Star Wars. El ascenso de Skywalker: Sobre las ruinas del imperio

Esta trilogía hizo esfuerzos por separarse de la anterior, las precuelas dirigidas por George Lucas, sin embargo repitió uno de sus principales errores: concebir cada entrega demasiado desconectada de sus pares, sin permitir líneas narrativas que se desenvuelvan en el arco amplio de la triada. Ahora, de algún modo presos de las lógicas de aprobación social y de responder al trending topic, los realizadores estimaron como más conveniente un acercamiento que permitiera ir haciendo ajustes en la medida que el público iba reaccionando a las distintas tramas y personajes, teniendo como resultado filmes que cuesta entender unidos entre sí.

Entregadas a las inclemencias del sol y los inviernos, parafraseando a Borges, las ruinas del antiguo Imperio Intergaláctico poblaban una historia que regresaba, casi cuatro décadas después, cargada de posibilidades y nostalgias. Naves gigantescas estrelladas contra la arena del desierto, la Estrella de la Muerte convertida en un cementerio de chatarra y óxido. Delante de ese horizonte, el bien y el mal siguen disputándose los destinos de la galaxia. Los vestigios de la guerra ponían en evidencia, como nunca antes, la escala de lo particular y lo universal, de lo individual contra lo masivo. Ese punto de partida, que inauguraba la nueva etapa de Star Wars, era quizás su sendero más interesante. Qué había pasado con los personajes que habían ganado, la imposibilidad del final feliz, la ruina de lo secular y lo sagrado. Ahora que está todo dicho y hecho, la trilogía que concluye la saga cinematográfica más grande de la historia del entretenimiento, cierra el círculo volviendo a ese lugar, luego de un viaje bastante pedregoso, atravesando a duras penas un campo de asteroides, esquivando conflictos de verosimilitud, personajes intrascendentes y un nítido temor a desencajar, que llevó a tomar decisiones a punta de tendencias, más que convicciones narrativas.

Así, el Episodio IX, El Ascenso de Skywalker, llega a salas locales antecedida por una muy cuestionada Los últimos Jedi (Rian Johnson, 2017), contando nuevamente con J.J. Abrams en la dirección y el guion, el responsable de abrir el nuevo ciclo con El despertar de la Fuerza (2015), cuya sola presencia buscaba evitar descalabros mayores. Desde que Disney se hizo cargo de la franquicia, se vivió una montaña rusa de expectativas y desilusiones, con momentos memorables como la secuencia final del spin-off Rogue One (Gareth Edwards, 2016), o fiascos intragables como las fallidas escenas de comedia en Los últimos Jedi. En estas mismas páginas digitales hemos discutido en profundidad estos porvenires -que en retrospectiva, puedo observar, pecan de una parcial miopía fanática de mi parte-, donde se instalaba la pregunta de cómo podía llegar a un final que pudiera, por un lado, sostenerse por sus propios méritos, y por otro, contentar a una masa de exigentes y despiadados seguidores. Justo al medio, la película utiliza motivos tradicionales de la saga, ofrece delicias para los devotos, y recurre a soluciones dramáticas que la hacen funcionar.

El Emperador Palpatine (Ian McDiarmid) ha regresado. El mayor villano de la galaxia, nos enteramos al inicio del filme, de algún modo está vivo luego de ser lanzado al vacío por Darth Vader hace años, y es él quien está detrás del resurgimiento de las fuerzas tiránicas, que tienen a millones de planetas de rodillas. Kylo Ren (Adam Driver) ha asumido el rol de líder supremo, por lo que desafía a Palpatine, a quien ve como rival. Todavía inmaduro, no logra ver lo que el emperador le ofrece, poder ilimitado y una flota de destructores con los que puede aplastar a la Resistencia y tomar control absoluto del universo. Para ello, lo único que tiene que hacer es asesinar a la principal amenaza del mal, Rey (Daisy Ridley), última esperanza de los Jedi. Mientras Rey intenta acabar su entrenamiento bajo la observación de Leia (Carrie Fisher), sus aliados Finn (John Boyega) y Poe (Oscar Isaac), siguen la pista dejada por un traidor en las huestes imperiales, quien anuncia el retorno de Palpatine. Mientras el poder de Rey crece hacia el descontrol, la tentación del lado oscuro de la Fuerza se hace más poderosa, abriendo la pregunta si será capaz de enfrentar a sus enemigos, así como a sus demonios internos, bajo la peligro de corromperla irremediablemente.

