Sound of Metal: La calma después de la tormenta

Uno de los objetivos de Marder consiste en transmitir a los espectadores lo que está viviendo Ruben, para hacernos partícipes de su experiencia. A través de un diseño de sonido que amortigua y distorsiona esa dimensión de la realidad, el director crea algunas escenas en las que estamos obligados a compartir las sensaciones del protagonista, a ponernos en sus zapatos. La película va intercalando estos momentos con otros donde los sonidos se oyen de forma normal, lo que también es acompañado de un cambio en los tipos de planos utilizados -con unos encuadres más reducidos cuando escuchamos lo que el personaje escucha-, para potenciar la subjetividad de esos instantes.

Contar una historia implica un proceso más complejo que simplemente enunciar una serie de hechos que den forma a la trama. A través de descripciones precisas y evocadoras, los autores tratan de capturar determinados tonos, atmósferas y sensaciones. La naturaleza de estas herramientas cambia dependiendo de cada medio, existiendo diferencias notorias entre la literatura y el cine, por ejemplo. En las películas, las palabras pueden ser reemplazadas por otros mecanismos más efectivos, tal como lo hizo el director Darius Marder con su primer largometraje de ficción, Sound of Metal, donde narra la experiencia de una persona que pierde el sentido de la audición.

Para el protagonista, Ruben (Riz Ahmed), escuchar es algo fundamental, ya que es el baterista de una banda de metal llamada Blackgammon. El otro integrante es Lou (Olivia Cooke), no solo guitarrista del dúo sino también su novia, con quien mantiene una relación desde hace cuatro años. Es ese mismo tiempo el que Ruben lleva alejado de las drogas, tras una complicada adicción a la heroína, lo que refleja la importancia de la conexión que tiene con Lou y con la música. Por eso, cuando pierde de manera súbita su audición, en medio de una gira con la banda, el mundo parece desmoronarse para él. Temiendo una recaída con las drogas, una posibilidad bastante factible considerando el impacto que significa esta situación para el protagonista, su novia lo lleva a una comunidad que se especializa en ayudar a personas sordas que sufren adicción, lugar que es dirigido por Joe (Paul Raci), un veterano de la guerra de Vietnam.

Uno de los objetivos de Marder consiste en transmitir a los espectadores lo que está viviendo Ruben para hacernos partícipes de su experiencia. A través de un diseño de sonido que amortigua y distorsiona esa dimensión de la realidad, el director crea algunas escenas en las que estamos obligados a compartir las sensaciones del protagonista, a ponernos en sus zapatos. La película va intercalando estos momentos con otros donde los sonidos se oyen de forma normal, lo que también es acompañado de un cambio en los tipos de planos utilizados -con unos encuadres más reducidos cuando escuchamos lo que el personaje escucha-, para potenciar la subjetividad de esos instantes.

Con una capacidad auditiva cercana al 20%, Ruben queda repentinamente relegado del resto del mundo. El efecto es aún más trágico para él ya que su vida gira en torno a la música, algo que a la vez le permitió crear una conexión con Lou. La reacción del protagonista está cargada de miedo, rabia y desesperación, pero si bien el estilo musical de su banda y su manera de vestir podrían sugerir un determinado tipo de relato, Sound of Metal se desenvuelve con una sorpresiva introspección y calma. El vínculo que tiene con la batería es utilizado por la cinta como una manera de presentar sus intereses y el mundo en el que habita, una cuestión que es abandonada cuando sufre la pérdida de la audición. En lugar de una obra como Whiplash (2014) de Damien Chazelle, que subrayaba la obsesión, perseverancia y hasta masoquismo asociados al arte, acá la película nos lleva a un escenario más discreto y, valga la redundancia, silencioso.

Una vez que acude al médico y recibe su diagnóstico, el protagonista se entera de la posibilidad de los implantes cocleares, un tratamiento caro, aunque aparentemente efectivo para recuperar la audición. Esa operación se convierte en su principal objetivo durante el resto del metraje, en la meta que quiere alcanzar para solucionar todos sus problemas, incluidas sus deterioradas carrera musical y relación de pareja. Sin embargo, al llegar a la comunidad que dirige Joe, este le explica que la sordera no tiene por qué ser entendida como una enfermedad que debe ser curada, sino que como una condición con la que pueden aprender a vivir. Ante la inquietud de Ruben y su incesante búsqueda de una pócima milagrosa, se levanta una visión distinta, que lo invita a abrazar la calma y encontrar paz consigo mismo.

Marder construye con paciencia el entorno al que llega el protagonista, mostrando las actividades que realizan y su trabajo con una escuela para niños sordos. Este contexto obliga a Ruben a detenerse y ver su situación con algo más de tranquilidad, pero en su mente persiste la idea de operarse y volver a la “normalidad”. Su insistencia es vista por Joe como una muestra de su adicción, como el deseo por encontrar una solución rápida que domina a ese tipo de personas. Ese problema no es algo que se resuelva de manera definitiva, ya que a pesar de llevar varios años sobrio un adicto sigue siendo un adicto; el vínculo no puede ser borrado. Se trata de algo que podemos ver incluso en el lenguaje de señas americano, donde uno de los gestos para representar esa palabra consiste en imitar un anzuelo que atrapa la boca del individuo.

Antes de Sound of Metal, la película ucraniana Plemya (The Tribe, 2014), de Myroslav Slaboshpytskyi, había explorado el mundo de la sordera desde una perspectiva más arriesgada, con la totalidad de los diálogos expresados en lenguaje de señas y sin subtítulos para los espectadores. Marder aborda su historia desde una estrategia menos drástica, pero no por eso carente de valor, acomodando el estilo utilizado a aquello que quiere transmitir. Su enfoque es más sensorial, una experiencia que transporta al público a un estado de inmersión visceral, en el que llegamos a escuchar como el propio Ruben. La apuesta funciona, gracias a un buen equilibrio entre los diversos registros, sin que resulte excesivo el uso de sonidos distorsionados.

Pero no todo depende de los elementos técnicos de la cinta, porque la actuación de Riz Ahmed también contribuye a alcanzar el efecto al que apunta la obra. Además de llenar los vacíos que surgen cuando la película no distorsiona el sonido, para lograr la necesaria cuota de veracidad de su situación, el intérprete se encarga de mostrar cómo todo esto afecta personalmente a Ruben. Sus manierismos nos entregan una noción de cómo es el personaje, que se desenvuelve como si estuviese cargando con una coraza para estar separado del resto del mundo, barrera que poco a poco se va erosionando a medida que la cinta avanza. Sin embargo, su viaje no es tan fácil de delimitar, debido a los conflictos que se siguen desarrollando en su interior.

La catarsis del protagonista, en caso de que exista una, surge después de un viaje accidentado. Los momentos críticos, incluidas las decepciones y la incertidumbre, llevan a Ruben a identificar lo esencial, no tanto como una respuesta definitiva a sus problemas, sino que como un primer paso para lo que viene después.

 

Título original: Sound of Metal. Dirección: Darius Marder. Guion: Darius Marder, Abraham Marder. Fotografía: Daniel Bouquet. Música: Nicolas Becker, Abraham Marder. Reparto: Riz Ahmed, Olivia Cooke, Mathieu Amalric, Tom Kemp, Bill Thorpe, William Xifaras, David Arthur Sousa, Paul Raci, Michael Tow, Marisa Defranco, Lauren Ridloff, Jamie Ghazarian, Chris Perfetti, Hillary Baack, Chelsea Bond. País: Estados Unidos. Año: 2019. Duración: 130 min.