El destino de Júpiter (Lana y Andy Wachowski -Estados Unidos, 2015)
Una primera afirmación que podemos hacer respecto a El Destino de Júpiter, y no es poca cosa, es que se trata propiamente de una película de los hermanos Wachowski. Desde el estreno de Matrix en el año 1999 y con una actualización de sus intenciones con la aparición de Cloud Atlas en el 2012, se hace evidente la preocupación de los realizadores por adherir a la trama de ciencia ficción, componentes de un mayor tonelaje reflexivo y crítico respecto a la sociedad contemporánea. Al elemento de acción y artes marciales, se le suma la lúcida perspectiva de la raza humana como no más que baterías para una gigantesca maquinaria de control en Matrix, y la atractiva capacidad que tienen las emociones humanas de interconectar pasado, presente y futuro en Cloud Atlas. Ahora la propuesta se expande a la inmensidad del universo, donde el planeta Tierra es solamente un pequeño eslabón dentro de un sistema de comercio intergaláctico y la humanidad, nuevamente metaforizada, se vuelve capital financiero para magnates que solamente buscan el rédito económico.
Con este telón de fondo se introduce la historia de Júpiter Jones (Mila Kunis), una humilde muchacha de ascendencia soviética, con sueños de grandeza y que trabaja junto a su madre limpiando hogares adinerados en Chicago. Su monótona y aplastante rutina se ve interrumpida cuando, de improvisto, se ve involucrada en medio de una disputa familiar entre los tres herederos de la Casa de Abrasax; el joven Titus (Douglas Booth), la bella Kalique (Tuppence Middleton) y el codicioso Balen (Eddie Redmayne), propietarios de la más acaudalada fortuna en el cosmos. La grandeza con la que Júpiter fantasea le da de frente en el rostro cuando se entera que su código genético es idéntico a la fallecida madre de los hermanos Abrasax y por tanto, como su reencarnación, obtiene derecho exclusivo sobre sus antiguas propiedades interestelares, entre ellas, la Tierra. Como se ha de imaginar, los tres ambiciosos hermanos no se quedan de brazos cruzados frente a la posibilidad de perder control sobre sus porciones del macro imperio económico y cada uno intentará ganarse los favores de Júpiter para sí o simplemente borrarla del mapa. Con la ayuda de Caine (Channing Tatum) un legionario renegado, genéticamente modificado para volverse un cazador mortífero, Júpiter logra escapar de los engañosos favores de los Abrasax y enfrentarse a su destino, la posibilidad de traer equilibrio a un universo dividido por las disputas de poder.
El Destino de Júpiter ofrece una amplia gama de atractivos visuales, con un diseño de producción muy elaborado y con escenas de acción bastante logradas, que de seguro atraerán la mirada de los fanáticos del género. Con un revoltijo entre androides, cazadores de recompensas, licántropos con escudos y pistolas laser, lagartos alados gigantes, ciudades astrales y naves espaciales tipo Robotech, la película se asegura una porción no menor de entretenimiento puro. Al mismo tiempo, resulta llamativa la idea de una burocracia de nivel galáctico, la inutilidad de sus mecanismos y la fantasía de que una firma y un papel pueden representar orden y dominio. Sin embargo, lo que el film gana con sus bondades visuales y argumentales, se echa de menos en otros aspectos básicos e irrenunciables de toda propuesta cinematográfica, sin ir más lejos, la actuación. Cuando se guardan los misiles y se hace necesaria la humanidad de los personajes, prácticamente ninguna interpretación da con el tono, ya sea en la exageración del griterío o en la poco creíble liviandad de sus reacciones. Da la impresión que la película está obligada por contrato a durar más de dos horas, ya que no bastan los dedos para contar pasajes y fragmentos claramente sobrantes, los que terminan por debilitar considerablemente la integridad del metraje.
No puede ser si no una lástima que un principio de por sí atractivo y explotable se desinfle en subtramas típicas y olvidables – como la a la vez obvia, repentina y poco justificada atracción romántica entre Júpiter y Caine. La metáfora bastante cercana de que la Tierra tiene dueños en sentido comercial y que sus habitantes poseen una libertad ficticia hasta que el propietario decida transformarlos en mero capital transable, sumando a la interesante pero poco desarrollada noción del tiempo como el bien mercantil más codiciado en la galaxia, levantan una propuesta que no termina de dibujarse en el horizonte de un cine aparentemente forzado a tropezarse él mismo con las falencias propias de la industria. Al igual que como quedó demostrado con las desilusionantes secuelas de Matrix, los directores orbitan la posibilidad de un cine a la vez comercial y reflexivo pero sin aterrizar plenamente en aquel desconocido horizonte. Como decíamos al inicio, se trata propiamente de una película de los Wachowski.
José Parra