Trastornos del sueño (1): Un viaje al fondo de la noche

Por Ignacio Albornoz

 

“Moviéndose entre espejos, ermitaño”

Miguel de Unamuno, “En horas de insomnio”¹

La primera secuencia de Trastornos del sueño, la más reciente cinta de Sofía Paloma Gómez y Camilo Becerra, delimita con precisión la atmósfera que dominará la integralidad del relato: planos lúgubres, a media luz, bañados en un halo noctívago, lánguido y mortecino, en que los cuerpos parecen moverse como animados por una fuerza de anémico automatismo y las palabras se funden en un ordinario devenir de lugares comunes, de anécdotas anodinas.

En términos de la trama, la secuencia establece también la premisa que servirá de punto de partida a la intriga: Joel, que trabaja como conserje en un inmueble de Santiago, es despedido sorpresivamente sin compensación económica. Su superior esboza, por toda justificación, una referencia a un embrollo del cual Joel -suponemos- sería en parte responsable.

Luego de ser despedido, Joel se dirige al apartamento de su prima, Mari, recientemente divorciada, quien vive en el mismo edificio. El filme nos da a entender, a través de referencias a la vez tangenciales y directas, que las visitas de Joel al piso de Mari son frecuentes, rutinarias, y que la relación que une a los dos primos es principalmente de orden sexual. Hasta ahí, si se quiere, la exposición de los fundamentos sobre los cuales se construirá el asunto, el núcleo de la cinta.

El resto del filme transcurrirá principalmente entre el apartamento de Mari y la casa de la madre de Joel, a la cual este regresa en su búsqueda de una nueva residencia. Atiborrada de objetos decorativos, artefactos, fotografías, cuadros, ornamentos y muebles disonantes, la casa de la madre contrasta, en razón de esa misma exuberancia de signos, con el ascetismo del antiguo refugio de Joel, o incluso con la inadvertida y azarosa mesura del piso de Mari. La composición de los planos -de corta distancia y en detalle- contribuye ciertamente a reforzar esta impresión de saturación, que domina nuestra percepción del nuevo espacio.     

El retorno físico a la casa materna, en ese sentido, funciona también como indicación de un regreso de naturaleza alegórica: Joel vuelve a introducirse, por la fuerza de los acontecimientos, en un mundo un tanto sórdido que adivinamos marcado por la enfermedad (su abuela sufre de Alzheimer), el laconismo (las conversaciones son parcas e intermitentes), la medianía y la alienación de las relaciones filiales. No es por cierto indiferente que este amargo retorno ocurra, en el colmo de los desajustes, durante las festividades de Año Nuevo, momento de júbilo, renovación y reencuentros.

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Es quizás en esa obstinación por recalcar lo indiscutiblemente aciago con un enfoque hiperrealista y crudo que el filme pierde algo de su ímpetu. La obcecación por mostrar un mundo supersticiosamente dominado por la aflicción y la desidia, en que todo evento o gesto recubre una dimensión de muda tragedia, contraría lo que -me atrevo a conjeturar- es el objetivo de los cineastas: erigir un retrato austero y transparente de los procesos de enajenación de una buena parte de la población del país.

En efecto, es más bien en los momentos en que los personajes pueden abandonarse a una cierta fabulación poética que la cinta despega y logra capturar aspectos más liminares y significativos del universo que se propone representar. Un punto que vale la pena subrayar, a este respecto, son algunas réplicas de tema onírico. El guión de Trastornos del sueño representa un universo en el que todas las conversaciones con un cierto estatuto de realidad y espesor emocional parecen girar en torno a la relación de sueños y pesadillas. Estos, como regla general, suelen ser premonitorios o referirse a eventos traumáticos cuyos pormenores, en las bocas de los personajes, resultan vagos y fortuitos. En todos, sin embargo, la figura de la casa aparece como hilo rector. Así, la madre de Joel narra un acontecimiento un tanto confuso en el que, afirma, había “una casa grande, con hartas plantas”. Mari, por su parte, hace la relación de una pesadilla en la que su hija Loreto está de pie sobre un árbol gigante. El árbol, precisa enseguida, “era como ese que estaba en el patio de tu casa, cuando vivías con el tata”. En ambas oportunidades, Joel indaga, sin demasiado interés: “¿Yo estaba en el sueño?”, a lo cual Mari y la madre responden, aunque vacilantes y sin poder precisar las condiciones de su rol, afirmativamente.

Estas elucubraciones nos recuerdan, en clave onírica, que el cine chileno actual, tanto en sus vertientes dramática como documental, está atravesado por trayectorias de partidas y retornos, en las que la búsqueda de un hogar o el redescubrimiento de las moradas de la infancia parecen recubrir los mundos narrados -es la académica Antonella Estévez quien nos lo recuerda- bajo un velo de melancólico desencanto. Lucía (2010), de Niles Atallah, o Perro muerto (2010), del mismo Becerra, son algunos de los índices más notorios de esa tendencia. Con los guiños estéticos que le son propios, Trastornos del sueño es acaso su capítulo más reciente. Con certeza, el más agrio y noctámbulo.

 

¹El verso citado pertenece al poema “En horas de insomnio” de Miguel de Unamuno. Reproduzco aquí la estrofa en cuestión, que cito a partir del volumen XIV de sus Obras Completas, publicadas en 1958 por Afrodisio Aguado Editores: “Oh triste soledad, la del engaño / de creerse en humana compañía / moviéndose entre espejos, ermitaño” (842).

 

Nota del comentarista: 5,5/10

Título original: Trastornos del sueño. Dirección: Sofía Paloma Gómez, Camilo Becerra. Guión: Sofía Paloma Gómez, Camilo Becerra. Casa productora: La Jauría Comunicaciones. Producción general: Camilo Becerra. Fotografía: Sofía Paloma Gómez. Montaje: Sofía Paloma Gómez. Dirección de arte: Sebastián Escalona. Música: Raúl Calderón. Reparto: David Hernández, Carla Gaete, Angélica del Pilar Flores Herrera, Carmen Rosa Herrera, Simón Aravena, Claudia Flores. País: Chile. Año: 2018. Duración: 86 minutos.