Star Wars: El Despertar de la Fuerza (2/3)
La espera terminó, y, para bien o para mal, se acabaron las elucubraciones sobre la continuación de la saga creada por George Lucas, tras 32 años.
Los mismos 32 años que pasaron entre el Episodio VI: El regreso del Jedi y esta séptima entrega, aquella que anhelábamos con fervor después de esos domingos de verano, con olor a milo y pan tostado, cuando terminaba la VI y no había más que ver, sólo imaginar qué pasaba con el destino de nuestros protagonistas. En esas mentes infantiles, todo iba muy bien: los ewoks seguían danzando con sus piernitas peludas; Leia y Han se casaban, eran felices, tenían muchos hijos; Leia se transformaba en jedi, y junto a Luke resucitaban la gloria de la época de Obi Wan. Pero no fue así.
Al igual que con la llegada de la democracia (Chile, la alegría ya viene…?), tras la caída del imperio galáctico se suponía que muchas cosas cambiarían, y las muertes de Darth Vader y el emperador traerían paz a la galaxia. Eso pensamos. Eso esperábamos. Pero las cosas son más complejas y este universo imaginario se asemeja más a la realidad de lo que creemos.
(Aparentemente) una facción menor del lado oscuro de la fuerza sobrevivió al emperador y bajo el mando de un nuevo líder, Snoke, se transformó en la “Primera orden”. Por su parte, si bien la República ha resurgido, la alianza rebelde toma el nombre de “la resistencia”. Este arco argumental es una de las áreas más débiles que propone el guion, ya que no queda claro qué es lo que están “resistiendo”, por qué la República no se impone, y cómo un alien llamado Snoke se transforma en el líder supremo, tomando el poder de las reminiscencias del imperio –supuestamente- desaparecido. No obstante ello, el guion es fresco, en gran parte coherente con la lógica de esta saga espacial y mantiene el humor de sus predecesoras (hablo de episodios IV, V y VI), y si bien sigue la fórmula de la trilogía clásica, no es una burda imitación, sino un revisitado cómodo y digerible para el fanático. Cabe señalar que posiblemente esto se explique debido a que en el guión participó Lawrence Kasdan, quien trabajó con Lucas en los guiones de la fabulosa El imperio contraataca y de El regreso del Jedi, y en ese sentido, podemos percibir códigos que se respetan, y en cierta medida, “una misma mano” que los dirige.
En ese sentido, me parece que en esta entrega el guion es fundamental, mucho más que la dirección, que si bien es sobria, sólo cumple su objetivo. Esto también puede deberse a que se trata de un director que no tiene un sello muy característico; sin embargo, en este caso es un aspecto que se agradece, ya que respeta lo que Star Wars es: no intenta dar su visión personal, ni modernizarla, como tristemente intentó Lucas con su propia idea y teniendo como resultado la paupérrima trilogía de precuelas. Es la peli de un fan para otros igual (o peor) de fanáticos, y aunque el cariño se nota, no aparece la visión del director, ¿o quizás será que alguien muy fanático no puede alejarse de la idea que tributa?
Un tema que parece interesante en este nuevo episodio es la humanización del stormtrooper, pues más allá de todas las parodias y cortos en que los hemos visto bailar, carretear e incluso teniendo conversaciones existenciales, ahora su papel dentro de la saga ha variado sustantivamente. Ya no son un adorno del escenario, son potenciales personajes que pueden tener cierto individualismo dentro de su homogeneidad visual. Así, en los primeros minutos vemos morir a un stromtrooper, quien marca el casco de su compañero con su propia sangre. Esta es la primera vez que vemos sangre en Star Wars, otro elemento de humanidad y que aparece, paradójicamente, en la primera película del estudio Disney. De este modo poco usual identificamos en las primeras escenas a uno de los protagonistas, Finn, o más bien FN-2187, un trooper que en su primera misión se da cuenta de que está en el bando contrario y su instinto es huir. Para ello, colabora con Poe, un piloto que ha sido enviado por Leia para conseguir un mapa del supuesto paradero de su hermano Luke, quien ha desaparecido. Por cuánto tiempo, y cuál es la razón, no lo sabemos, pero en este caso no parece una carencia del guión, sino como un arco que se abre y que esperamos se dilucide en alguna de las próximas entregas de la saga o en los crossovers que están planificados.
