Último Año: Ver para escuchar

Una niña y cuatro niños hablan. A veces tienen discusiones muy serias y tratan de entender el propio futuro después de la enseñanza básica, qué va a ser de sus vidas, las de sus familias, las de sus amigos. A veces hablan en torno a las preguntas de un adulto, animados por lo que quieren contar o tal vez obligados y de mala gana encontrando alguna manera de limitarse a lo que les piden. También hablan entre ellos, huevean, vuelven sobre el futuro, juegan a las escondidas, se cuidan, se hacen una selfie, opinan. Para verlos hablar hay que estar muy atentos, hay que aprender a seguir con la mirada y nosotros, los oyentes, no estamos acostumbrados a eso.

Último año, documental dirigido por Viviana Corvalán y Francisco Espinoza, nos da esta oportunidad de ver a unos niños para poder escucharlos. La película sigue la experiencia de un grupo de jóvenes que, cursando el octavo básico en una escuela que no tiene educación secundaria, se verán obligados, junto a sus familias, a enfrentar la búsqueda de un nuevo colegio. Y, sin embargo, lo que podría ser el argumento de cualquier historia banal de cambios y adaptaciones, se ve complejizada por la simple realidad de que estos niños asisten a una escuela para sordos y se comunican a través de la lengua de señas chilena. Las opciones de continuidad son pocas (idealmente una: otra escuela para sordos que empezará a dar educación media ese año), por lo que la angustia recorre a las madres y a las profesoras, que intentan con todas sus herramientas preparar el terreno para que el encuentro con las instituciones de los oyentes no se vuelva traumática.

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Uno de los primeros planos de la escuela de sordos -en el que un grafiti en su exterior dice “Las limitaciones no existen/es el sistema el que las crea”- así como los textos de contextualización en la apertura y cierre, nos hacen explícito que este es un documental activista. Sin embargo, su postura y la exploración de la vivencia de injusticia por la comunidad de sordos se encuentran hábilmente trabajadas a través de una cámara contemplativa cuya principal virtud es ofrecer la palabra y la interacción de niños, apoderados, profesores y otros actores de manera orgánica, como el resultado de un acompañamiento largo y cuidadoso. Pero aún más, logra mostrar al grupo protagonista en distintos escenarios que van revelando al espectador la construcción de una situación de exclusión que además es explicada con las reflexiones del grupo afectado. En este caso, la cámara contempladora no es un mero fetiche estético sino una herramienta que acentúa la primordial visualidad que se juega en la vida de estas personas, permitiendo cederles la palabra (en la medida de lo posible) en sus propios términos.

Como he mencionado, el documental se estructura según el curso de un año, siguiendo el despliegue de la búsqueda del nuevo colegio. En ese tiempo confluyen dos mundos: por un lado, se enfatiza la estacionalidad del año, la lluvia y el frío, las flores y el sol, como un tiempo universal al que todos pertenecemos; por otro, se enumeran los “intentos” por acceder a un colegio, que es el tiempo particular que los protagonistas y sus familias deben afrontar. Precisamente, Último año se ubica en la transición entre las esferas sociales de sordos y oyentes, con las ansiedades y vulnerabilidad que enfrentan las personas sordas y las acciones que deben emprender para tratar de enmendarlas. En este sentido, una de las virtudes de la película frente a otros documentales que abordan la cuestión de las personas sordas como El país de los sordos (Nicolas Philibert, 1992) y El país del silencio y la oscuridad (Werner Herzog, 1971) es que, en vez de ubicar dicha experiencia en el plano espacial a través de un cierto exotismo y una distancia a explorar fílmicamente, Último año se centra en las dificultades del lado de las instituciones que introducen trabas, tiempos y condiciones que producen la exclusión y obligan a la movilización de estos actores, siendo precisamente el proceso de búsqueda y la acción de las comunidades en torno a las personas sordas lo que resulta central.

Para lograr este énfasis, la oposición entre ver y escuchar resulta primordial para el relato del documental, instalada en el montaje a través del ruido ambiente. En un momento la profesora de los niños hará explícito que las personas que hablan a través de lengua de señas, a diferencia de los oyentes, tienen que mirarse para poder conversar. De esta forma, el ruido ambiente acompaña la cámara contemplativa como una lenta meditación que nos obliga a interesarnos por los gestos y los movimientos, por el lenguaje de este grupo y sus singularidades. Pero más aún, esto permitirá instalar la observación de momentos cruciales en la escuela de sordos, que cobraran sentido cuando veamos al grupo entrar a su nueva escuela, una que es de oyentes.

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Porque si bien el documental tiene su clímax en una marcha, que nos regala una escena memorable de Martín tomando la palabra para hablar afuera de La Moneda (en la clásica narrativa de organización y demanda a un poder centralizado), pienso que el principal acierto de la película es mostrar lo que se podría llamar la micropolítica de la exclusión de las personas sordas en las situaciones de encuentro con el mundo oyente, en la preparación para aprender a hablar con la voz, en las evaluaciones para los nuevos colegios, en las promesas mercantilizadas de integración y, particularmente, en el ingreso a un colegio de oyentes. La relación de los niños con el himno nacional en ambos tipos de instituciones se vuelve central y resume el conjunto de la cuestión: cantar o quedarse callado.

En esta línea el documental no puede más que cerrar con el silencio. El silencio se instala como una metáfora concreta de la experiencia de las y los sordos en las instituciones educativas para oyentes, y si bien podría ser leído superficialmente como un burdo intento de identificar emocionalmente al espectador-oyente y a los protagonistas-sordos, lo que ese silencio enfatiza es el proceso de silenciamiento que se les viene encima a los niños en una institución que no habla su lengua. Último año, en un cierre más bien sombrío, logra provocar diversos tránsitos, tanto aquellos del espectador obligado a mirar lo que los niños sordos dicen, como el de los protagonistas arribando a la escuela de los oyentes, tránsitos que no solo iluminan la experiencia de este tipo de exclusión, sino que también logran denunciar inteligentemente una precaria voluntad de inclusión que recorre nuestra sociedad chilena.

 

Nota Comentarista: 7/10

Título original: Último Año. Dirección: Viviana Corvalán, Francisco Espinoza. Guión: Viviana Corvalán, Francisco Espinoza. Fotografía: Francisco Espinoza. Producción ejecutiva: Viviana Corvalán, Pablo Berthelon. Reparto: Ignacio Araya, Nicol  Fuenzalida, Luis Torreblanca, Martín Solar y Sebastián Ávalos. País: Chile. Año: 2017. Duración: 67 min.