Spider-Man: sin camino a casa: Felicidad surgida de un negocio
Spider-Man sin camino a casa es una fiesta y como tal hay que vivirla, aceptando los momentos en que decae el baile, cambian la música, la conversación solo por unos instantes se entorpece. A veces no hay nada de malo en ir al cine y comprar pop corn (aunque tal vez esto último no sea necesario), sentarse, reír, aburrirse un poco, molestarse y luego ser atrapado, para finalmente emocionarse y estar feliz.
Esta película se inicia con la revelación de que el hombre araña (más bien, el joven muchacho araña) es el siempre adorable, y en algunas ocasiones torpe (en otras sagas anteriores de forma mucho más marcada), Peter Parker. Inmediatamente entonces uno se encuentra con el primero de los deseos concebidos por el fan que desborda al espectador que se lleva adentro: ver en qué forma no solo reaccionará el superhéroe respecto de su cotidianeidad en el mundo común y corriente al ser desenmascarada su identidad secreta, sino también obviamente en cómo lo tratará ese mismo mundo. Hoy se le llama fan service, lo que básicamente significa darle en el gusto a la masa de incondicionales. Que el coyote al fin alcance al correcaminos, que el gato Silvestre logre abrir la jaula de Piolín y cogerlo del pescuezo. Es una especie de populismo de lo pop en la era en que el cliente armado de un celular y voz para gritar en redes sociales ha de tener la razón, so pena (o incentivo) de poder seguir odiando; esto último un fenómeno que bien podría entenderse como nueva forma de amor contemporáneo. Los hombres matan lo que aman, reza un verso de Oscar Wilde escrito en la cárcel de Reading. Los fanboys también “matan lo que aman” podría agregarse hoy en día, para completar el círculo civilizatorio.
Como sea, una vez abierto el cauce, Spider-Man sin camino a casa solo atinará a contar, y mostrar, dos cosas superpuestas: el amor, la amistad y la piedad entre sus seres por un lado, y por otro, la posibilidad de volver a ver reunidos a todos aquellos con los que se podría soñar, viviendo y disputando, y para los que el guión se mantendrá en ese aspecto como un mero vehículo de atracción. Lo que va a surgir entonces es la pregunta por cuál de esas dos esferas superpuestas va a tener más éxito. Si es la primera, el filme será una fiesta con todos los merecimientos, pero sí en cambio es la segunda la que domina sin un contrapeso que seduzca, el destino será enfocarnos en las costuras mal cocidas y la manipulación a la que estamos siendo sujetos. Nadie quiere ser engañado impunemente en el cine, y solo el boleto del encanto, ese viejo sello tan difícil de alcanzar por los escasos y felices triunfos de matiné que se dan de tarde en tarde, podría dignificar al mismo guión más allá de sus decisiones puntuales en los casos que tienen que ver con la aparición y desaparición de esos mismos personajes extraordinarios. Ingrediente clave en la receta, las actuaciones. Incluso cuando las cartas ya han sido echadas, un puñado de interpretaciones muy naturales logrará reflotar una idea inequívoca de honestidad.
Pero de qué va esta Spider-Man que, a diferencia de las anteriores sagas protagonizadas por Tobey Maguirre y Andrew Garfield, es una sistematizada pieza más sobre esa tela multicolor y demasiado homogénea llamada universo Marvel, iniciado allá por el 2008 con la también encantadora Iron Man (ese golazo de matiné del que hablaba un poco antes). Bueno, le toca al mundo enterarse de la identidad del arácnido. Como es natural, él, su novia MJ (Zendaya) y su mejor amigo, mejor dicho su único amigo de igual edad, Ned (Jacob Batalon), comienzan a experimentar de inmediato los rigores del asedio público, lo que se traduce incluso en la discriminación que los tres sufren al ser rechazados por una prestigiosísima universidad a la que aspiraban a ingresar el año entrante. Peter Parker (Tom Holland) recurre entonces a la ayuda del Doctor Extraño (Benedict Cumberbatch) para que el mundo, magia mediante, pueda olvidar quién es el nombre del joven tras el traje. No es extraño que algo salga bastante torcido y lo que comience a producirse no sea el olvido sino la aparición totalmente inesperada de seres que vienen no solo de otros mundos paralelos sino de filmes paralelos, independientes del mentado universo franquicia.
En este punto, en otra película de superhéroes, podría uno preguntarse por la seriedad de la épica narrada. Spider-Man siempre ha tenido en el humor y la calidez dos fuertes activos que le permiten multiplicarse a nivel de estímulos, literal y metafóricamente. Este es otro de los puntos en que el guión puede juzgarse más allá de su trasparente condición de fan service: en las relaciones humanas entre seres metahumanos, algo en lo que Marvel ha sido siempre aplaudido pero que aquí goza de un nivel que muchos relacionarán con el hecho de la reunión más o menos forzada de héroes y villanos, pero que al ir de lo terapéutico, donde el héroe busca salvarlos al mismo tiempo que salvarse, hasta la amistad pura y el dolor del amor que se puede perder como una película que termina, adquiere una intensidad que, aunque irregular (sorprendentemente en algún tramo puede llegar a aburrir un poco), guarda como su tesoro una resolución tras el clímax de acción que se erige como escena dotada (y dorada) de auténtico cine, más allá de Marvel, de lo que hemos oído de esta franquicia y de lo que esperamos de la entretención que puede llegar a brindarnos.
Junto a la sensación de lo acumulado, de la intensidad y la empatía, e hilado con esta última, la sencillez en la honestidad de la forma de contar la historia y decirnos que nos dieron lo que soñábamos pero que para que funcione hay que estar inspirado, tener además la confianza de 13 años de franquicia y decenas de películas que pueden comprensiblemente ser vistas más como una serial que como cine, y que tras incontables guerras, terrestres y galácticas, el humor consciente de un sano y difícil sabor que equilibra la parodia con la emoción, John Watts ha logrado, él, elenco incluido, y unos celebratorios saludos de la juventud llamados Zendaya y Tom Holland, firmar un momento de epifanía cinematográfica que entronca con la piedra fundante de este mundillo: la Iron Man de John Favreau y Robert Downey jr del 2008, a la vez que superar la piedra en el zapato de Marvel en esa búsqueda imposible de encontrar al cine real, al menos por unos minutos que hoy relativizan a su vez todo lo demás. Spider-Man sin camino a casa es una fiesta y como tal hay que vivirla, aceptando los momentos en que decae el baile, cambian la música, la conversación solo por unos instantes se entorpece. A veces no hay nada de malo en ir al cine y comprar pop corn (aunque tal vez esto último no sea necesario), sentarse, reír, aburrirse un poco, molestarse y luego ser atrapado, para finalmente emocionarse y estar feliz. Son muy pocas las veces que la maquinita financiera de Hollywood nos entrega la posibilidad, de forma honesta, diciéndonos a la cara que, esto esperan, esto quieren, esto les daremos y a fin de cuentas lo hemos logrado.
Título original: Spider-Man: No Way Home. Dirección: Jon Watts. Guion: Chris McKenna, Erik Sommers. Fotografía: Mauro Fiore. Reparto: Tom Holland, Zendaya, Benedict Cumberbatch, Marisa Tomei, Jacob Batalon, Jon Favreau, Angourie Rice, Alfred Molina, Jamie Foxx, J.K. Simmons, Thomas Haden Church, Rhys Ifans. País: Estados Unidos. Año: 2021. Duración: 148 min.