No te preocupes cariño: Marketing versus Arte
¿Viejas prácticas de Hollywood o un genuino bochorno? Como sea, lo cierto es que afirmar que Olivia Wilde defraudó en su segundo largometraje no sería justo. Solo queda esperar que para la próxima o retome la dignidad con que trajo Booksmart al mundo o contrate a un mejor agente de relaciones públicas.
No hay publicidad mala, solo publicidad, reza más o menos el dicho. Haya sido adrede o no (convengamos que las estrategias de marketing de Hollywood no conocen escrúpulos), de pronto la actividad promocional de No te preocupes cariño (Olivia Wilde, 2022), se tomó la prensa de espectáculo y redes sociales con un flujo constante de actualizaciones respecto a las andanzas personales de su equipo. Así, su estreno dio pie a diversos chismes, memes y virales que robaban la atención del asunto en cuestión: la obra. Ahora, independiente del circunstancial motivo, el lanzamiento de la cinta supo estar en boca de todos, lo que, desde una perspectiva publicitaria, es un triunfo. Esto mientras su directora, la también actriz Olivia Wilde, intenta ser tomada en serio como realizadora de grandes ligas.
Este último punto no es menor, ya que No te preocupes cariño es la segunda película dirigida por Wilde y llega con expectación tras su positivo debut con Booksmart (2019). El filme, sobre dos chicas estudiantes muy responsables que finalmente deciden divertirse a lo grande antes de la graduación, sorprendió a la crítica por su chispeza, lúdico ritmo y el cariño a sus personajes. Adicionalmente, vibraba con una dirección que sabía muy bien lo que quería y cómo, virtudes que se suelen observar en autores con trayectoria más que en debutantes. Ese mérito en el bolsillo pareció alimentar la ambición de Wilde, quien osa subir dos escalones a la vez y embarcarse en un proyecto de mayor envergadura y exigencia, instigando una presión mediática acorde. El principal reto ahora era estar a la altura.
La premisa -y promesa- de No te preocupes cariño es que nada es lo que parece, pero es tanto el énfasis en esta idea, que la premisa se termina derrumbando cual castillo de naipes. Aquí, todo sí es lo que parece. Alice (Florence Pugh) es una perfecta ama de casa de los años 1950 quien, junto a su marido Jack (Harry Styles), conforman el matrimonio ideal. Mientras ella cumple con sus labores de esposa, Jack provee desde su exitoso puesto de ingeniero en una constructora. Ambos jóvenes y atractivos. Ambos muy enamorados. Pero no son los únicos. En Victoria, el pueblo ficticio donde habitan, todos parecen tener una vida perfecta. Perfecta, y perturbadoramente similar. Puesto que todo funciona como reloj suizo y todos son muy felices, nadie se preocupa siquiera de cuestionar cómo es que Victoria se convirtió en este fantástico, pero misterioso oasis. O, mejor dicho, hay un personaje que sí lo hace -Margaret, interpretada por KiKi Layne- pero lo cierto es que Layne tiene el infortunio de no ser la súper estrella en ascenso que es Florence Pugh, restándole así relevancia a un papel que tenía el potencial de poner en marcha la trama por su propia cuenta. La película, en vez, espera a que el personaje de Pugh valide el comportamiento sospechoso de esta mujer para empezar a sembrar el suspenso. ¿Es realmente Victoria el paraíso suburbano que profesa ser?
La respuesta a la interrogante es un rotundo no -énfasis en rotundo, pero no porque sea poderoso, sino explícito. Es más, el enigma está planteado con semejante falta de sutileza que, de aplicar el beneficio de la duda, se puede llegar a pensar que es a propósito. Pero esta teoría tropieza en el grueso acento con que se deslizan pistas de una posible anomalía. Así, el extraño actuar de la única habitante que desconfía de la autenticidad de este paraíso -y que, por cierto, es tildada de loca- cae muy anticipadamente en el relato y, por consiguiente, la semilla de sospecha en Alice. Qué pasa con la intriga, entonces. Cómo involucrarse en una película que no nos ha dado el tiempo de regocijarnos en la ilusión de bienestar cuando ya nos está abrumando con un desfile de red flags.
