Alien Covenant (2): El lapsus del androide
Dioses, androides, ingenieros, humanos y xenomorfos: ¿quién creó a quién?
Si con Prometheus (2012) el proyecto de Ridley Scott era construir la precuela de la saga que el mismo inició en 1979 con Alien, el octavo pasajero, está última entrega de 2017, Alien: Covenant, continúa en la misma ruta. El motivo que anima a sendas expediciones interestelares es contestar la ancestral pregunta sobre el misterio de la creación de la especie humana. Suponen que la respuesta está en la exploración del espacio, pero en esa búsqueda comienzan a revelarse oscuros intereses egoístas de dominio y de control, tanto de la inmortalidad como de la posibilidad de la creación de una vida. Así se despliegan motivaciones paralelas que a ratos se cruzan, emergiendo un destino aun más terminal y definitivo: el deseo de la extinción de lo humano. Ambas cintas transitan en la tensión entre crear y destruir o destruir para crear. El problema es originalmente introducido en Prometheus, junto con nuevos personajes que organizan una genealogía de lo humano en convivencia con sus partenaires, tanto Aliens como también androides. Bajo las distintas mutaciones de los xenomorfos y de los androides se diseña una cosmogonía de lo humano, de sus fines y de su posible extinción.
En el desarrollo de ambas tramas se puede constatar que Prometheus y Alien: Covenant producen un desplazamiento hacía un centro distinto de la tradicional saga Alien, tanto del primer filme del mismo Scott como de sus secuelas, dirigidas por James Cameron (1986), David Fincher (1992) y Jean-Pierre Jeune (1997), todas al servicio de Alien más como una franquicia que siguiendo las líneas temáticas establecidas inicialmente por el director británico. De todas formas, y más allá de las diferencias entre cada una de ellas, hay algunos elementos comunes. En todas el personaje femenino era gravitante, convertido en el antagonista de las criaturas alienígenas. Sin embargo, hoy notamos que más allá de las apariciones de los Aliens, las películas tratan de viajes que buscan resolver misterios o colonizar nuevos paraísos para la especie humana, por ello los nombres de cada filme pertenecen a sus naves y sus misiones. El protagonismo ahora recae en la presencia y función de los androides, David en Prometheus y Walter/David en Covenant, así también el terror otrora sostenido en las irrupciones de los Aliens, se desplaza hacia el conflicto entre el androide y lo humano. Las criaturas alienígenas se han convertido en meros instrumentos de destrucción al servicio de los propósitos de un androide desencantado de su creador, que poco a poco gana en poder y control sobre la exterminación de lo humano, considerada como una raza indigna y fallida.
Los temas de la ciencia ficción dominan por sobre el thriller de terror gótico que caracterizó el debut de la serie: la ambición por los orígenes, los enigmas y ambivalencia hacia los creadores y el desprecio sobre la filiación humana desplazan la omnipresente energía materna por la supervivencia que caracterizó la saga. Hoy los personajes femeninos tienen menos fuerza que la heroica y valiente teniente Ripley (Sigourney Weaver) en todas sus mutaciones. En las precuelas, tanto la doctora Elisabeth Shaw (Noomi Rapace) en Prometheus y la doctora Daniels (Katherine Waterston) en Covenant, están condenadas a desaparecer en cada viaje. Ambas pertenecen más a un mundo que las vincula con las investigaciones científicas que con propósitos militares y son menos combativas. Ambas son asimismo un poco más dependientes de los otros -hombres o androides- que Ripley, son menos erotizadas también, incluso un tanto más ingenuas.
