The Tribe: La violencia coreográfica
The Tribe es la opera prima del cortometrajista Myroslav Slaboshpitsky, estrenada y ganadora en la Semana de la Critica de Cannes el 2014, que está realizada enteramente en lenguaje de señas (ucraniano) por actores no profesionales sordomudos y no posee ni traducción ni subtítulos.
Es además, como lo indica su título, una película que nos presenta, a través de Sergey, quien ingresa a un centro de educación para niños y jóvenes sordomudos, una red clandestina de contrabando y proxenetismo que forman sus alumnos con la ayuda de uno de sus profesores, que se articula como un sistema cerrado de códigos y reglas propias, una minisociedad paralela y marginal con jerarquías y ritos estrictos en el que reina la ausencia radical de valores.
Pero surgen varias interrogantes y discusiones sobre qué es lo que busca -o más bien qué logra- este film al minuto de dar vuelta las distancias y mostrar al revés la cuestión sobre los sordomudos como un mundo marginado, de manera que en el film es el espectador el que no tiene las herramientas para entender lo que se dicen entre ellos: ¿busca extremar la incomprensión? ¿Presenta un cine de la “experiencia”? ¿Podríamos criticarlo como un exceso violencia injustificada y sórdida? ¿Pensarlo como un tipo de realismo? ¿Y de qué realismo estaríamos hablando?
Para mí la discusión se resuelve cuando la historia que presenta la película termina cayendo desde mediados del metraje en varios lugares comunes, donde el espectador ya no se ve alejado por su incomprensión del lenguaje entre los personajes, sino que puede, fácil y cómodamente, recurrir a su bagaje fílmico para entender y seguir la historia, sin ni siquiera tener que hacer el intento de (in)comprender lo que están diciéndose los personajes. Esto es parte de los efectos de la decisión del director por no traducir ni subtitular el lenguaje de señas ucraniano, que si bien es una decisión interesante, no logra articularla de una manera suficientemente productiva y termina refugiándose necesariamente en lo explícito.
Me parece que por más que no podamos “leer” lo que dicen los personajes y por tanto no accedamos a su interioridad o sentimientos, mi sensación es que ninguno de ellos, excepto el protagonista, tiene algún tipo de evolución dentro del film, lo que no es un problema si lo que sucediera en la historia no fuera un cúmulo de lugares comunes, donde el uso provocador y áspero de escenas cruentas seguidas una tras otra terminará anestesiando en cierta manera la propuesta del film, atentando contra sí misma más que contra el espectador. Pues el uso shockeante de la violencia en varias escenas, incluso el juego (repetido por lo demás) de utilizar la sordera de los personajes versus nuestra capacidad de escuchar lo que sucede en el plano para lastimar a uno de los personajes, resulta más sórdido que propositivo. No entendemos lo que se dicen, pero todo se muestra, todo está expuesto, todo se sobrentiende.
En este sentido, me parece que el rasgo más rescatable y disfrutable dentro del film es aquella coreografía parlante, donde el lenguaje de señas nos posiciona frente a este movimiento incesante de brazos y manos entremezclados con cortos sonidos, rumidos, quejidos, golpes, tacto, una agitación constante, en un contexto de violencia en constate ebullición, a flor de piel, en la punta de las manos.
La locuacidad de estos gestos hiperactivos, como un superávit atencional centrifugo utilizado de manera coreográfica de una energía rebosante que se gestiona dentro del cuadro, presentado de un forma mucho más contenida que en el corto anterior del director con sordomudos (Deafness, 2010), donde los personajes sordomudos terminaban imitando penosa y cuasi paródicamente a la comunicación verbal, allí donde la sordera era tratada como una incapacidad, una distancia del mundo y de la comprensión, es utilizada en The Tribe de forma propositiva donde el gesto actoral de estos sordomudos no profesionales es impecable en el film y es quizás el mayor logro del mismo.
De esta forma, lo interesante está en la actuación y la dirección de actores que construye durante los 130 minutos del metraje de la mano de una concepción sonora que logra mantener nuestra atención en la tensión entre lo sonoro y lo no sonoro, sumado además al uso de la cámara con largos planos secuencia que permiten que el centro gravitacional del film sean las dinámicas de grupo y el moviendo de los cuerpos en el cuadro, donde el desligue espacial de lo físico propone más que la hipervisibilidad del shock, de ese efectismo impactante y sorpresivo en el que cae una y otra vez la historia. Es quizás el problema de realizar una ficción con pretensiones realistas, donde se busca ligar la violencia de una minoría con su marginalidad/discapacidad.
Nota comentarista 7/10. Título original: Plemya. Dirección: Myroslav Slaboshpitsky. Guión: Myroslav Slaboshpitsky. Fotografía: Valentyn Vasyanovych. Montaje: Valentyn Vasyanovych. Sonido: Sergey Stepanskiy. Reparto: Grigoriy Fesenko, Yana Novikova, Rosa Babiy, Alexander Dsiadevich, Yaroslav Biletskiy, Ivan Tishko, Alexander Osadchiy, Alexander Sidelnikov, Alexander Panivan. País: Ucrania. Año: 2014. Duración: 126 min.