a Alemania.
Los personajes muestran los diversos rostros de cómo se construye una historia a la vez íntima pero también social y política del destino de los mártires de la Gran Guerra, de cómo son recordados por sus padres, sus amantes y amigos, de lo que significan para aquellos que compartieron esa vida y que de manera brutal su existencia les fue arrebatada. El filme nos muestra también el lado de los vencedores, de los costos subjetivos que tiene participar en la lógica de la guerra.
François Ozon no sólo se queda en ese aspecto, durante la segunda parte del filme incorpora los efectos de movilización del deseo que se despiertan en Anna y que la hacen emprender su propia búsqueda.
Ozon adapta libremente la obra de teatro L’homme que j'ai tué (1925) de Maurice Rostand, y también la antigua película Remordimiento (Broken Lullaby, 1932) de Ernst Lubitsch, marcada por una intención pacifista que el curso de la historia claramente no siguió. Ozon se apropia de algunos temas de Lubitsch aunque introduce diferencias importantes: cambia el centro dramático y la época, pero sobre todo la sumerge al interior de su cinematografía y en su narrativa, caracterizada por movimientos y revelaciones inesperadas de la historia y de las identidades, conservando un sentido del suspenso y del develamiento en la línea de Chabrol y de Hitchcock.
Toma algunas decisiones de lenguaje, la filma predominante en blanco y negro pero elige algunos momentos para introducir el color, dotando sus escenas de una extrañeza cautivante. La ubica en la Alemania profunda de 1919, un país vencido y humillado por el tratado de Versalles, y cuenta la historia desde la perspectiva de Anna, primero en Alemania y luego en Francia. Su narrativa es realista, aunque sus imágenes siempre sugieren la presencia de otra cosa. Sigue una progresión temporal, pero luego cambia el sentido e introduce un movimiento que nos lleva hacia una búsqueda más personal donde nos confronta con el dilema ficción/verdad para intentar negarlo.
Nos conecta con las sensaciones tanto de los perdedores como de los que se sienten triunfadores, se sumerge en las sutilezas y ambigüedades del nacimiento y curso del sentimiento amoroso y del deseo, del peso del remordimiento, la culpa y el perdón. Ozon mueve su cámara con delicadeza y elegancia, atento tanto a los diálogos como a los gestos, a las atmósferas y lugares. Es una película quizás distinta a otras donde exploraba lo femenino y el deseo sexual con mayor crudeza. En Frantz no hay sexo explícito pero sí mucho erotismo contenido, tanto entre Adrien y Anna, como entre Adrien y el mismo Frantz, expresado en mínimos gestos y miradas. Ozon filma esa complejidad especialmente a través del personaje de Adrien, captando cierta ambigüedad y conflictividad que lo convierten también en un misterio que Anna intentará despejar.
El lugar que el filme le otorga a la poesía de Verlaine, la música y la pintura de Manet complementa la función del arte en la creación de sentido, posibilidades expresivas y catárticas inevitables en la tramitación de los afectos. Sigue los meandros de la memoria, la disipación fecunda de una verdad absoluta y trasparente, y el surgimiento del sentimiento de vida como un saldo del dolor y la pérdida.
Miguel Reyes Silva
Nota comentarista: 8/10
Título original: Frantz. Dirección: François Ozon. Guión: François Ozon, Philippe Piazzo, (adaptado del filme Broken Lullaby, dirigido por Ernst Lubitsch). Fotografía: Pascal Marti. Música: Philippe Rombi. Reparto: Paula Beer, Pierre Niney, Johann von Bülow, Marie Gruber, Ernst Stötzner, Cyrielle Clair, Alice de Lencquesaing, Anton von Lucke. País: Francia. Año: 2016. Duración: 113 min.