El otro elemento diferente es el factor terror que tanto marcó el debut de la saga, hoy parece más bien en deuda y está pendiente resolver si las precuelas han logrado apuntar hacia donde reside hoy la fuente del terror contemporáneo. Todo indica que para Scott su respuesta viene del poder de la ciencia, de la inteligencia artificial y la tecnología. Por ello quizás Alien ya no es tanto esa pesadilla sobrenatural que emerge de lo desconocido, oscuro y profundo que caracterizó al espacio exterior en el siglo XX. En nuestro siglo XXI los Aliens o los xenomorfos no son más que un organismo patógeno, creado y diseñado inicialmente por la ciencia de los “ingenieros” como un arma biológica, una biotecnología puesta al servicio de la destrucción masiva más que una criatura autónoma e ingobernable que concentre todos los males y nuestros más atávicos terrores. La emergencia de una pesadilla tiene que ver con los sueños que soñamos, con aquello que no logramos figurar en las imágenes, esos núcleos insondables que desprenden angustia. La luz de la ciencia introduce trasparencia, exactitud, claridad, transforma a los sueños en un mero registro encefalográfico, y a los Aliens en embriones o esporas expuestas a toda luz y quizás por ello asustan menos. Lo esencial del terror reside justamente en aquello que desconocemos radicalmente o, como decía Freud, aquello que tiene la capacidad de volver infamiliar lo familiar generando extrañeza. En 1979 nada sabíamos de Alien, sólo conocíamos a una energía asesina y caníbal, incontrolable e impredecible, una oralidad devoradora e insaciable. Hoy sabemos mucho más de los Aliens por la saga e incluso contamos con una taxonomía, una clasificación que opera de la misma forma que con cualquier otra especie. Por ello hay un movimiento respecto de su importancia y, tanto en Prometheus como en Covenant, la temática Alien es más periférica y secundaria, ubicando al androide como el representante de nuestros deseos de poder y control, de inmortalidad, de racismo e intolerancia del otro, de lucha fratricida y de narcisismo destructivo.
El lapsus del androide
Quizás uno de los elementos más sorprendentes de Alien: Covenant sea la presencia de David (androide que viene de Prometheus) y su confrontación con su clon Walter (ambos representados por el mismo actor), el androide encargado de la nave Covenant. En su misión colonizadora, los dos tienen un sentido del deber y una relación con los humanos muy distinta. Scott apuesta por dar un protagonismo al conflicto entre androides, incluso mas allá de las peleas entre los Aliens y los miembros humanos de la tripulación del Covenant, las que son en definitiva secuencias de acción bien ejecutadas y cercanas al cine bélico. Por el contrario, a través del conflicto entre los sintéticos y en cada uno de ellos, el director sigue desarrollando elementos que presentó en Blade Runner (1982) y que a la luz de esta última película presenta nuevas aristas. Por cierto, esperamos ver este año qué nos propondrá Denis Villeneuve para su propia versión de este clásico. Pero en lo que respecta a Scott, los androides, sus cavilaciones y sus deseos, son un tema que retoma las obsesiones que la ciencia ficción viene explorando casi desde sus inicios, tanto en el cine como en la literatura.
Si nos detenemos en Covenant, advertimos en las primeras escenas las líneas que se propone desarrollar. Un limpio y minimalista plano nos muestra a David, a quien su creador -un joven Peter Weyland (Guy Pearce)- le llama hijo: el millonario fundador de Weyland Corp ha diseñado a David a imagen y semejanza de lo humano, o al menos de la idea que él tiene de ello. David representa un yo ideal, su fisionomía cubre su sintética maquinaria, y la elección de Michael Fassbender allí no es casual, sus atributos físicos, sus proporciones, representan un cierto ideal de belleza y de perfección. A fin de facilitar su interacción social se requiere de un nombre, y este viene de la monumental escultura del David de Miguel Angel. Creador y creación conversan sobre la perfección, las creaciones humanas, el arte y la inmortalidad. David representa la perfección que imagina una época, su existencia realiza los sueños del dueño de la Corporación. Pero David advierte un error de diseño en los seres humanos, son mortales; condición que Weyland ve con un límite. Su sustancia viva, si bien perpetúa su especie mediante la reproducción sexuada, en tanto individuos determina que todos los humanos están condenados a un fin. La composición sintética, por el contrario, es inmortal y no necesita de otro para perpetuarse; en otras palabras, los androides carecen de sustancia germinal. David y Weyland discuten sobre la posibilidad y la capacidad de la inteligencia artificial para poder crear otras vidas. Todos esos temas recorrerán toda la película: la creación y lo que se necesita hacer para ello de no mediar la reproducción sexuada.
