Medea (1): Del cine y la teatralidad como un ejercicio de representación
Por Pía Gutiérrez Díaz
Medea es el primer largometraje de Alejandro “Chato” Moreno (1975) pero no su primera incursión en esta tragedia clásica creada por Eurípides, el más innovador de los tragediógrafos, durante el siglo V a.C. Moreno ha construido una reconocida trayectoria en el mundo teatral, ganador varias veces de la Muestra de Dramaturgia Nacional y autor de obras de gran éxito como La amante fascista, estrenada el 2011 bajo dirección de Víctor Carrasco y protagonizada por Paulina Urrutia. Sin duda, su actividad como dramaturgo lo consagró como una de las promesas de la década de los 2000, su obra ha sido estudiada por la crítica y las nuevas generaciones de actores como un punto de inflexión, llegándose a decir que ha constituido un ejemplo del giro a la narratividad en el teatro contemporáneo chileno y, por lo mismo, determinado una nueva estrategia de teatralidad en escena.
Me parece, precisamente, que esa marca disciplinar agrega a esta película una capa en la experiencia de visionado que creo productiva destacar. Es en ese trabajo sobre las estrategias de teatralidad en el que se abre una discusión interesante sobre la circulación del arte en esferas inespecíficas en donde diferentes soportes como el teatro, la escritura y el cine son espacios residuales, contaminados tal vez, de las prácticas de un arte ampliado en el que los artistas circulan para experimentar nuevos límites de la representación en torno a sus preocupaciones. De este punto la película arroja a una nueva pregunta por el lugar del espectador, pues la mirada se desacostumbra y una incomodidad pone en alerta la forma en que nos acercamos a ejercicios artísticos como Medea. En ese sentido pienso que el ejercicio de la película se vuelve cuestionador de las formas en que clasificamos o cercamos los lenguajes a saberes específicos, a condiciones de producción o de consumo que parecen fijas cuando sabemos, y tal vez esperamos, la fluidez entre dichos campos como un lugar fértil para la generación de nuevas experiencias (y con esto vuelvo a lo teatral) de la producción de presencia.
Desde mi vereda, mucho más cercana al mundo de las artes vivas que al del cine, aunque asidua espectadora de ambos formatos, asumo la incomodidad de este trasvasije y me pregunto entonces por la ganancia de este quehacer artístico. Reconozco en Medea ese lugar incómodo del que mira, porque códigos del teatro se traspasan al cine pero con la inminencia del amplio paisaje sobre nuestros ojos y el montaje como una técnica, aunque imitada, nunca así de transparente en el espacio escénico. Creo que en atención de estos desplazamientos podemos destacar, por ejemplo, el trabajo actoral. Reconocemos en la película el trabajo artístico de actores con amplia trayectoria teatral, aunque esto no es nada nuevo si recogemos casos recientes como el vínculo de Teatro La Memoria como parte de una poética instalada en el mundo de las películas de Pablo Larraín. Por lo mismo, la incorporación de Alfredo Castro y Paulina García nos parecen familiares en el formato cinematográfico, pero sus cuerpos y registro actoral activan una memoria del teatro o potencian una forma corporal que responde a la copresencia; además existe un tono y una disposición a la pantalla que recuerda la escena experimental en la que el propio Moreno se formó.
Asimismo, se pueden leer otros elementos que adquieren la potencia teatral: el vestuario que nada tiene de cotidiano, sino que impone un cruce entre las imágenes que hemos reproducido de la Grecia clásica y el sincretismo andino de los bailes religiosos, nada “naturalista”; la insistencia en los metales y piedras que parecen constituir la riqueza de ese desierto, yermo y obsesivamente fértil a la vez, en el que la minería, encarnada en una veta de oro que es literalmente un tajo en la tierra ilustrado en una vagina gigante, es la nueva prometida de Jasón. La alegoría mujer y tierra productiva que en la historia original está dada en la nueva alianza con la hija de Creonte es reemplazada por la riqueza minera.
Hace 20 años, Moreno escribió y montó con la compañía Teatro El Hijo, bajo la dirección de Rodrigo Pérez, su versión de Medea protagonizada por Millaray Lobos, la misma actriz que hoy interpreta en la pantalla a la gestora de la historia mítica en que ella, madre y esposa, sacrifica a su hijo en venganza a la traición de su esposo Jasón y al sistema de poder, encarnado en Creonte, que promueve un nuevo matrimonio de alianza política y la consecuente expulsión de Medea desde Creta. La negación ante el cuidado de los hijos, dictamen de la maternidad, es la estrategia con que Medea resiste al poder de Jasón, encarnado por Michael Silva. El sacrificio le quita a su prole, principal núcleo del poder en el mundo clásico, y lo responsabiliza por las acciones que él ha tomado y que empujan este desenlace.
Es imposible no pensar en el guiño a la larga lista de obras que han retomado este mito. En mi propia experiencia, no puedo alejar las imágenes de la versión teatral Medea Mapuche (2000) de Juan Radrigán ni el vínculo más sutil con la obra de Bosco Cayo Limítrofe (2013), o la de las películas de Pasolini (1969) y de Lars von Trier (1988). Al carácter icónico adhiere una solemnidad que se mezcla con representaciones simbólicas que parecen extrañas en el cine chileno actual como la mujer emplumada a punto de parir, representada por Paola Lattus, o Egeo como un barquero enano que interpreta Rodrigo Velásquez, ambos rostros establecidos del teatro nacional.
Así Moreno se une a un repertorio de versiones que esta vez sitúa la acción en el desierto de Atacama, un nuevo y amplio espectro de lecturas se vincula también a esta película desde dicho paisaje, desde Chañarcillo (1936) de Antonio Acevedo Hernández hasta las imágenes del norte atravesado por la letra en las performances de Raúl Zurita (1982 y 1993). La historia y el territorio se resignifican en la elección de una secuencia llena de elementos que potencian la teatralidad de la película y pienso que ahí radica un valor interesante que como espectadores nos deja abrirnos preguntas a veces incómodas sobre lo posible de representar, su pertinencia y reparto en nuestro contexto.
Nota comentarista: 7/10
Título original: Medea. Dirección: Alejandro Moreno. Guion: Alejandro Moreno. Casa productora: Azabache Producciones. Distribución: JIRAFA. Producción: Alejandro Moreno, Jorge Sepúlveda. Fotografía: José Luis Canales. Montaje: Isabela Monteiro de Castro. Dirección de arte: José Rojas Noriega. Sonido: Roberto Espinoza. Música: Diego Noguera. Reparto: Paulina García, Alfredo Castro, Millaray Lobos, Michael Silva, Paola Lattus, Guilherme Sepúlveda, Félix Alcayaga. País: Chile. Año: 2019. Duración: 78 min.