Neruda (1): Profeta en su tierra

Basta mirar los primeros segundos de créditos de la última película de Pablo Larraín para notar el enorme recorrido que ha tenido: ganadora de fondos internacionales, apoyos de televisoras de todo el mundo, asociaciones productoras europeas y, para rematar, su presencia en el que sigue siendo el festival más glamoroso e importante del mundo, Cannes. Ya me puedo imaginar a los Larraín, aprovechando los viajes realizados durante el recorrido de No y El Club, teniendo reuniones con productores, postulando a fondos y contando sobre su nuevo proyecto, animados y excitados diciéndole a quien se les cruzara que estaban haciendo una película sobre Pablo Neruda.

El Nobel poeta a estas alturas tan dado por sentado en la cultura chilena, y por lo tanto no tan reconocido intelectualmente (es clásico el preferir a poetas que no recibieron tanta prensa ni premios, muchas veces, sospechosamente, sólo por eso), no recibe el mismo trato desde el mundo internacional. Muchas veces es uno de los pocos poetas latinoamericanos considerados seriamente en estudios y programas de literatura tanto de Estados Unidos como Europa, así como en la bullente escena de estudios latinoamericanos de literatura en países como Corea del Sur y Japón. Ahora me viene a la mente el dicho: “nadie es profeta en su tierra”, un lugar común, pero que aquí aplica preliminarmente. No resulta curioso, entonces, el interés que tuvieran productoras a nivel mundial cuando se les pone frente a ellos la oportunidad de invertir en una cinta sobre tan galardonado poeta. Entonces, Larraín sería como el que anuncia al profeta, llevando su nueva buena al mundo, antes de que este aparezca.

Mi pregunta será, ahora que poco a poco empezará a verse la película, cuántos de esos productores y financistas se sentirán estafados o engañados cuando vean este menjunje que parece ser más una novela primeriza de un escritor que se cree experimental/rompedor y que fue mal llevada (o llevada tal vez demasiado literalmente) a la pantalla. Claramente muchos de ellos esperaban una cinta sobre Neruda, y no hablo acá de que lo que se muestre sea o no un retrato real, o que ofenda la memoria de un poeta que honestamente me interesa poco. Hablo de que la cinta, tanto desde su estructura, como por lo que muestra, no funciona para hablar acerca de quién era Neruda como persona, de su poesía, de la clase de personaje que podría llegar a ser, de su ideal político honesto… lo cual es problemático cuando tu película se llama Neruda.

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Dando manotazos al aire, el guión trata de extremar sus posibilidades, alejándose completamente de un posible tono operático y formalista que tiñó la ridiculez que fue la “otra” Neruda (Manuel Basoalto, 2014), que contaba el mismo episodio de la fuga del poeta a Argentina, pero con un respeto y poética que finalmente resultaba sofocante. Acá busca alivianarse insertando a un Neruda exageradamente libertino y carnavalesco, lo cual le da al personaje cierto interés al ser visto desde una óptica más crítica (pese a carecer de veracidad, cosa que no importa, reitero), pero todo ese mundo queda nuevamente sofocado y atrapado por un pie forzado que remite a ese novelista primerizo mencionado anteriormente, que busca un estilo estructurado que no deja respirar a la trama y que deja todo posible interés en una medianía entre la auto-referencialidad cinematográfica/literaria (que no tiene razón de ser salvo por una velada mención al interés de Neruda por las novelas policiales) y el atento trabajo de arte que muchas veces llama la atención a sí mismo por el sólo hecho de existir.

La primera mitad de la cinta es entretenida, ya que el juego entre el personaje narrador policía (interpretado por Gael García) y el ambiente bacanal predominante (desde el baño del Senado hasta la casa del poeta) resulta interesante, ya que no influye mucho el uno en el otro. Pero el tono meditabundo constante de Peluchonneau termina atosigando y finalmente todo se remite a su ritmo, pausado, lleno de silencios, dentro de los cuales no hay nada que reflexionar, nada que pensar, nada que contemplar. La segunda mitad, entonces, se vuelve aburrida, lenta, ridículamente recursiva y repetitiva. El ejercicio literario y de guión que se quiso hacer de poder jugar con la idea del personaje principal y secundario es lo que finalmente amarra a seguir una estructura, un tono y una voz en off que deviene en ese aburrimiento, que deviene en ridiculez en sus momentos más solemnes (la escena final en la nieve tiene tintes cómicos que, honestamente, no creo hayan sido intencionales).

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Pero las actuaciones de los principales resaltan y logran flotar por encima de toda la mediocridad del guión y sus avances seudo intelectuales. Lo que podría haber sido la promesa de una inquietante y divertida película usando hechos reales como base se transforma en una autoimpuesta solemnidad que termina por matar el ritmo que llevaba hasta cierto punto. Y la idea de la ficción no se transmite a otros ámbitos de la película, más allá de una fallida intención con la retro-proyección en las escenas de automóviles, las cuales llegan al paroxismo de la ridiculez al ser usada esta técnica de manera muy deficiente en una escena de conducción de motocicleta. Comparable en este sentido con la guagua falsa en El Francotirador de Clint Eastwood, sobre cómo un elemento descuidado de ese tipo da cuenta, tal vez, de una película que venía desde su intención inicial mal planeada.

Jaime Grijalba

Nota comentarista: 6/10

Título: Neruda. Dirección: Pablo Larraín. Guión: Guillermo Calderón. Fotografía: Sergio Armstrong. Montaje: Hervé Schneid. Reparto: Luis Gnecco, Gael García Bernal, Mercedes Morán, Alfredo Castro, Pablo Derqui, Marcelo Alonso, Alejandro Goic, Antonia Zegers, Jaime Vadell, Diego Muñoz, Néstor Cantillana, Francisco Reyes, Michael Silva, Víctor Montero. País: Chile. Año: 2016. Duración: 107 min.