Peter Weyland es un admirador de la cultura y del clásico Lawrence de Arabia (1962) y sin saberlo traspasa sus elecciones y sus ambiciones a David. La permanente referencia al filme de David Lean en Prometheus hace reaparecer, en boca del androide, un frase que marcará el ethos de David: "El truco, William Potter, está en que no te importe que te duela’’. Así, pase lo que pase, David concretará sus objetivos.
Ya cuando vemos la nave Covenant aparece Walter, un doble de David. Él está a cargo de la nave a la que llama “Madre”. Tendrán que suceder una serie de malas decisiones de la tripulación para que Walter se encuentre con su clon, quien se ha transformado en el amo absoluto del planeta al que han arrivado los colonos. Dedicando su tiempo a la experimentación biológica con especies no humanas, David alberga un profundo desprecio por los humanos, los considera indignos y está convencido de que son un mal que debe ser aniquilado, misión que él se atribuye realizar. Todo el problema radica en que necesita de lo humano para concretar sus propósitos, para crear debe primero destruir. Recién ahí se entiende la función y las limitantes de sus criaturas xenomorfas. Su ciclo vital requiere que parasiten por un tiempo, muy breve, al huésped humano que las acoge. El cuerpo, solo la carne viva, orgánica mas allá de la diferencia sexual, puede albergar a la criatura alienígena para su verdadero nacimiento. El producto final será entonces siempre en algún sentido híbrido entre lo humano y lo alienígena, o entre los ingenieros y los alienígenas como ocurre en Prometheus.
¿Por qué entonces no pueden reproducirse solos y siempre los aliens yacen en estado de embrión? Esa condicón de estructura introduce un tipo de reproducción que si bien no es sexuada, hace necesario un cuerpo vivo para que cobren real existencia. Las esporas de Aliens, así como con los llamados facehugger o abrazacaras, son organismos parásitos, penetran violentamente la carne viva, a través de la boca principalmente, pero también de otros orificios, y en poco tiempo debilitan al huésped hasta reventar los cuerpos en un tipo de parto brutal.
David se siente así un creador, intenta superar su limitación de androide para aspirar a convertirse en otra cosa, pero ¿qué es eso otro? Lo único que dispone David que funciona como otredad radical es aquello mismo que él desprecia, es decir, lo humano, y siguiendo las aspiraciones megalomaníacas de Weyland podría incluso llegar hasta Dios. En definitiva, David no tiene opción, requiere volverse humano y por tanto imperfecto para alcanzar la anhelada perfección. Lo llamativo es que la prueba de que está más cerca de lo humano y más lejos del androide justamente la da la posibilidad de equivocarse. Será tal su identificación que, dialogando con Walter acerca del autor del poema Ozimandia del siglo XIX, David comete un lapsus al atribuirle el poema a Byron, pero Walter lo corrige, se trata de Percy Shelley. David, el androide, se equivoca: ya no totalmente un robot, se ha asimilado a los humanos y por ello, y a su pesar, entrarará en un terreno desconocido para él.
Ridley Scott va más allá respecto de la clásica impotencia atribuida a la inteligencia artificial para experimentar emociones, recuerdos, o inclusive un sentido trascendente. Sus nuevos androides incluso aprenden los síntomas de los humanos, reproduciendo así el drama edípico y, tal como los hijos sin saberlo o quererlo reproducen los fracasos de los padres, ningún padre estará a la altura de su función Su ciencia ficción entonces deviene en tragedia.
Nota comentarista: 7/10
Título original: Alien: Covenant. Dirección: Ridley Scott. Guión: John Logan, Dante Harper. Fotografía: Dariusz Wolski. Montaje: Pietro Scalia. Música: Jed Kurzel. Reparto: Michael Fassbender, Katherine Waterston, Billy Crudup, Demián Bichir, Danny McBride, Carmen Ejogo, Jussie Smollett, Amy Seimetz, Callie Hernandez, Benjamin Rigby, Alexander England, Uli Latukefu, Tess Haubrich, Guy Pearce, Noomi Rapace, James Franco. Año: 2017 País: Estados Unidos. Duración: 121 minutos.