The Square: Estética relacional en serio
Corría el año 2002 y los aeropuertos ya no eran lo mismo que hacía un año atrás. Tras el atentado a la Torres Gemelas del pasado 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos había promovido por todo el planeta una política de la enemistad, en la que reinaba la desconfianza y el terror hacia las culturas de Oriente. Lo desconocido era peligroso y lo extranjero era sospechoso. Ideas como las de una comunidad universal, el amor al prójimo o la confianza en el vecino se habían visto desmoronados por la publicidad mediática y repetida de esos aviones estrellándose. En ese panorama, Nicolas Bourriaud publica un libro que le valdría la fama académica: Estética relacional. En dicho polémico libro, el curador francés expone la tesis según la cual el arte contemporáneo “ya no tiene como meta formar realidades imaginarias o utópicas, sino construir modos de existencia o modelos de acción dentro de lo real ya existente, cualquiera fuera la escala elegida por el artista”. La idea de Bourriaud se presenta en oposición a la clásica lectura de lo que significa el “arte político”, dejando atrás la lectura en que son políticas las obras que denuncien los males del mundo y abriendo paso al arte como acción política, como forma inmediata de producción de la comunidad que ya no existe en un mundo de desconfianza.
El filme ganador de Cannes 2017 fue The Square (Ruben Östlund), cuyas primeras escenas nos muestra a Christian, un curador del museo de arte contemporáneo de Suecia. La cámara sigue a Christian, siempre elegante, sofisticado e inteligente, durante su jornada laboral, resolviendo asuntos de alta ingeniería estética, pero también cuestiones mundanas como la del limpiador que barrió las cenizas de una obra conceptual. El día de Christian es interrumpido por un altercado callejero en el que decide intervenir, pero que tiene por resultado el robo de su smartphone. Christian, un hombre precavido y astuto, decide seguir virtualmente al portador de su teléfono gracias al GPS incorporado en el aparato. Uno de sus compañeros de trabajo le sugiere escribir una amenaza al ladrón del teléfono, imprimirla y dejarla en todos los departamentos del edificio donde el GPS señala que habita el portador. Mientras realiza esta acción, Christian resuelve los últimos detalles del gran estreno que se exhibirá en el museo: “The Square”, de la artista argentina Lola Arias. Luces led que forman un cuadrado en el suelo, presentado por la siguiente premisa: “The Square es un refugio para crear confianza y atención. Dentro de sus límites todos compartimos los mismos derechos y obligaciones”.
Christian se debate si acaso nombrar a Nicolas Bourriaud en su discurso inaugural o no. El “The Square” de Lola Arias es la perfecta muestra de lo que es el arte relacional según Bourriaud: “Conjunto de prácticas artísticas que toman como punto de partida teórico y práctico el conjunto de las relaciones humanas y su contexto social, más que un espacio autónomo y privativo”. La igualdad entre las personas es la premisa teórica y práctica que la obra de Arias viene a realizar: no es la promesa por la igualdad, sino su manifestación. Con una obra como esta el arte deja su promesa de politizar el mundo y por fin hace política. Y es en este punto, donde Ruben Östlund comienza a reír.
El cineasta sueco ya nos ha puesto a prueba con su sentido del humor: Force Majeure (2014) nos había enfrentado a la fragilidad de las relaciones humanas. Una película que puede ser leída superficialmente como una definición sociológica de las familias modernas, presenta su lectura más profunda en la forma en cómo el arte, y en especial el cine, da cuenta de la fragilidad de nuestras teorías explicativas de todo. En The Square, Östlund nos presenta su lectura más política, poniendo en jaque la afamada tesis de Bourriaud: lo que parece ser la máxima expresión del arte relacional, termina convirtiéndose en la máxima paradoja de Christian cuando éste es interrumpido por un pequeño niño que lo increpa duramente por haber enviado esa amenaza a su edificio. La familia de este niño recibió la amenaza, como todas las demás familias, y todos pensaron que él era un ladrón de celulares. El menor no pide más que disculpas públicas a Christian por difamarlo. Christian no sabe qué hacer y lo evita, intenta evadir su responsabilidad y no le da valor moral al asunto. Pero el niño persiste, poniendo en evidencia la incapacidad de Christian (¿”Cristiano”?) para hacerse cargo de lo que un Nicolas Bourriaud llamaría “el contexto social y las relaciones humanas”. Es así como Östlund nos muestra sutilmente una pregunta crítica para el arte contemporáneo: ¿dónde termina de practicarse esa política del arte? ¿Dónde termina el cuadrado de la igualdad de Lola Arias? ¿Por qué Christian mantiene un discurso de la igualdad y las relaciones humanas en público, pero en privado no es capaz de responderle a un niño al que dañó?
Esta dicotomía moral y política permite ver dónde se sitúa el cine de Östlund. Lo más interesante del cine de Östlund es que su cualidad de ser leído va más allá de la dicotomía realidad/ficción o verdad/mentira: The Square se puede leer como una oda al arte relacional, pero también como una broma que pone en evidencia la hipocresía del esnobismo comunista en el mundo del arte y la academia. La dicotomía en la que se sienta Östlund parece ser más bien la de seriedad/ironía: cuando leemos irónicamente The Square nos reímos de todo, incluso de la cuidada estética del propio filme en el que se presenta un cuadrado explícito en la mayoría de los cuadros filmados. Nos reímos de ese frágil límite entre el discurso y su fracaso, entre la igualdad y el fascismo, entre la delincuencia y el arte. Nos reímos porque se nos hace una pregunta seria que no sabemos responder: ¿cómo conciliar nuestras sucias y contradictorias vidas con la limpieza de los discursos y la simpleza de nuestros ideales?
Östlund nos muestra que la salida a la paranoia por conciliar la suciedad de nuestras vidas privadas con la rectitud cuadrada que exige la actual moralina pública es la risa. Es una solución presente en el cine contemporáneo, en autores como José Luis Sepúlveda y su El pejesapo (2007) o Cristóbal Valenzuela y su Robar a Rodin (2017), como bien se señala en otro medio. Por cierto que son filmes que admiten la lectura plana en que The Square nos muestra el esnobismo en el mundo del arte, pero lo inteligente del filme de Östlund pasa porque también puede ser leída como la burla hacia aquellos que creen que ese mundo del arte tiene algo de especial, incluido Bourriaud. ¿No será que la tesis de Bourriaud es tímida? ¿No será que la pregunta por el arte político no es la relevante, sino la pregunta por el modo en que la política abandona el arte y se confunde con la vida? ¿Cómo hacer política en nuestra vida privada?
Esa es la operación profunda que realiza Östlund: la risa libera de la seriedad y del pesimismo, es la manera en que los oprimidos seguimos adelante y nos igualamos con los opresores. Lo brillante de Östlund es que todo este trabajo de burla e ironía lo realiza con una seriedad profunda, más allá de las posturas intelectuales.
Nicolás Ried
Nota comentarista: 9/10
Título original: The Square. Dirección: Ruben Östlund. Guión: Ruben Östlund. Fotografía: Fredrik Wenzel. Reparto: Claes Bang, Elisabeth Moss, Dominic West, Terry Notary, Christopher Læssø, Marina Schiptjenko, Elijandro Edouard, Daniel Hallberg, Martin Sööder, Linda Anborg, Emelie Beckius, Peter Diaz, Sarah Giercksky, Jan Lindwall. País: Suecia. Año: 2017. Duración: 142 min.