Es entonces inevitable evocar a The Stepford Wives (Bryan Forbes), el clásico de 1975 inspirado en la novela de Ira Levin y cuya influencia en No te preocupes cariño revolotea omnipresente. La cinta de Bryan Forbes, que ganó impacto con el paso del tiempo hasta convertirse en una película de culto y que popularizó el término Stepford wife para referirse al arquetipo de la esposa sumisa que adhiere a los conceptos más conservadores del rol femenino, presenta un relato que sigilosamente nos introduce en este nuevo lugar donde la protagonista se va a vivir con su marido. Aquí, si bien la sensación de que algo no está del todo bien flota en el aire desde que ella tiene su primer encuentro con una vecina, la sospecha se trabaja de forma orgánica y pausada, permitiéndonos conocer y contemplar el panorama junto a ella sin la predisposición a recibir un balde de agua fría. No por nada el filme goza de su legado; es una propuesta que valora sus propios tiempos, construyendo modestamente un suspenso que avanza a la par a las inesperadas revelaciones que enfrenta su protagonista. Por encima de todo, fue su lectura feminista de una sociedad machista y capitalista que encasilla y automatiza la figura de la mujer lo que le otorgó la virtud de trascendencia.
¿Es justo comparar ambas películas? Por cierto que sí; la obra de Forbes corrió para que la de Wilde caminara. ¿Que The Stepford Wives esté mejor lograda que No te preocupes cariño significa que esta última no valga la pena? Pues no. Y así es como volvemos a lo que dijimos al comienzo. Es que a pesar de tambalear en un factor clave del género como es el suspenso y otras debilidades como ciertos vacíos argumentales y la notoria falta de oficio de Harry Styles, la segunda entrega de Olivia Wilde detrás del lente (aunque en este caso también participe al frente en un rol secundario) no es un intento descartable -lo que torna lamentable la manera en que la farándula opacara su contenido, no solo porque desviara la atención de lo importante, sino porque también tiñó la experiencia del visionado de un prejuicio que no merece.
Técnicamente, No te preocupes cariño es un trabajo redondo, donde el premio al mejor desempeño se lo lleva todo el equipo de diseño de producción. Con una ambientación y propuesta de arte precisos, la estética de Victoria representa un mundo tan exacto como plástico, ofreciendo una belleza casi enceguecedora cimentada en la simetría y la viveza de color cual catálogo de revista aspiracional de tiempos pasados. Sumando una música que inyecta ansiedad a la vena, las bondades continúan con una potentísima actuación de Florence Pugh, virtuosa actriz que solo sabe superarse a sí misma. La británica, como en cada película en la que ha participado en su maratónica carrera para sus cortos 26 años, se luce con una interpretación visceral, tanto física como emocional, cargando erguida en sus hombros el peso de un papel de una expresividad palpitante. Asimismo, el autor intelectual de este acertijo llamado Victoria está en los zapatos de un excelente Chris Pine, quien ofrece a un villano de un ritmo calculado, subrepticia arrogancia y una mentalidad malévola disfrazada de intenciones visionarias -nada alejado de los más rimbombantes CEOs de nuestra vida real.
Raya para la suma, el filme peca de ambicioso. No cabe duda que pretende aportar al debate con su postura feminista, ilustrando la fantasía de mujer de toda mente cavernaria, pero a la hora de atar cabos descoloca con decisiones que pretenden impactar, pero no lo logran por su pobreza de fundamento. Una de ellas es, por ejemplo, la actitud un dejo ambivalente hacia el sentir de Jack por Alice cuando el destape de la verdad apunta en una sola dirección. En esta misma línea, la gran relevación a lo Black Mirror, que no deja de ser interesante, añade otra pieza extra a un rompecabezas ya sobrecargado de comentarios sociales. Esto no quiere decir que no sea válido -por cierto que el cine puede vociferar los comentarios sociales que le plazcan- pero el metraje ocupó tanta energía en remarcar que Alice está a una epifanía más de abrir la caja de pandora que, cuando al fin se abre, ya no queda ni tiempo ni espacio para solventar más lecturas sin que el producto final parezca un embrollo de consignas que suman puntos progresistas.
La reflexión final, como espectador, es cuán desalentador es presenciar una película desvirtuarse mediáticamente de tal manera que su valor intrínseco acaba aplastado bajo el peso del sensacionalismo. Sobre todo cuando la obra, sin ser perfecta, cuenta con el material suficiente para alzarse sobre su propio piso. ¿Viejas prácticas de Hollywood o un genuino bochorno? Como sea, lo cierto es que afirmar que Olivia Wilde defraudó en su segundo largometraje no sería justo. Solo queda esperar que para la próxima o retome la dignidad con que trajo Booksmart al mundo o contrate a un mejor agente de relaciones públicas.
Título original: Don’t worry Darling. Dirección: Olivia Wilde. Guion: Katie Silberman. Fotografía: Matthew Libatique. Montaje: Affonso Gonçalves. Música: John Powell. Elenco: Florence Pug, Harry Styles, Olivia Wilde, Gemma Chan, KiKi Layne, Nick Kroll, Chris Pine. País: Estados Unidos. Año: 2022. Duración: 123 min.