Viola (Matías Piñeiro, 2012)
Más allá de la siempre profusa lista de ganadores y menciones especiales que tradicionalmente marcan el punto culmine de un festival de cine, hay algunos títulos que serán recordados muchos mas allá de su participación en un podio. Películas que ganan por su latencia en la memoria del público, por su capacidad de ser parafraseadas, por su cualidad de ser incesante motivo de búsqueda para quienes pudieron verla sólo una vez y no se resisten a recordarla solo en la nebulosa del tiempo.
Sin duda Viola del argentino Matías Piñeiro es uno de esos casos. Es por esto que no me detendré en la letanía de la detallada descripción narrativa, en explicar quiénes son y cómo sus personajes resuelven el devenir de la historia, porque afortunadamente hay algún espacio de la creación cinematográfica que ha trasladado su acento hacia una empresa incalculablemente más compleja. La de hacer de la historia, en su acepción estricta, un mero decorado prescindible.
Si parto diciendo que Piñeiro religa en su mediometraje extractos de la obra shakespeariana con conceptos como la traición, el engaño y la mentira, todo esto operado a través del lenguaje cinematográfico, estoy siendo tan trivial como si expusiera aquí un epítome de eventos bien contados con pretensión de crítica. El primer ejercicio de Piñeiro es audaz e interesante: Nos muestra la puesta en escena de Noche de reyes de Shakespeare, pero a través del tempo y la óptica del cine, es decir, la inusitada posibilidad de ver el teatro en primerísimo primer plano.
De ahí en más veremos como la impronta de esa dramaturgia expuesta en formato cine va a ser la generadora del espacio narrativo y de la situación atmosférica del film. El grupo de mujeres que personifica la obra trasladaran sus libretos hacia la problemática de sus propias vidas para crear escenarios aleatorios, ahora en la vida real, pero que terminarán siendo extrañamente parecidos a aquello que representan teatralmente.
Vamos poco a poco a adentrarnos en ese encantamiento de caer en una especie de vacío en donde el hilo conductor parecer perderse entre las divagaciones de actrices exquisitas, a ratos personajes clásicos endilgados en la erudición de sus declamaciones shakespearianas y a ratos simples mujeres descubiertas por una cámara voyerista entre la intimidad de conversaciones que parecen haber sido extirpadas de la realidad en bruto y pasadas por un tamiz sutil que las refina devolviéndonoslas en inmenso preciosismo.
Así el film se va construyendo en capas, superponiendo diminutas historias, a veces en forma de diálogos leves y aparentemente intrascendentes en que los personajes se sumergen a voluntad, para luego salir y habitar otro estrato. En esta nueva estadía se resignificarán y junto con ello, todo lo que narrativa y formalmente los precedió. Es así como ese vacío se va configurando sin apuro, sin el tan manido pánico de los realizadores contemporáneos de que algo haya quedado sin explicación, sin nota a pie de página. El universo de Piñeiro va a construirse cuando esos múltiples estratos se relacionen sin la necesidad de la linealidad, del tiempo físico, simplemente van a relacionarse porque su vitalidad radica en generar un panóptico, una mirada plural de las muchas formas en que el amor puede ser concebido.
Formalmente el film va a aparecer en la misma sintonía. Hay tal nivel de posicionamiento en la forma de trabajar que los actores parecen no advertir la aguda presencia de la cámara (la mayoría del elenco ha trabajado con Piñeiro de manera estable a lo largo de su carrera). Es por esto que no parece haber fisura entre la densidad de lo mostrado y la forma en la que se muestra. La cámara es íntima, tanto que logra hacer visible hasta la más tímida imperfección, trata de indagar la profundidad de la persona-personaje con tal voracidad que a ratos pierde el foco, maniobra que no habla de descuido, muy por el contrario, habla de pasión, de una pasión a la cual se le permite deformarlo todo, solo con la excusa de volver a construir otra vez un universo que parece tratarse, como aseverara el mismo Piñeiro, de salir de la vida para llegar al texto y emplazar desde ahí la genealogía del film.