Vida de familia (3): Relatos e imágenes borradas y apropiadas
Vida de familia trata de dos formas de construir un relato propio: una, borrando imágenes; otra, apropiándose de un relato ajeno o, en su defecto, haciendo eco de más relatos y voces. El personaje que articula estos procesos es Martín, un tipo enigmático del que poco se sabe durante la película. Solo que es llamado por Bruno para cuidar su casa, mientras este viaja a Francia junto a Consuelo -su esposa- y su hija. De Martín conocemos que es un familiar de Bruno, que carga con muchas fotografías en un álbum y que se construye una vida usurpando la de su primo o esbozando una propia a través de un amorío con Paz, durante los meses que dura el viaje familiar. La película pone sobre la mesa diversas formas y materiales, los que, como acierto, no conducen a una exorcización explícita del dolor, de hecho, no conducen a nada, se quedan en el camino, sin ofrecer un cierre del relato perfecto y reparador.
Temprano Martín se apropia de su rol como persona a cargo del hogar. No hay proceso de tensión entre el intruso y la casa. Entra y sale de ella sin problemas. Se viste con la ropa de su familia, interviene los espacios de la casa, pinta los rayados de la hija de Bruno y Consuelo, además de derrumbar el universo libresco -los libros son fundamentales para la familia, no así para Martín. Desde ese dominio del lugar la espacialidad juega rol fundamental. Un orden familiar, aparente, y un caos llamado Martín, también aparente. Todo en coherencia con una cuidada estética intimista escenificada desde una espacialidad y atmósfera familiar.
Desde el punto de vista de la cámara Scherson y Jiménez presentan una serie de encuadres dados por los ventanales interiores, los cuales derivan en la tensión de miradas, de campo/contracampo, al final de la película. Ellos podrían denominarse como metaencuadres, es decir, imágenes que encuadran otras imágenes. Un cuidado encuadre con planos cenitales, desde lo alto de la casa, hacia el patio interior con diseño de damero (blanco y negro). "El otro", en rigor el intruso llamado Martín, encuentra un lugar cómodo en la casa y desde ahí erige su plan de borronamiento y apropiación.
Vida de familia, propone un juego interesante entre la imagen cinematográfica y otras imágenes -Scherson ya lo ensaya con el videojuego en Play (2005). En este sentido, los cuadros con grabados y los portarretratos con fotos familiares en las paredes son otra forma de metaencuadre, vinculado a ciertos dispositivos de almacenamiento, reproducción y captura (álbumes, computadora, scanner) de imágenes. El guiño aquí es directo al libro de Zambra, Mis documentos, del cual forma parte el relato que da origen a la película: “El intruso”. La manipulación de las fotografías remite a un intento por tachar, anular y controlar, al momento de pixelar la imagen, es decir, el relato personal de Martín.
A su vez, la película deja entrever una lectura de ciertos temas sociales que rompen el carácter centrífugo e intimista del relato. Por un lado, el amorío de Martín, un “cuico”, vago, que asume el cuidado de una casa, con una madre soltera vendedora de películas piratas. Por otro, una breve escena muestra a Martín pegando el afiche de Mississipi, el gato perdido de la familia, en una pared atiborrada de carteles y rayados -letras e imágenes en tensión social y urbana, las cuales dialogan con el universos interno de la casa, paredes atestadas de libros e imágenes-, reivindicando temas de violencia política y estatal: el nombre de Matías Catrileo, mensajes ligados a la lucha mapuche y a la conmemoración de los 30 años de la muerte de José Manuel Parada, Santiago Nattino y Manuel Guerrero. Escena sutil y breve, que me recuerda a otros murales del cine chileno, tanto de los años sesenta y setenta, como reciente, uno borroneado, con imágenes de DD.DD. en Tony Manero (Pablo Larraín, 2008), y otro latente, ligado a los 40 años del Golpe Militar en Aquí no ha pasado nada (Alejandro Fernández Almendras, 2016).
La película, en general, habla de la cobardía, “yo no soy el que tu crees que soy”, dirá Martín, lo que, sin duda, se erige como marca masculina que Zambra, Scherson y Jiménez, desarrollan con matices en sus trabajos anteriores. Esa cobardía, sumada al rasgo enigmático, a ratos irrisorio, torpe, fracasado, frágil es compartida con otros personajes del cine de Scherson -Play- y Jiménez -Ilusiones ópticas- (2009). Esa cobardía, ese encierro personal y espacial exacerbados que Vida de familia propone, deriva en la necesidad de retocar las imágenes y memoria personal. Scherson, Jiménez y Zambra aciertan en esa propuesta abierta y pensadamente dispersa, en la articulación de las materialidades puestas en escena, las cuales juegan a favor del relato cinematográfico. Tanto el borronamiento como la apropiación de imágenes y de relatos dispersan toda posibilidad de confirmación de la vida de familia como un ideal sólido e indisoluble. Por el contrario, ese ideal, de existir, se hace difuso y un tanto frágil.
Luis Valenzuela Prado
Nota comentarista: 8/10
Título: Vida de familia. Dirección: Alicia Scherson, Cristián Jiménez. Guión: Alejandro Zambra, Alicia Scherson, Cristián Jiménez. Fotografía: Cristián Petit-Laurent. Montaje: Soledad Salfate. Reparto: Jorge Becker, Gabriela Arancibia, Blanca Lewin, Cristián Carvajal. País: Chile. Año: 2016. Duración: 80 min.