Una ventaja con la que cuenta cada película de Star Wars es que el clásico texto inicial, que da contexto a las acciones, puede partir prácticamente desde cualquier lugar. Esto allana problemas de lógica dramática y ahorra explicaciones que podrían eternizarse. Aquí, simplemente, el Emperador ha vuelto. Y si bien su aparición no resulta inverosímil, al interior de un universo cargado de eventos de este tipo, lo complejo es que no es algo que se haya anticipado en las películas anteriores. Esta trilogía hizo esfuerzos por separarse de la anterior, las precuelas dirigidas por George Lucas, sin embargo repitió uno de sus principales errores: concebir cada entrega demasiado desconectada de sus pares, sin permitir líneas narrativas que se desenvuelvan en el arco amplio de la triada. Ahora, de algún modo presos de las lógicas de aprobación social y de responder al trending topic, los realizadores estimaron como más conveniente un acercamiento que permitiera ir haciendo ajustes en la medida que el público iba reaccionando a las distintas tramas y personajes, teniendo como resultado filmes que cuesta entender unidos entre sí.

Si nos abocamos solo al Episodio IX, como adelantábamos, el metraje funciona. La acción cuenta con la espectacularidad visual necesaria, los momentos cómicos están protagonizados por quienes sus papeles están destinados a ello -con la notable participación del siempre excepcional C-3PO (Anthony Daniels)-, la progresión es conducida hacia un desenlace épico y grandilocuente. En suma, cumple. Nada más, tampoco nada menos. Es quizás, una conclusión algo mezquina para una superproducción de esta envergadura, pero da la sensación que los productores se dieron cuenta que no contaban con el material para levantar un clásico instantáneo o para dejar a todo el mundo boquiabierto. Hay retazos, guiños hacia la gran historia de la saga, pero es claramente una película que decidió arriesgar poco, procurando no pinchar ningún neumático en el camino.

Por cierto, hay argumentos que de lado y lado pueden emerger. De suyo son las dificultades que tuvo que sortear la filmación, como la inesperada muerte de Carrie Fisher, cuyo personaje parece puesto de soslayo en la trama (fue necesario rescatar material de películas anteriores y hacer un amplio trabajo de postproducción para mantener a la mítica actriz en escena). A la vez, la constante aparición de personajes satélites, forzando incluir el interés amoroso en los protagonistas es un ejemplo más de la poca confianza que hay en el relato central. En definitiva, este, que debía ser el viaje de Rey y Kylo por un laberinto de conflictos, afectos y traiciones, acompañados por Finn y Poe como comparsas estelares, no logra importar más que los avatares de los antiguos héroes. Cuando el destino de los androides, Han, Luke, Leia e incluso Chewbacca cobran más relevancia que el de los más jóvenes, queda en evidencia que el El ascenso de Skywalker termina formulando un homenaje al inicio de la saga, más que levantándose por sí misma como un nuevo clásico.

El maestro Yoda solía reprocharle a un joven e impaciente Luke que nunca estuviera atento al presente, siempre mirando al horizonte, imaginándose en lugares lejanos. Esa enseñanza, traspasada ahora a Rey, logra resumir algunos de los principales problemas de la trilogía: calculando demasiado el porvenir de su inversión, tirando líneas para diversificar aún más su universo -algunas de las que comenzamos a ver desarrollarse con series como El Mandalorian- , no tomaron las precauciones necesarias para que en el presente, el inmediato, terminara de cuajar. Vieron a tiempo que iban por el despeñadero y enmendaron el rumbo con un cierre correcto. Cerrar, a fin de cuentas, nunca ha sido sencillo, menos en estos tiempos, es cosa por ver el polémico final de Game of Thrones, por ejemplo. Ante la posibilidad de una debacle total, el Episodio IX alcanza a construir desde las ruinas despedazadas. Luego de más de una decena de películas en poco más de cuarenta años, puede que sea suficiente.

 

Título original: Star Wars: The Rise of Skywalker. Dirección: J.J. Abrams. Producción: Kathleen Kennedy, J. J. Abrams, Michelle Rejwan. Guion: J. J. Abrams, Chris Terrio. Fotografía: Dan Mindel. Montaje: Maryann Brandon, Stefan Grube. Música: John Williams. Reparto: Carrie Fisher, Mark Hamill, Adam Driver, Daisy Ridley, John Boyega, Oscar Isaac, Anthony Daniels, Naomi Ackie, Domhnall Gleeson, Richard E. Grant, Lupita Nyong'o, Keri Russell, Joonas Suotamo, Kelly Marie Tran, Ian McDiarmid, Billy Dee Williams. País: Estados Unidos. Año: 2019. Duración: 142 minutos.