Roma (1): Un realismo a escala de grises
Alfonso Cuarón es de esos directores que transitan sin mayor dificultad entre diferentes esferas productivas. Con éxitos de taquilla y crítica tanto en el panteón industrial de Hollywood como en la escena latinoamericana y en festivales europeos, su obra resuena en la actualidad como una de las más destacadas a nivel internacional. Pese a que sus películas habitan mesetas temáticas muy distantes, ciertos elementos comunes permiten agruparlas, generando una retórica particular, la que se renueva con su más reciente estreno, Roma, donde no solo dirige, sino que también contempla créditos de productor, guionista, fotógrafo y montajista. Estrenada en Netflix (con presencia en algunos cines locales también), esta película se proyecta como un ejemplo fronterizo, cuando los servicios de visionado digital han comenzado a producir y distribuir filmes de algunos de los directores más influyentes del circuito cinematográfico global.
Cleo (Yalitza Aparicio) es una empleada doméstica de origen indígena, quien trabaja en una casa de clase alta en la colonia de Roma, en Ciudad de México. A inicios de la década de los 70, en un país que parece transitar en un tenso clima social, Cleo vive su vida cuidando de los niños de la familia, limpiando el patio, lavando la ropa, abriendo el portón cuando llega el patrón. Roma no es una película que progrese dramáticamente en la consecución de un objetivo específico por parte de la protagonista. Son más bien cuadros que componen su vida y su trabajo, que en este caso son prácticamente lo mismo. El momento donde se separan estas series es en la relación de Cleo con Fermín (Jorge Antonio Guerrero), cuyo primer enamoramiento acaba con ella embarazada y él huyendo sin querer saber más. El hermetismo con que la protagonista reacciona ante esto marca su personalidad, sin demostrar demasiadas emociones, siempre silente, incluso en el llanto, como acatando lo que la vida le ha deparado, sin protesta ni rebeldía. Y si bien el embarazo no se transforma en el centro de gravedad del relato, sus consecuencias van marcando el tono de la película y funcionan como puntos clave para la narración, tanto para su vida “puertas adentro” como para visitar los conflictos que se anidan en la sociedad mexicana del momento.
Uno de los elementos con los que Cuarón juega usualmente es con la potencia de los fondos, en cómo cobra relevancia aquello que transcurre detrás de los personajes, transformándolos en espectadores, empatando su mirada con la nuestra. Esto es evidente tanto en Y tu mamá también (2001) como en Los hijos del hombre (2006), donde en cada caso, con las particularidades específicas de sus tramas, el paisaje y los cuerpos que lo habitan narran también. En Roma, en la rutina de su cotidianidad, Cleo es testigo de la desintegración familiar, marcada por el abandono del padre, a la vez que observa en primera persona cómo explotan violentos disturbios que acaban con decenas de muertos en las calles de la ciudad. Así, la casa donde vive y trabaja funciona como metáfora de un país, donde conviven realidades cuya integración no es más que un espejismo, el que se disuelve cuando las partes se acercan demasiado. Las fronteras entre lo privado y lo público, entre el pueblo y la burguesía, pierden nitidez en aquellas escenas donde la cámara abandona a los protagonistas y observa las festividades de año nuevo o las multitudes que huyen despavoridas ante los balazos.
Otro de los rasgos favoritos del director es el uso del plano secuencia en su cine. De manera elocuente en Gravedad (2013) y Los hijos del hombre, y con la ayuda del virtuosismo de Emanuel Lubezki en la dirección de fotografía, los planos secuencia de estas películas operan como gestos precisos para contar sus respectivas historias. Alejándose del vértigo de la hecatombe espacial o la brutalidad de una zona de guerra, la preocupación ahora se vuelve delinear el tiempo de la labor doméstica. Se trata de una actualización de la forma realista de André Bazin y el montaje prohibido, donde con movimientos de cámara sutiles y planos extensos, no solo conocemos la casa que habita o los distintos espacios que recorre, sino que percibimos la cuantía de las acciones en su duración. Esto permite un ingreso particular al universo de Cleo, marcado más por la pausa que por la aceleración, lo que en ningún caso reduce su potencia. Esto queda demostrado al menos en dos secuencias particulares: la escena del parto, donde la ausencia de cortes le otorga mayor profundidad al drama, y el plano secuencia de la playa, cerca del final, que obtiene un carácter angustiante pese a la lentitud del movimiento.
