XXXIX Festival Cine UC (4): Black coal, Thin ice (Diao Yinan- China, 2014)
Es un placer y una oportunidad única asistir a películas cuyo destino rara vez son las salas de cine sino la nube virtual de las descargas y el pirateo. Pero, siendo honestos, las sensaciones de los espectadores que terminamos de ver Black coal, Thin ice (ganadora de la Berlinale del 2014) fueron más cercanas al desconcierto y la perplejidad. Claro, son emociones genuinas y estimulantes, pero rara vez agradables. Mientras la veía, me preguntaba si la película me estaba jugando una trampa a la que no lograba acceder, o si lo que miraba era un gran despropósito. ¿La habilidad de la película era tan sofisticada que no lograba estar a la altura de ella o su forma poco común de presentar su trama se debía a un defecto vestido de transgresión? Esas son algunas de las preguntas que uno se hace cuando se enfrenta a una película que exige salir del estado permanente de confort a las que nos tiene habituado el cine industrial. ¿Vale la pena el esfuerzo de internarse en los áridas y fríos parajes de este extraño thriller? Veamos.
Lo primera que vemos es un pedazo de cuerpo, una mano, en medio de un cúmulo de carbón industrial. Parece una cita obvia a Blue Velvet (Lynch, 1986) que también iniciaba su primera escena con una oreja en medio de los arbustos, La cita no es gratuita, es una notificación de que nos internaremos en delitos bajos y crueles, en personajes gobernados por pulsiones contenidas, inexplicables, todo en el contexto de los lóbregos y fríos climas de una ciudad china sin nombre.
A continuación viene el despliegue de personajes que echan a andar la investigación, la búsqueda de los sospechosos y los posibles culpables. Pero todo se va a diablo cuando, en una redada de rutina llevada torpemente, mueren dos de los tres detectives asignados al caso. Pasan cinco años y el único sobreviviente de ese estúpido error de procedimiento, Zhang Zili (Liao Fan), ahora es un guardia privado, alcohólico y decadente, que carga con el peso de la culpa. Un antiguo compañero le informa que partes de cuerpos humanos han vuelto a aparecer en diferentes lugares de la ciudad. Al ser el único sobreviviente de ese antiguo caso, le pide que participe de incógnito en la investigación de este posible asesino en serie. Las sospechas apremiantes recaen en Wu Zhizhen (Kwai Lun-Mei), una mujer que carga con la sombra de la fatalidad porque, en palabras de un policía, “quien sale con ella, muere”. Wu Zhizhen es una imagen alterada de la femme fatale. A diferencia de los estereotipos del clásico cine negro, ella no es plenamente consciente de sus poderes perversos; más bien pareciera actuar bajo los dominios de una nube negra y maldita que la atormenta y la persigue en su oscuro ensimismamiento.
En su primer corte, Black coal, Thin ice duraba 3 horas y media. La verdad es que podría durar la mitad o el doble de eso y, sin embargo, sus efectos expresivos serían los mismos. Eso ocurre porque la fuerza que domina todo el relato no es el esclarecimiento de una serie de asesinatos sino que es la irrupción acumulativa de escenas y situaciones que exacerban la emergencia de un atmósfera enfermiza, en la que conviven el humor y el horror, ciertas fugas cómicas con el desasosiego grotesco. En esta película no importa mucho la psicología de los personajes. A medida que avance el metraje, todos van confundiéndose con el frío paisaje que les sirve de apoyo, quizás porque los mecanismos que hacen avanzar a Black coal se extienden más allá de sus motivaciones y su línea argumental, generando un escenario en el que no predomina la imposición de la trama sobre las imágenes sino que, por el contrario, son las propias imágenes las que determinan el curso de la historia.
Si en la atmósfera extraña y sombría se proyecta la obra de Lynch, en su construcción formal aparece Raúl Ruiz, en donde cada escena y situación suscita una expectativa en el espectador que no llega a cumplirse. En esos contrapuntos visuales y dramáticos Black coal se libera de cualquier resonancia enfática, abriéndose al absurdo, al silencio impasible, a la violencia gratuita, todo con tal de adulterar los convencionalismos de thriller clásico pero, por sobre todo, interpelando nuestra compulsiva inclinación a interpretar, a organizar fragmentos que rehúyen ser utilizados como mitigaciones de una realidad indescifrable y misteriosa.
Marco Antonio Allende