Santiago, Italia: Fe en Chile y en su relato

Parte importante del metraje del documental le da espacio a italianos e italianas para rememorar los momentos en que ayudaron a más de cuatrocientos chilenos y chilenas a -literalmente- cruzar un muro y llegar a un lugar seguro en un momento violento. Por lo mismo, cuesta estar en Chile y no observar esta producción ítalo-franco-chilena desde el lado opuesto de la muralla. Gracias a diversos avances tecnológicos que no vale la pena detallar, muchos de nosotros poseemos la habilidad de registrar, difundir y denunciar un acto de violencia en el minuto en que lo presenciamos. En tiempos en donde, tristemente, nos hemos volcado a nuestros celulares a registrar y difundir diversas vulneraciones de derechos humanos en los momentos de revuelta pre-pandemia, el visionado de relatos de décadas pasadas resulta más urgente que nunca.

Un hombre observa una ciudad a la distancia. El paisaje es repletado por cientos de edificios, de los cuales emana una nube densa que pareciera separarlos de la majestuosa promesa de una cordillera a la distancia. Quien observa el panorama es Nanni Moretti. ¿La ciudad? Santiago, Chile. Tras registrar el colapso del Partido Comunista Italiano en La cosa (1990) y la historia de dos generaciones a cargo de una vieja farmacia neoyorkina en El último cliente (2003), el cineasta de origen italiano regresa a la narrativa documental con Santiago, Italia (2018), largometraje centrado en las historias de diversas personas que, entre 1973 y 1974, se asilaron en la Embajada Italiana debido a la dictadura cívico-militar que golpeó a nuestro país. Luego de ser la película inaugural del Festival Internacional de Viña del Mar (FICVIÑA) durante su edición 2019, el documental finalmente tuvo su estreno nacional a través de las plataformas de streaming de Punto Ticket (Punto Play), Matucana 100 y Red de Salas de Cine.

La secuencia descrita al inicio del párrafo anterior hace referencia a la primera toma del documental, la cual encapsula de manera precisa el rol de Moretti en esta producción: un ente externo que le da la espalda a la cámara pero le hace frente a un país y su memoria. A medida que los créditos iniciales avanzan, el registro contemporáneo de una carnavalesca manifestación en las calles de Santiago -pre-18 de octubre- da paso a una serie de imágenes de archivo filmadas entre 1970 y 1973, en donde cientos de personas profesan “la izquierda unida jamás será vencida” y personalidades como Pablo Neruda y Salvador Allende son vitoreados como íconos de la Unidad Popular. Aquellos años, según declara la cineasta Carmen Castillo, eran un sueño despierto. “Un país entero, una sociedad entera en un estado amoroso”, declara ante la cámara. Esta entrevista funciona como el puntapié a dos vertientes audiovisuales con las cuales Moretti trabaja la memoria en este largometraje: el registro de relatos orales y la recontextualización de material de archivo.

Por un lado, declaraciones como las de Castillo -sucedidas por historias de Miguel Littin, Patricio Guzmán, Carmen Hertz, Alejandra Matus, Marcia Scantlebury, entre otras personas- desarrollan el aspecto oral de la memoria, dando pie a potentes relatos que, a pesar de carecer de documentos audiovisuales que las respalden, al ser registrados en cámara contribuyen a evidenciar los horrores cometidos en dictadura. Por otro lado, Moretti articula material de archivo proveniente de espacios como Rai Teche o la Cineteca Nacional de Chile, de modo que funciona tanto como soporte gráfico de algunos de testimonios en cámara -por ejemplo, diversos relatos del bombardeo dialogando con el registro histórico de Manuel Martínez a La Moneda en llamas-, como un acercamiento explícito a los ideales de Salvador Allende (declamando ”dejaré La Moneda cumpliendo el mandato que la gente me diera”) y Augusto Pinochet (aseverando ”la inspiración patriótica de sacar al país del caos”) a través de sus propias declaraciones.

En los casi 17 años de dictadura cívico-militar en Chile se violaron un sin número de derechos humanos. Eso es un hecho. Ya sean los recuerdos del documentalista Patricio Guzmán en su paso por un Estadio Nacional tomado por militares o las vívidas descripciones de las torturas sufridas por la periodista María Scantlebury, las declaraciones presentes en este documental no hacen más que corroborar estos sucesos ante las cámaras y sembrar la reflexión en espectadores ajenos a la historia de nuestro país. En palabras de Scantlebury, “hablar la tortura para exorcizar el miedo y el dolor”. Sin embargo, Moretti toma una decisión radical en la realización de este largometraje al entrevistar a Guillermo Garín, brazo derecho de Pinochet, y a Eduardo Iturriaga, ex-militar que elige ver estos eventos como “el gobierno militar reconstruyendo la democracia”. Manteniéndose en todo momento tras el lente de la cámara, Moretti le consulta a Garín con respecto a las torturas. “Son responsabilidades individuales”, le responde. Tras una pregunta similar a Iturriaga, el ex-militar asegura que ellos fueron profesionales que siguieron órdenes, cuestionando el enfoque documental de Moretti. “Yo no soy imparcial”, afirma el italiano, en el único momento en que su rostro se enfrenta a la cámara.

Parte importante del metraje del documental le da espacio a italianos e italianas para rememorar los momentos en que ayudaron a más de cuatrocientos chilenos y chilenas a -literalmente- cruzar un muro y llegar a un lugar seguro en un momento violento. Por lo mismo, cuesta estar en Chile y no observar esta producción ítalo-franco-chilena desde el lado opuesto de la muralla. Gracias a diversos avances tecnológicos que no vale la pena detallar, muchos de nosotros poseemos la habilidad de registrar, difundir y denunciar un acto de violencia en el minuto en que lo presenciamos. En tiempos en donde, tristemente, nos hemos volcado a nuestros celulares a registrar y difundir diversas vulneraciones de derechos humanos en los momentos de revuelta pre-pandemia, el visionado de relatos de décadas pasadas resulta más urgente que nunca.

La dictadura cívico-militar encapsula una cantidad inimaginable de horrores que sólo residen en la memoria de quién vivió para contarlo, ajenas de un lente que pudiese evidenciarlo. Moretti genera un espacio audiovisual en donde la cámara pasa a ser un confesionario, miedos y dolores son exorcizados, y quien observa es el cura, la cura, o locura. El espectador elige, pero los hechos están claros. Además del evidente vínculo histórico entre Chile e Italia, Moretti establece una clara conexión de comportamiento contemporáneo entre los habitantes de ambos países: el consumismo e individualismo en el día a día. Irónicamente -y debido a la pandemia-, el estreno de Santiago, Italia en Chile tuvo que realizarse vía streaming, facilitando su consumo a través de visionados individuales. Ojalá su estreno en pantallas pequeñas dé paso a grandes discusiones y, en el mejor de los países, ayude a la constitución de una memoria colectiva en un lugar ubicado bajo una nube densa.

 

Título original: Santiago, Italia. Dirección: Nanni Moretti. Guión: Nanni Moretti. Casas productoras: Sacher Film, Le Pacte, Rai Cinema, Storyboard Media. Producción: Jean Labadie, Carlos Nuñez, Gabriela Sandoval y Nanni Moretti. Fotografía: Maura Morales Bergmann. Montaje: Clelio Benevento. Música: La Marimorena. País: Italia, Francia y Chile. Año: 2018. Duración: 80 min.