No miren arriba (2): De sátiras, cometas y memes

No miren arriba invita a hacerse esas preguntas desde la crítica. A seguir demandándole al cine que no se quede en la efectividad de un discurso por sobre las cualidades de sus herramientas dramáticas y visuales. Persistir en la pregunta por la calidad a los materiales que pone en escena, aunque sea solitariamente.

El siempre cambiante panorama cinematográfico mundial vive días de incertidumbre. La emergente potencia de los servicios de streaming ha logrado algo que hasta hace pocos años era tal vez impensable: que los principales directores y directoras, productores y productoras, actores y actrices estrenaran en plataformas digitales lo que antes estaba reservado exclusivamente para la elegancia de la pantalla grande y el glamour de la sala oscura. Un ejemplo del cambio de paradigma son los Oscars, pilares estructurantes del calendario fílmico más popular y poderoso, los que ya dejaron atrás la exigencia de que las cintas tengan que estrenar en sala para competir -debido a la pandemia del COVID-19. En este escenario cambiante, filmes estrenados en plataformas obtienen una visibilidad mucho más rápida que sus pares con distribución tradicional. A través de las redes sociales se viralizan, se vuelven memes, se difunden por todos los rincones de la Web. No miren arriba, la más reciente película de Adam McKay y distribuida por Netflix, se alimenta de estas condiciones, utilizando recursos propios de las comunidades virtuales para buscar el humor en medio de un cataclismo de proporciones planetarias.

Kate (Jennifer Lawrence) y Randall (Leonardo DiCaprio) son astrónomos que descubren un cometa de 10 kilómetros de diámetro que se dirige directamente hacia la Tierra. Ante la precisión matemática del cálculo -poco más de 6 meses para el impacto-, los científicos deben luchar contra las inseguridades de un gobierno negligente y manipulador, a la vez que con el poder de los medios de comunicación y una opinión pública que se niega a creerle a la evidencia científica. McKay profundiza en estrategias que utilizó en sus últimas cintas, The Big Short (2015) y Vice (2018), acudiendo a materiales de YouTube, pantallazos de Twitter, posteos en Facebook o Instagram, para apoyar una narrativa que busca combatir males políticos propios de su país, Estados Unidos. A estos recursos se le suman quiebres en la diégesis, relatos explícitos que sirven para contar complejos escenarios económicos de manera más amistosa. La crisis financiera de 2008 o la truculenta carrera política de Dick Cheney son tratadas desde el sarcasmo, revelando cómo el mundo gira al compás de los poderosos, donde el resto de nosotros poco y nada podemos hacer al respecto.

En esta nueva entrega, la estrategia visual y dramática se mantiene, pero ya no desde un hecho real, con consecuencias conocidas, sino uno ficticio, evidentemente metafórico. El meteorito es una visualización de la crisis ambiental -también de la pandemia, por cierto- y de cómo la comunidad científica queda relegada, sus métodos puestos en duda, sus objetivos suplantados por la avaricia y la ambición. Ahora bien, el metraje no termina de sostenerse a sí mismo. Desde una de las extensas e innecesarias escenas iniciales con los científicos esperando afuera de la Sala Oval de la Casa Blanca, hasta la inconsistencia del millonario perverso a la vez que transparente interpretado por Mark Rylance, pasando por un montaje que usa y abusa del corte abrupto, el que muchas veces hace tropezar el ritmo más que favorecerlo. Un elenco estelar no supera el brillo de los nombres propios, la sátira queda desdibujada en caricaturas simples y personajes planos; Randall como el científico desalineado, corrompido por la fama para que finalmente reconozca su humanidad aprendiendo de sus errores, es un ejemplo elocuente de esto. 

Más allá de estas consideraciones, la película está generando una recepción interesante que da cuenta de algunas lógicas de la recepción del cine hoy. Está recibiendo mucho amor, manteniendo la retórica de las redes sociales. Aquel terreno del que la misma película se nutre funciona ahora como caja de resonancia, y a nivel local, donde somos famosos por la rapidez con la que reaccionamos a las tendencias y hashtags, los memes, elogios y comparaciones han estado bullentes. La presencia de Chile en la ficción, como país en cuyas costas caerá el meteorito, multiplica dicha atención, dando paso a un vendaval de reacciones al respecto: hilos con rostros nacionales para los papeles principales, medios que se cuelgan de las cadenas de memes, y así. 

