The Northman: Cuentos sin moraleja
Los cuentos sin moraleja de Eggers conciben el cine como un arte de la experiencia, no como un negocio de venta de tramas. Esto está en el corazón de la larga tradición de los narradores, donde lo fundamental es la experiencia colectiva de decir y escuchar, y no la información resumida de lo que pasó. En esta senda, el cine puede traicionar su mandato mercantil y recuperar su capacidad de reunir un pequeño pueblo en torno a una experiencia común.
El trabajo de Robert Eggers como narrador es heredero del realizado por los hermanos Grimm en su compilación de los cuentos que constituyeron y conservaron el espíritu alemán. El trabajo de los Grimm era conservador en un sentido específico: reunir los cuentos que, desperdigados a lo largo y ancho de las tierras alemanas, daban una forma antigua a la nación nueva requería uniformar el sentido de su interpretación. Era un trabajo conservador del sentido que serviría como guía moral de un pueblo. Ese trabajo es heredado por Eggers, al mismo tiempo que lo traiciona.
Los cuentos de los Grimm necesitaban de la instancia moral, de la expresión explícita, clara y sin rodeos de una moraleja. En este sentido, la tarea de los Grimm estaba abocada no sólo al rescate de las narraciones antiguas que daban forma al modo de ser alemán, sino que aún más profundamente tenía por misión la producción de un modo de ser alemán, la producción de un pueblo, de una manera de leer el presente y las costumbres. Esta dimensión de la herencia es la que traiciona Eggers.
¿Cómo se narra un cuento sin moraleja? O, incluso, ¿de qué nos sirve un cuento sin moraleja? Si el sentido está abierto a la interpretación legítima de cualquiera, el cuento ya no sirve como guía moral de un pueblo: es como un mapa sin norte. Sin embargo, un mapa sin norte nos obliga a comprender que el territorio es el mapa y que la exploración es la manera en que se da forma al viaje. Quitarle el norte a un mapa significa emancipar al viaje de su destino: convierte al viaje en una odisea. Del mismo modo, la verdadera libertad de los héroes se da cuando su destino se desvanece. Cuando Eggers libera a los cuentos de su moraleja está quitándole el norte al mapa, está liberando al cine de su mandato mercantil.
Hollywood, y en especial los hermanos Disney, han subordinado las imágenes a la producción y reproducción de un ciclo mítico de compra-venta: para que una imagen sea mercantilizable, es decir vendible, debe estar empaquetada, cerrada en su sentido, nada puede quedar en el suspenso de la imaginación. Esta forma de las imágenes responde a la lógica del capital: todo, principalmente el sentido, debe estar dado de antemano para que sea vendible. Desde Aristóteles hasta Hollywood, toda acción debe proporcionar la información necesaria para entender la trama: el arco dramático, que tiene su punto más alto en el clímax del conflicto central, debe ser totalmente inteligible. El cine, en este sentido, es información y las acciones no deben ser más que elementos que proporcionan información. La suma de información otorga el sentido, razón por la cual las películas no significan sino una sola cosa: el triunfo del bien sobre el mal, el triunfo del amor sobre el odio, el triunfo de la luz sobre la sombra. El triunfo, en definitiva, del dinero sobre el pensamiento, tal como lo pronosticó Steven Spielberg al estrenar E.T. en 1982: llegará el día en que no haya más festivales de cine, porque habrá solo una película que se repita una y otra vez; una película que nos haga sentir el éxtasis de la fantasía final y al que cualquiera podrá llegar, siempre que pague su entrada.
El cine se libera de su destino mercantil cuando niega la profecía de Spielberg. Un cuento sin moraleja, sin sentido, no es mercantilizable porque abre la pregunta mínima que cualquier mito pretende ocultar: ¿dónde está el norte? The Northman (Robert Eggers, 2022) es un filme que traiciona el principio hollywoodense del sentido, del cierre, de la conclusión, de la moraleja, del norte. Tal como hizo en The Witch (2015) y en The Lighthouse (2019), con The Northman Eggers narra el proceso de transformación de un héroe que pierde su destino: el joven príncipe Amleth (evidente anagrama de “Hamlet”) ve morir a su padre a manos de su tío, quien se queda con su reino y con la reina. El filme, desde esa mirada, no es más que el viaje de un héroe que se exilia para ganar experiencia y vuelve para cobrar venganza. Pero esa manera de leer el filme significa reducir el cine al arte conservador de los hermanos Grimm. La obra de Eggers es más compleja, primero, porque no reduce el cine a su trama. Segundo, porque al relato cinematográfico le resta su dimensión moralizante. Y, tercero, porque otorga al cine la facultad de expresar una forma. Estos tres aspectos de la obra de Eggers están relacionados.