Todavía en el terreno de lo fotográfico, la opción por el blanco y negro se presenta en sintonía con la entrada al pasado que Cuarón plantea. Pese a la existencia de conflictos sociales latentes, la obra no se levanta desde la denuncia literal, sino que más bien propone un tratamiento afectivo de la memoria. En este sentido, es coherente que no se trabajara con el alto contraste que permite el blanco y negro en sus vertientes más expresionistas, con marcadas diferencias entre luces y sombras. Aquí, por el contrario, se manifiesta una rica gama de grises, la que sin duda permiten un acercamiento menos agresivo a la historia, más ameno y con tintes nostálgicos. Si luego nos enteramos de que la película está basada en las vivencias del director cuando niño, podemos entender el blanco y negro como un comentario sobre su propia historia, la de su país, la del cine que vio y lo influyó en la infancia.
Sobre el lugar de enunciación de Cuarón, mucho se puede decir respecto a la figura “hombre blanco hablando sobre mujer indígena”. En este respecto, es innegable que esa diferencia existe y aunque la película esté dedicada a la mujer que lo crió, no quita el hecho de que la realidad de Cleo no está contada completamente desde sí. Ahora bien, como ya anticipábamos, ella misma, aunque protagonista, tampoco asume la propiedad absoluta de la mirada, la que se descentra para acudir a los paisajes naturales y sociales que rodean la historia. A la vez, me parece que el realismo del que hablábamos reconoce y respeta esa distancia intrínseca, buscando una posición sincera respecto a estos mundos que comparten afectos, pero les separan brechas sociales. Esto genera un retrato genuino de la desigualdad, la pobreza y el lugar de la mujer en esa ecuación, la que no está atada a la posición desde la que se sitúa el realizador. Sin embargo, no deja de estar presente cierto romanticismo para con el trabajo doméstico, el que nunca cuestiona la preponderancia que tienen los conflictos de la familia ante los propios de la protagonista. Cuando la madre y los niños abrazan a Cleo y le dicen que la quieren, ¿lo hacen a modo de agradecimiento por lo que ha hecho por ellos, o porque finalmente reconocen la autenticidad de sus problemas por fuera de la relación laboral que los vincula? Creo que no hay forma definitiva de saberlo y esa faceta del asunto permanece en la indefinición.
En definitiva, se trata de una obra que constantemente intenta moldear capas de sentido, afectivas, cinematográficas, sociales. El plano de apertura argamasa algunas de estas cualidades fundamentales, marcando su tono desde el inicio. Mientras aparecen los créditos, desde un punto de vista cenital, vemos un piso de baldosa y oímos a alguien barrer. Luego de un momento, como parte de la rutina de limpieza, se deja caer un balde de agua sobre esta superficie neutra, la que se transforma mediada por el líquido, en un espejo donde vemos parte de una arquitectura y el cielo, atravesado por un avión. Metamorfosis de la imagen generada no por un juego de montaje, sino que por una alteración de las texturas, el tiempo del plano que permite resquebrajar una superficie a primera vista chata, para otorgarle densidad, profundidad y movimiento, y por cierto, un ojo solar, que no se comporta comprometidamente para con la protagonista, cosa que pudiéramos asegurar a ciencia cierta que vemos la historia a través de sus ojos. Cuarón demuestra cómo sus retóricas, las que le abrieron un lugar de privilegio en la colina hollywoodense, se acomodan a la perfección para contar una historia sencilla en su presentación, compleja en sus interpretaciones, catapultándolo como una de las principales figuras en la constelación cinematográfica del presente.
Nota del comentarista: 9/10
Título original: Roma. Dirección: Alfonso Cuarón. Guión: Alfonso Cuarón. Fotografía: Alfonso Cuarón, Galo Olivares. Reparto: Yalitza Aparicio, Marina de Tavira, Marco Graf, Diego Cortina Autrey, Carlos Peralta, Daniela Demesa, Nancy García García, Verónica García, Latin Lover, Enoc Leaño, Clementina Guadarrama, Andy Cortés, Fernando Grediaga, Jorge Antonio Guerrero. País: México. Año: 2018. Duración: 135 min.