Pareciera ser que la eficacia del contenido, la potencia del mensaje logra vehiculizar una apreciación contra todo evento y falencia. La metáfora que estructura la cinta es tan obvia que resulta inverosímil -tanto así que uno de los principales chistes que circulan en redes tiene que ver con este rasgo de inverosimilitud. Esto no es un problema para la película, puesto que los realizadores parecieran querer poner el acento precisamente ahí: es tan ridículo todo que incluso con una certeza del 99,7% de que la vida en la tierra va a desaparecer, no se actúa, considerando que en la historia existe la tecnología para evitar el desastre. ¿Por qué China y Rusia reaccionan solo a días del impacto del cometa? ¿cómo podría ser admisible que EE.UU. bombardeara estos países sin ninguna repercusión? Si desde entrada se abraza un tono despreocupado en este sentido, estas preguntas pierden relevancia. Más todavía cuando las comparamos con escenas como la de Randall acuclillado sobre su computador, peleando a través de la pantalla contra un twittero que lo reniega, imagen absolutamente creíble en las lógicas de las redes sociales contemporáneas. Si hace algo bien No miren arriba es generar ese rasgo de identificación evidente, la batalla contra los trolls, el flagelo de las fake news, son elementos con los que la audiencia puede percibir como actuales, aún en el más absurdo de los escenarios. Se produce entonces una extraña contradicción virtuosa: en una fabulación sarcástica y de suyo inverosímil, sus rasgos contingentes apelan a una realidad cotidiana palpable, precisamente por lo ridículos que llegan a ser hoy en día algunos de esos rasgos. Nadie podría reaccionar así, tendemos a pensar, intentando sacar provecho económico de un fenómeno que nos matará a todos. Pues bien, exactamente así se está actuando, en relación con un sinnúmero de prácticas altamente dañinas para el medio ambiente. 

Esta estrategia no es nueva. Incontables filmes se saltan olímpicamente sus pretensiones de verosimilitud en pos de generar comedia. Dr. Strangelove (Stanley Kubrick, 1964) o la propia Network (Sidney Lumet, 1976), reseñada como referente por la crítica anterior publicada en este sitio, son ejemplos elementales que comparten un territorio narrativo con No miren arriba. Este último parangón es interesante, porque ambas cintas trabajan sobre el poder de los medios, y el discurso enajenado de Randall es una cita casi explícita al que ejecuta Howard Beale en la cinta de Lumet. La diferencia clave es cómo las redes han cambiado los mecanismos de circulación y consumo cultural. “Estoy enojado como el demonio y no lo voy a aguantar más”, dice Beale, y su prédica es replicada en los balcones de la ciudad. Randall es omitido en la ficción (al parecer nadie escucha su monólogo), para luego ser revalorado por las redes sociales que reaccionan a la cinta, en los miles de tweets y retweets que le dan validez a aquello que en la película no logra tener sentido. 

El escenario puede resultar algo incómodo para el comentario crítico, y quizás por lo mismo vale la pena discutirlo más allá de esta obra solamente. Es uno de esos casos donde se activa la inoficiosa división entre alta y baja cultura, donde la crítica puede dormir de manera sencilla en el reino pretencioso del buen arte, culpando al analfabetismo y la miopía que una película con tan poco tonelaje cinematográfico resulte valorada masivamente. Es incómodo pues la crítica se juega sus cartas en la lectura de los recursos fílmicos que una obra activa, en cómo operan tales mecanismos para representar estéticamente una idea, una historia, un concepto, y estas alabanzas de parte de las audiencias masivas la deja fácilmente fuera de juego. Pero también debe prestar atención a los ecos que la obra genera fuera de la pantalla, ecos que resuenan cada vez con mayor amplitud, en distintas voces y con diferentes intensidades, en medio de un mundo receptivo en creciente expansión. No miren arriba invita a hacerse esas preguntas desde la crítica. A seguir demandándole al cine que no se quede en la efectividad de un discurso por sobre las cualidades de sus herramientas dramáticas y visuales. Persistir en la pregunta por la calidad a los materiales que pone en escena, aunque sea solitariamente (por lo mismo sostengo y defiendo la calificación otorgada). A la vez, la crítica debe estar alerta respecto a los modos en que esos mismos materiales están siendo vistos e interpretados, no negarlos desde un preciosismo o una torre de marfil. El camino no debe ser este, o de inmediato la o el crítico se encuentra al otro lado del espejo, volviéndose el troll que reniega del cambio climático, con la evidencia ahí mismo, delante de sus ojos.

 

Título original: Don't Look Up. Dirección: Adam McKay. Guion: Adam McKay. Fotografía: Linus Sandgren. Montaje: Hank Corwin. Reparto: Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence, Meryl Streep, Cate Blanchett, Jonah Hill, Tyler Perry, Mark Rylance, Rob Morgan, Timothée Chalamet, Ron Perlman, Ariana Grande, Chris Evans. País: Estados Unidos. Año: 2021. Duración: 138 min.