El infiltrado del KKKlan: Power to the people
Spike Lee ha sido uno de los directores que más elocuentemente ha puesto sobre la palestra, en el esquema cinematográfico estadounidense, las problemáticas de discriminación racial que han definido históricamente su sociedad. Situando sus personajes en distintos escenarios dramáticos, incursionando en diferentes géneros y temáticas, sus películas suelen trabajar la violencia policial contra personas afroamericanas, la negligencia con la que los regímenes políticos han enfrentado situaciones de segregación, o el odio irracional contra el otro, sea negro, latino o musulmán, que tan usualmente es visto como amenaza por los poderes hegemónicos, blancos, católicos. En épocas de posverdad, mediatización extrema y relaciones sociales digitalizadas, con tendencias mundiales que han logrado volver a ubicar discursos de ultraderecha en posiciones de gobierno, el director neoyorquino vuelve con su tradicional estilo, pero con una historia de época, para hablar desde el pasado sobre las amenazantes señales políticas que en muchos lugares ofrece el presente.
El infiltrado del KKKlan cuenta la historia de Ron Stallworth (John David Washington), primer policía afroamericano en la historia de Colorado Springs. Corren los primeros años de la década de los 70 del siglo pasado y la cuestión racial sigue muy tensa en el ambiente. Con manifestaciones públicas y concentraciones en universidades, la policía decide usar el único activo que puede pasar desapercibido, como infiltrado en un mitin político de estudiantes afroamericanos, para dilucidar si las organizaciones tienen aspiraciones violentistas. En este trabajo, Ron conoce a Patrice (Laura Harrier), una dirigente que llama inmediatamente su atención amorosa, lo que entra en conflicto con su trabajo encubierto. Mientras, dado su aparente talento innato, Ron es designado como detective. La trama central de la película se inicia recién aquí, cuando aburrido en su escritorio, se percata que en un diario local hay un anuncio del Ku Klux Klan, quienes buscan nuevos adeptos. Para su sorpresa, responden a su llamada como si fuera un negocio de lavadoras, y luego de una breve impostura convence a su interlocutor para que lo invite a una reunión y lograr inmiscuirse en sus filas. Lógicamente, él no puede ir a tales encuentros, por lo que su colega Flip Zimmerman (Adam Driver), blanco -y judío-, lo suplanta para llevar adelante la investigación y descubrir si estos herederos del odio racial son solo un grupo de facinerosos, ruidosos pero inocentes, o si realmente están planeando algo grande.
Se trata de una comedia, lo que fija inmediatamente el tono general de la obra, más allá de que no descuide el comentario crítico. La evocación al presente de la política yankee es a ratos metafórica, a ratos literal. Los blancos suprematistas son retratados como monigotes infrapensantes, y por lo tanto, muy peligrosos. Su líder incluso hace alusión a la marca registrada de la era Trump, al resumir su misión con el ya famoso “make America great… again”. El juego que propone Lee es interesante en la medida que, para un espectador contemporáneo, lo absurdo de la situación -un policía negro infiltrándose en una organización criminal famosa por su crueldad racial- podría asignarse a un contexto social determinado como ya pasado. Pero los ecos constantes al presente promueven la reflexión en torno a lo que vemos cotidianamente en noticieros alrededor del globo.
El filme cuenta con algunos de los códigos estilísticos más característicos del realizador. El quiebre diegético con el uso del archivo, la suspensión de la narración intercalando largas secuencias que no aportan a la trama sino al punto central del discurso, o lo que de seguro es uno de sus motivos visuales favoritos: situar al personaje frontal a la cámara, en un movimiento lineal y simultáneo de ambos, lo que permite a las figuras mantener su distancia con el objetivo, mientras el fondo va cambiando. Este tipo de movimiento, mucho más subjetivo que físico, funciona como ejemplo de un cine que más que contar historias, busca problematizar realidades. En el caso de El infiltrado del KKKlan, el punto puede resultar un tanto conflictivo para el armado en su conjunto. Se trata de una trama entretenida y atrapante, lo que podemos ver desde su storyline, y los quiebres que aletargan su progresión, propios del universo creativo del autor, generan una distensión a ratos desmedida. La demostración más elocuente de esto puede ser la presencia de la línea narrativa de Patrice, potente en tanto logra visibilizar la discriminación con la que viven quienes luchan por igualdad racial, pero que durante largo rato escasamente aporta al núcleo central de la intriga policial.
Como también es usual en la obra de Lee, las referencias cinéfilas no dejan de emerger. En el film se pone en entredicho la historia cinematográfica misma de su país, al hacer eco en el presente diegético la polémica en torno a una de las películas capitales del cine norteamericano: El nacimiento de una nación (D.W. Griffith, 1915). En una ceremonia iniciática del Klan, los participantes vitorean a todo pulmón las hazañas de los libertadores mientras pasan la película, como si tal documento reflejara una verdad histórica inapelable. La alusión a la posverdad es evidente a la vez que preocupante, en la medida que un grupo de personas es capaz de dar estatuto de realidad a una construcción mediada, en este caso, por el aparato cinematográfico. La contraparte está puesta por una constante referencia a películas de detectives de los setenta, que tenían en los roles centrales a actores afroamericanos y que de alguna forma forjaron un estilo muy propio de la década, como podrían ser Shaft (Gordon Parks, 1971) o películas de Pam Grier como Coffy o Foxy Brown (Jack Hill, 1973 y 1974 respectivamente).
“Power to the people” le dice Ron a Patrice en una de sus reuniones. “All the power to all the people”, le responde ella. Todo el poder para todo el pueblo, entendido ese todo como una conquista por la igualdad de derechos. Ese sustrato transformador atraviesa la película, pero no logra establecerse como un eje lo suficientemente central como para guiar definitivamente las acciones de los personajes. El grito de alerta de Lee es claro y elocuente, la oleada violentista nunca se fue, solo estuvo dormida y ahora ha despertado. No deja de ser una lástima que la película, ubicándose en un horizonte político tan marcado, no hiciera suyo el discurso de la radical transformación de la sociedad. Lo que parece no haber perdurado, en este juego de pasados y presentes, es la presencia de una izquierda fuerte en el progresismo norteamericano. No es que no exista, es que no se visibiliza de igual forma. Es cierto, no podemos exigirle al director ninguna clase de compromiso con un color político que puede no representarlo. La cuestión racial estaría por encima, y es entendible. Se trata de una problemática material, concreta. Tal vez el futuro obligue al director a ir un paso más allá.
Nota del comentarista: 7/10
Título original: BlacKkKlansman. Dirección: Spike Lee. Guión: Spike Lee, Kevin Willmott, David Rabinowitz, Charlie Wachtel (Libro Black Klansman de Ron Stallworth). Fotografía: Chayse Irvin. Música: Terence Blanchard. Montaje: Barry Alexander Brown. Reparto: John David Washington, Adam Driver, Laura Harrier, Topher Grace, Ryan Eggold, Corey Hawkins, Robert John Burke, Paul Walter Hauser, Jasper Pääkkönen, Harry Belafonte. País: Estados Unidos. Año: 2018. Duración: 128 min.