Truman (Cesc Gay, 2015)
Quizá una de las cosas más interesantes en Truman sea su punto de vista, este reside en el intento de observar, enfrentar y comprender la muerte de otro a quien se ama, desde la lógica del desprendimiento y la generosidad. La película dirigida por Cesc Gay cuenta la historia de dos amigos que se reencuentran en Madrid después de años sin verse.
El arco dramático de la película se articula entonces por el breve viaje que realiza Tomás (Javier Cámara) a Madrid. Su esposa lo obligó a visitar a Julián (Ricardo Darín), quien tiene cáncer y decidió dejar el tratamiento porque la enfermedad ya se ha ramificado. Durante cuatro días, Tomás es testigo de cómo Julián enfrenta la proximidad de su muerte, en la medida que se relaciona con su cotidiano y asuntos pendientes.
La película es contada a través de Tomás, que desde una contención implosiva trata de entender a su amigo. Esta perspectiva se potencia con un montaje que intenta seguirle el ritmo a Julián, pero que sin embargo, va al tiempo de Tomás y de cómo procesa lo que está sucediendo; por lo mismo, son reiterados los planos de Tomás observando el día a día de su amigo. Sin embargo, y he aquí uno de los grandes méritos de la cinta, la situación nunca se trata de manera lastimera: Tomás es con Julián como siempre lo ha sido, y Julián nunca se victimiza; la forma en que ambos enfrentan la muerte le da respeto a su amistad y dignidad a la vida (y a la muerte).
Ahora bien, en la misma medida que el film aborda el hecho de asumirse para la muerte, en tanto realidad última, lo hace también con la amistad. El ser amigos es construido con la sumatoria de pequeños detalles, miradas y gestos, donde los espectadores logramos comprender que ya no es necesario hablar para entenderse, ni estar próximo para estar cerca. Mientras los días van pasado, cada uno se impregna un poco más del otro. Tomás comienza a dejar de lado su compostura, aparecen sus tatuajes y su ropa es más sencilla; y Julián toma de su amigo el impulso que necesitaba para ordenar lo que le queda de vida. Y aunque no sabemos en cuánto tiempo morirá Julián, sí sabemos que está es la última vez que estarán juntos, por lo que cada momento se vuelve más valioso aún.
Bajo esta misma lógica, la película también aborda la dificultad de los personajes para decir las cosas. Dificultad que, por un lado, pareciera ir en relación al tabú de la muerte, y lo que implica saber en vida, y con cierta certeza, que tus días están contados; pero por otro lado, permite que nuevos gestos, reacciones, acciones aparezcan de forma silenciosa. Entonces aunque Tomás no sea capaz de decirle a su amigo cuán orgulloso está de él, sí puede tomarle la mano cuando ambos duermen en una fría pieza de hotel. O Nico, el hijo de Julián, que tampoco se atreve a decirle a su padre que sabe de su decisión, sí lo abraza con toda sus fuerzas la última vez que lo ve.
Asimismo, vale la pena detenerse en la figura de Truman: una suerte de segundo hijo para Julián. En alguna medida pareciera que una de sus máximas preocupaciones al morir es qué pasará con su mascota, el único ser que depende exclusivamente de él y a quien Julián no puede explicarle la situación. Y aunque el perro da nombre a la película, éste no es el protagonista que uno pudiese esperar, ya que gran parte del film está ausente físicamente; sin embargo, se configura como una pieza clave que nos muestra a un Julián protector, cariñoso, bondadoso y sufriendo cada vez que debe separarse de él, ya que sabe que los días juntos son los menos .
A su vez, la vejez de Truman, su maltraer, un pie medio malo, y su gran tamaño, le dan particular cariz a un perro que de alguna manera parece estar apagándose también. A lo largo del relato Julián está buscando un hogar adoptivo para Truman, y cuando parece encontrar el lugar perfecto, la familia rechaza al perro porque está muy viejo, y el hijo de la pareja teme que éste muera. Y aunque la muerte es obvia para todos, en ese momento Truman se convierte en una suerte de extensión de Julián, imagen que se completa cuando Tomás está en el avión de regreso a Canadá con la correa de Truman en las manos. Es la parte por el todo, y lo que ha querido dejarle Julián a Tomás.
De esta forma, Truman nos presenta un relato tranquilo que se mantiene íntimo, pausado, pero en constante diálogo con el humor negro. Es como si para enfrentar la muerte fuera necesario reírse en su cara también, porque o si no nos hundiríamos con ella. Un claro ejemplo de esto es cuando ambos amigos visitan una funeraria y, sin arrugarse, Julián le dice a un vendedor que busca un servicio fúnebre para él, y aunque en un principio algo desconcertado, el vendedor no duda en ofrecerle una serie de entierros o urnas que parecen siúticas y ridículas; esto no deja de causar gracia al espectador, a pesar de que Julián se ha abstraído de la conversación en el momento que dimensiona que su cuerpo quedará reducido a unas pocas cenizas.
Dentro de los films que aparecen en temporadas de premios, Truman es una película que se agradece entre medio de grandes producciones, historias que parecemos haber visto antes –y de mejor manera–, y relatos que no dan espacio para reflexiones. En contraste, Truman se presenta de manera pulcra, con grandes actuaciones de sus protagonistas, entretenida, pero a la vez conmovedora. Por lo mismo, puede ser que al terminar la película aparezca un especie de silencio interior y una reflexión de la que es difícil concluir algo porque, a fin de cuentas, de la muerte no sabemos mucho, y por de pronto sólo nos queda anhelar que cuando ésta llegue, sea con la mayor dignidad posible.
Nota comentarista: 7.8/10
Título: Truman. Dirección Cesc Gay. Guión: Cesc Gay, Tomás Aragay. Fotografía: Andreu Rebés. Reparto: Ricardo Darín, Javier Cámara, Dolores Fonzi, Àlex Brendemühl, Javier Gutiérrez, Eduard Fernández, Elvira Mínguez, Silvia Abascal, Nathalie Poza. País: España. Año: 2015. Duración: 108 min.