Por último, pero no menos importante, tenemos a la protagonista, Rey. Mucho se ha dicho de que es la versión de Luke en mujer, que incluso hay escenas que se repiten entre ambos personajes, el vestuario, etc., pero debo confesar que llega a mi corazón de lleno, mi alma de niña aburrida de los papeles de princesa vibró cada segundo con las espléndidas escenas de acción que protagonizó. Rey es una joven que recoge chatarra para vivir, después de ser abandonada (¿?) por su familia en un planeta café y cálido -como Tatooine- llamado Jakku. La chatarra que recoge proviene ni más ni menos que de las majestuosas naves de la época del imperio, ahora inertes entre la arena, como fiel reflejo de la grandeza que estuvo ahí y ya se apagó. Una bella fotografía acompaña estas escenas, en que vemos a la chica recolectando partes en un destructor estelar y viviendo al interior de una AT-AT, derruida y triste, un paraje simbólico de glorias pasadas en que deambula Rey, desconociendo su propio futuro.
No podría decir si es un acierto o una falencia, pero esta es una película algo balanceada para el lado luminoso de la fuerza, por lo cual el lado oscuro aparece más bien deslavado. Kylo Ren, el presunto villano de este episodio, es un joven aprendiz de Snoke, que, aunque poderoso, no ha desarrollado todo su potencial, y se nota, al punto que aún le dan pataletas como niño caprichoso. Otro de los villanos, el General Hux, está un poco sobreactuado y es lamentable la escena del “Heil Hux”, pues ya es hora de dejar atrás las citas a Hitler. Así las cosas, es normal sentirse atraído al lado luminoso.
Es imposible dejar fuera los spoilers al escribir, tan difícil como hacer a un lado la historia propia con Star Wars, analizar algo tan esperado y que sin duda llega a ocupar un espacio especial en nuestros corazones carece de toda objetividad. Con esa advertencia, puedo decir que la disfruté de principio a fin, me reí, sufrí y enganché profundamente con los nuevos giros que presenta la historia. El nuevo robot BB8 funciona a la perfección, es carismático y adorable, sin ser empalagoso y repulsivo como el recordado Jar Jar Binks.
No obstante, algunos dicen que la película es mala o decepcionante, pero en mi perspectiva viven ese sentimiento cuando intentan compararla con la primera trilogía, y un impacto como ese, que ocurrió en la sala de cine por allá por el 78, cuando vieron una historia familiar pero contada como nunca antes, es imposible de revivir. Para mí, que nunca vi la trilogía original en el cine, esta fue mi película, el gran momento que sólo avizoré en la tele de 14 pulgadas durante mi infancia, hoy en 3D con dolby sourround y con animación y efectos que no atentaron contra el espíritu del film fundacional. No hubo exceso de CGI, se usaron maquetas, y las peleas guardaron un honroso aire atlético sin ser acrobáticas.
Punto aparte merece la música de John Williams, que le da un toque más filarmónico a la banda sonora, con las bases originales pero sin afectar la integridad del espíritu de nuestra querida Guerra de las Galaxias. Y eso es reflejo en términos generales de lo que es el filme: una correcta revisión de la estructura ya asentada de la saga, con nuevos ingredientes y humor, personajes que vuelven, y otros nuevos que son queribles y adoptables. Verla debes ya.
Nota: 8/10
Título original: Star Wars Episode VII: The Force Awakens. Dirección: J. J. Abrams. Guión: Lawrence Kasdan, Michael Arndt, J.J. Abrams. Fotografía: Daniel Mindel. Música: John Williams. Reparto: Daisy Ridley, John Boyega, Adam Driver, Harrison Ford, Carrie Fisher, Peter Mayhew, Andy Serkis, Domhnall Gleeson. País: Estados Unidos. Año: 2015. Duración: 136 min.