Nymphomaniac Vol.II (Lars von Trier, 2013)

Lamentablemente he de cambiar de tono en mi discurso. Luego de haberme maravillado con la originalidad y la sutileza visual de NymphomaniacVol I, he de confesar que, para mi pesar,  me encuentro bastante decepcionado de su segundo volumen.

Extrañamente el filme, una continuación de dos horas acerca de la progresiva inmersión de Joe en su ninfomanía, comienza a perder lentamente su magia original, dejando de lado sus aciertos poéticos y concentrándose cada vez con mayor ahínco en las vacuas discusiones morales de Joe y Seligman. Ahora bien, alguien podría objetar que esto era del todo previsible y que la relación entre ambos personajes iba a seguir estructurando el relato hasta comenzar a cerrar sus puntos de discusión. ¿Qué pasó entonces?  ¿Qué efecto se ha perdido? ¿Es acaso la misantropía con que Trier resuelve el asunto lo que ha logrado irritarme? No precisamente.

Si se recuerda, en la crítica que redacté sobre la primera parte del filme hablé un poco acerca de su carácter inorgánico. Si bien la película estaba construida en torno a un cierto confluir de ideas verbales, su espíritu fluía sin materializarse en una concreta. Sus relatos describían un comportamiento más que un determinado juicio moral;  su transcurrir planteaba muchas más preguntas que respuestas. En este segundo volumen, ocurre exactamente lo inverso.

Cayendo en el principal riesgo de toda obra marcadamente ideológica, es lamentable decir que a Trier finalmente le pasó la cuenta su veta de filósofo.  Centrándose ya en la resolución verbal de las preguntas planteadas en el primer volumen, Trier termina explicitando su discurso como núcleo, develando a la historia de Joe sólo como un medio de argumentación, y por lo tanto, disminuyendo notoriamente la vida de su película.

Me explico en otras palabras.  Durante dos horas, no pude evitar sentir que los personajes comenzaron a hablar por el mismo autor.  Que sus diálogos estaban configurados en literal concordancia a un soliloquio del propio danés,  en donde éste ya ha dejado de jugar a hacer de oyente para su protagonista  y ha comenzado a responder y a afirmar, con un tono de ampulosa universalidad, grandes verdades de la “naturaleza humana”.

¿Pero cual es el problema de todo esto?  ¿No es éste condicionamiento de la verdad lo que necesariamente ha de producir el mundo interno de cada autor, en el fondo?  Sí, efectivamente lo es,  pero aquí el fallo radica en otra cosa… El fallo radica en el quiebre de una diégesis ya construida.

Luego de haber seguido hasta este punto las vidas de Joe y Seligman, el problema está en comenzar a sentir que los personajes se van convirtiendo en marionetas; que las acciones comienzan a operar sólo en orden de expresar una idea, que la vida con toda su ambigüedad comienza a reducirse a determinados juicios que se entienden predeterminados.

Quisiera entonces preguntarme algo… ¿Qué diferencia hay entre hacer una película que demuestre una determinada postura ideológica y escribir un estetizado texto ensayístico?  ¿Qué necesidad hay de personajes si sólo se desea plantear una idea, una tesis concreta?

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Evidentemente en la narración cinematográfica existe una forma poderosa de transmitir ideas mediante la identificación,  pero en ella más que el discurso verbal primará siempre el discurso de la peripecia y de la experiencia, ambas formas que relegan el conocimiento desde lo textual y lo inclinan hacia una comprensión más sensible.

No se debe ser injusto con el filme; su poderío visual sigue siendo indiscutible, su retrato de las relaciones de poder siguen siendo alarmantes y su discurso es muy vigente, pero es el trasfondo humano el que se pierde, el espacio para la duda.

Finalmente expongámoslo…  ¿Qué nos quiere decir Trier ya desde hace algún tiempo?  La respuesta es muy clara; tan clara que irrita porque no nos es vivenciada sino declamada, prácticamente exhortada desde la pantalla.

“El ser humano es intrínsecamente egoísta y su único aprendizaje vital “correcto” ha de llevarlo al control de sus pulsiones en orden de ser un ser social”.  Todos somos esencialmente misántropos. Incluso Seligman, el gran oyente, es un tipo que sólo quiere satisfacerse a expensas de Joe: “Todos necesitamos a alguien para controlar”

Sí, esto puede ser muy acertado y puede escribirse con convicción en éstas 3 acotadas líneas …   ¿Pero el cine?  ¿Y las preguntas que surgen de toda acción vital?

Recomiendo quedarse con el duro retrato de una mujer víctima de su deseo.  El resto lo podemos responder por nosotros mismos.

 

Rodrigo Delgado