Nunca vas a estar solo: Lo personal es político
Ya sea por pura casualidad o a raíz de un espíritu generacional, este año hemos visto cómo porción importante del cine de ficción nacional ha coincidido en el tratamiento de problemas de índole social a partir de núcleos familiares compactos. Más aún, en lo relativo al reino de las inspiraciones, emergen temáticas que, basadas en hechos reales, están obteniendo rendimientos singulares en un cine que toma prestados elementos de casos emblemáticos, de gran alcance mediático, abordándolos desde una mirada más microscópica. Si solamente de marketing se tratase (el que sin duda tiene una presencia cada vez más importante), podríamos aunar las diferentes propuestas bajo el eslogan de la discriminación. Pero como son películas que apuntan más allá de eso, se hace necesario precisar que abordan desde la inoperancia judicial a la injusticia de clase, pasando por el abuso, la violencia sexual y la homofobia. En este sentido, lideran la marcha Aquí no ha pasado nada (Alejandro Fernández Almendras), Rara (Pepa San Martín) y la recién estrenada comercialmente Nunca vas a estar solo, del director debutante Alex Anwandter.
Motivada por el brutal homicidio de Daniel Zamudio en el año 2012, la película cuenta la historia de Juan (Sergio Hernández) y Pablo (Andrew Bargsted), padre e hijo respectivamente. Un administrador de una fábrica de maniquíes el primero, un joven estudiante de danza el segundo: rigidez y movimiento, dos personajes opuestos que abren la puerta para entrar a un mundo marcado por la violencia de un medio que no es capaz de aceptar la diferencia. Distantes entre sí aunque sin ser frívolos, ambos parecen convivir solo a instantes y de paso, entre las largas jornadas de trabajo de Juan y las andanzas adolescentes de Pablo: fiestas y discotecas, confesiones con su amiga Mari (Astrid Roldán) y encuentros con Félix (Jaime Leiva), su vecino y amante. Desde el inicio se percibe que habitan un clima hostil, no entre ellos, pero sí de su entorno, ya en la vecina chismosa que se mete donde no debe, ya en otros jóvenes de la población, exaltados y violentos, consumidores de un incipiente fascismo disfrazado de respeto y defensa a los valores.
Alejándose deliberadamente de lo explícito, el montaje va anticipando la amenaza de manera inquietante, marcando paulatinamente el avance del peligro. Porque, mientras Pablo vive su homosexualidad sin complejos de existencia (más allá de los que cualquier chico de 18 años pueda tener), Félix no es capaz de seguirlo y, ante el hostigamiento del resto de los muchachos de la cuadra, encuentra en los golpes la única forma de enfrentar lo que el sistema le ha dicho que es impensable. No hace falta leer el storyline de la película para sentir que la historia de Pablo va hacia la tragedia, y solo bastará que se encuentre con los otros jóvenes en un mal lugar y en un mal momento para que sufra una golpiza descomunal, la que lo dejará postrado en el hospital. De ahí en más, Juan emprende una búsqueda terrible, no solo por la falta de justicia o la abusiva posición del sistema de salud, sino porque solamente en esas dolorosas circunstancias es donde logra descubrir a su hijo.
La decisión de Anwandter es sin duda riesgosa: quedarse temprano en el metraje con el silencioso y constreñido viaje del padre podría resultar en una pérdida irrecuperable de potencia dramática. No sería raro encontrar más de una desilusión en lo que respecta a un gran tramo de la película, que desvía la atención del que pensábamos era el protagonista, para centrarse en otro personaje, más frío, menos empático. Si esto no ocurre es en gran medida porque todo lo que acontece una vez que Pablo abandona escena gira en torno a su ausencia, haciendo que los siguientes sucesos cobren sentido a partir de aquella tensión. Más aún, un aspecto muy interesante de este segundo segmento del film tiene que ver con que los descubrimientos que vivencia Juan se van dando constantemente en claves puramente cinematográficas. Movimientos de cámara, luces y color: los elementos centrales de la vida de Pablo -desconocidos hasta ese minuto por su padre- le son presentados a Juan mediante travellings cuando visita la academia de danza, a partir de la luz magenta que inunda la intimidad de su habitación, ahora vacía.
Las actuaciones son un también un punto alto de la cinta, donde si bien todo el elenco está en un nivel destacado, las interpretaciones de Hernández y Bargsted brillan con luces propias, cada uno siendo capaz de sostener en sus respectivos momentos y bajo sus propios códigos, el peso emocional del relato. Si bien hay escenas que se perciben algo descolgadas de la integridad del armado, las que redundan en exposiciones un tanto innecesarias sobre algunos aspectos de la trama (qué ha sido de la madre de Pablo, por ejemplo), estas no alcanzan a lesionar una propuesta que se levanta sobre un principio desolador: la intolerancia como eje central para las relaciones interpersonales de nuestro tiempo.
El trabajo de fotografía se encarga de presentar un Santiago opaco y grisáceo, particularmente solitario, como un entorno ajeno a toda esperanza. El claroscuro gobierna gran cantidad de situaciones, donde la fauna de maniquíes, los pasillos del hospital o los pasajes de la población son retratados desde la opacidad de la sombra. En este horizonte algo lúgubre, la ficción no le da tregua a Juan, ni le ofrece posibilidad de escapatoria, justicia o paz. La venganza, tal vez el sentimiento más recurrente en la historia del cine, no tiene lugar en un páramo donde las ataduras provienen de todas direcciones, donde hay una estructura de comportamiento sólida e insuperable. El director ha manifestado que piensa menos en la propaganda y más en la reflexión al momento de presentar la película, que sea ella un vehículo de pensamiento en torno a un problema históricamente ignorado a la vez que urgente. En este sentido cobra relevancia la opción por centrarse en la figura del padre, alguien que choca de lleno con un mundo que no ha podido o no ha querido ver, víctima de segundo orden de una violencia que no conoce límites, y desde el que es posible apelar hacia una red más amplia de lectura.
Me resisto a pensar que este tipo de películas solo nacen desde la problemática social para luego marcharse hacia otra pradera, lejana y distante. Me parece más bien que proponen nuevas formas de tratar la intimidad y lo cotidiano, concientes de que lo que articula una dinámica social reducida reverbera en el sistema en su conjunto, un enfoque por mucho tiempo ausente en la cinematografía local. Un filme por sí sólo nunca será suficiente, pero da un paso adelante cuando, precisamente, se plantea la posibilidad de referencia, metonimia o inducción. Y es que lo personal sigue siendo político.
José Parra
Nota comentarista: 8/10
Título: Nunca vas a estar solo. Dirección: Alex Anwandter. Guión: Alex Anwandter. Fotografía: Matías Illanes. Montaje: Felipe Gálves, Alex Anwandter. Sonido: Roberto Espinoza. Música: Alex Anwandter. Reparto: Sergio Hernández, Andrew Bargsted, Jaime Leiva, Benjamín Westfall, Gabriela Hernández, Edgardo Bruna, Antonia Zegers, Octavio Navarrete, Astrid Roldán, Félix Venegas, Camila Hirane. País: Chile. Año: 2016. Duración 81 min.