Que el cine de Eggers no se reduzca a su trama implica que no depende del final ni de la resolución del conflicto central de su arco dramático: lo fundamental es la forma que expresan las imágenes. Mientras en The Witch fueron los relatos orales del siglo XVII y en The Lighthouse las leyendas que los marinos contaban en los puertos del siglo XIX, en The Northman la forma del relato se expresa como las sagas islandesas del siglo XIII: es una traducción de la forma de las sagas al cine. Eggers le resta la dimensión moralizante y educadora a sus cuentos, porque sin ella el cine se aboca a su misión: el cine se libera de contar una trama para, finalmente, expresar una forma. La forma de las sagas resulta particularmente interesante para el proyecto de Eggers, ya que justamente la palabra “saga” presenta una ambivalencia: mientras en la lengua de Hollywood “saga” refiere al conjunto de películas que componen un universo narrativo, como Star Wars o Harry Potter; en la tradición literaria que se inserta Eggers, “saga” significa una forma de decir, una forma de contar que según Borges servía como pasatiempo en las largas noches de la Islandia precristiana. Las sagas también refieren a los telares sagrados que relatan con dibujos las hazañas de héroes y las historias de familias en la cultura nórdica, los cuales tienen una forma horizontal que expresa un modo de comprender el tiempo como consecusión de acciones que no terminan. Que las acciones se sucedan sin que haya un punto final, es parte fundamental de las creencias nórdicas y que, en principio, se opone a la lógica conclusiva hollywoodense. A esta forma cíclica Eggers refiere de manera explícita en su filme en base a paneos y planos-secuencia que destacan la dimensión horizontal y no conclusiva del relato. Al ser relatos no conclusivos, las sagas carecen de moraleja.
Al restarle a los cuentos su moraleja, Eggers devuelve al cine su dimensión formal, aquella donde la forma expresa una herencia más que el sentido de las acciones. La manifestación más clara de esto se encuentra en la manera en que la muerte de Amleth (o el ascenso de Thomasin, o el final de Ephraim) no es relevante para darle sentido a sus acciones a lo largo del filme, sino que es relevante para confirmar un proceso de transformación del mundo: los filmes de Eggers no son viajes del héroe, sino filmes sobre la transformación del mundo. El final de The Witch marca la transformación del mundo de Thomasin desde una concepción puritanista-cristiana hasta una satánico-pagana; el destino de Ephraim en The Lighthouse expresa la transformación de una experiencia mundana en una extática; la muerte de Amleth determina la transformación de un mundo animal-mundano en uno divino-mítico. El carruaje de las valkirias que lo llevan al Valhalla se hace real en la medida en que el mundo que concibe a Amleth se desvanece. Al devolverle al cine su facultad formal, es decir su capacidad para producir una forma, Eggers hace del cine un arte de la transformación de la experiencia que se opone a la fábrica de sueños imaginada por los padres fundadores y santos patronos de Hollywood.
Los cuentos sin moraleja de Eggers conciben el cine como un arte de la experiencia, no como un negocio de venta de tramas. Esto está en el corazón de la larga tradición de los narradores, donde lo fundamental es la experiencia colectiva de decir y escuchar, y no la información resumida de lo que pasó. En esta senda, el cine puede traicionar su mandato mercantil y recuperar su capacidad de reunir un pequeño pueblo en torno a una experiencia común.
Título: The Northman. Dirección: Robert Eggers. Guión: Robert Eggers y Sjón. Fotografía: Jarin Blaschke. Reparto: Alexander Skarsgård, Nicole Kidman, Anya Taylor-Joy, Claes Bang, Ethan Hawke, Willem Dafoe, Björk. País: Estados Unidos. Año: 2021. Duración: 137 min.