Mank (2): Una espiral de contenidos
Ciertamente Mank es una película exclusiva en cuanto al tema que trata y la forma en que lo trata. La pregunta que cabe hacerse es si acaso puede funcionar como historia por sí misma, sin el apoyo sostenido de la información privilegiada que rodea el origen de la historia y de los personajes reales a los que está conectada y a partir de los cuales se construyó. Y esta pregunta no es poco importante frente a la acusación que han hecho algunos de tratarse de un película pretenciosa, demasiado de nicho y dirigida únicamente a unos pocos entendidos.
Nuevamente Netflix a la vanguardia con un estreno fulminante. La última entrega del director David Fincher, luego de Gone Girl (2014) en el cine y de la exitosa serie Mindhunter para la misma plataforma, se encuentra ya disponible. Se trata de su proyecto más personal e íntimo, no sólo porque el guión de Mank fuera escrito por su padre, el periodista Jack Fincher, fallecido el año 2003, sino porque además de ese vínculo que se desplaza en el ámbito de los afectos, refiere al mundo en que Fincher se ha desempeñado tan vigorosamente toda su vida y que conoce al dedillo.
Mank habla de muchas cosas, pero la medular es la polémica historia tras la autoría del guión de Citizen Kane, película con la que un joven Orson Welles hacía su inolvidable debut en el cine de los 40, ya convertido en el “wonder boy” del espectáculo estadounidense al punto que lograba que los estudios le ofrecieran todos los recursos y libertad creativa que quisiera para por fin poner su talento al servicio del cine. Dieron en el clavo. Producida por los estudios RKO Pictures, Ciudadano Kane es hasta el día de hoy una de la más grandes películas de todos los tiempos, si a caso no la mejor, legado que ochenta años atrás anticipó la carrera por los Oscar, al nominarla en nueve de las más importantes categorías, incluyendo mejor película y mejor director. Y no obstante todo eso, terminó llevándose solo un galardón, pero uno que el propio Wells hubiera querido para sí mismo sin tener que resignarse a compartirlo con el renombrado, pero alcoholizado y, a esas alturas, cuasi decadente, Herman J. Mankiewicz. Ese único Oscar para Ciudadano Kane, fue el de mejor guión.
El enfoque que adopta Fincher padre para exponer esta discusión es precisamente el punto de vista del guionista que, como él, era también periodista. En rigor Mank no es tanto la biografía de Mankiewicz, como la autopsia de un proceso creativo que no habría terminado con el reconocimiento justo. Es, a mi juicio, un film dotado de múltiples aciertos, reflexiona acerca de la industria del cine, del poder de los medios, del incestuoso amorío entre la política y la entretención, pero muy particularmente es también una clase magistral de cine.
El cine de Fincher hasta aquí se ha caracterizado por llevar en dosis proporcionadas lo argumentativo y lo efectista, con personajes que se desenvuelven en situaciones anormales o retorcidas o en que ellos mismos son desadaptados, marginales o resultan ser sorpresivamente sofisticados sicópatas. El personaje de Herman J. Mankiewicz, interpretado brillantemente por Gary Oldman, tiene también algo de marginal. Hasta el año en que, según el filme, Orson Welles le encomienda la elaboración de un guión, Herman había logrado cierta fama como guionista y era reconocido en su medio por su ácida forma de escribir. A esas alturas, si bien se mantenía a flote pese a su alcoholismo, estaba ya en franco declive. Esta oportunidad, que se presenta como un rescate, le permitirá a Mankiewicz escribir su obra más legendaria y por la que pasaría a la historia, aunque fuera ensombrecido por Welles.
De esta manera la película se plantea como el camino que llevó a Mankiewicz a escribir sobre uno de los personajes sobresalientes de su época, el magnate del periodismo William Randolph Hearst, haciendo un descarnado retrato del contexto personal, histórico y social que incide poderosamente en todos los contornos de esa narración. En este camino, la figura de Orson Welles está en segundo plano, casi no hay diálogos directos y presenciales entre ambos sino hasta el final. Orson Welles es el patrón que ha encargado un servicio, paga por ello y gestiona todo lo que el guionista requeriría para trabajar, asignándole un lugar apartado para facilitar su creatividad y concentración, una terapeuta para recuperarse de un accidente reciente, una secretaria y la prohibición absoluta de alcohol, lo que por cierto Herman logra burlar.
No obstante la poco positiva opinión que de la persona de Orson Welles se trasunta en este filme, es dudoso que David Fincher no reserve alguna forma de tributar al joven director a lo largo de la cinta. Sin duda la película recrea de manera muy efectiva la estética del cine clásico de Hollywood, desde los créditos, pasando por el sonido, la visualidad, la forma en que se expresan los personajes, una cierta manera de hablar, la música, el ritmo. Pero además se advierte también la aplicación o incorporación de más de alguna de aquellas innovaciones en el lenguaje cinematográfico por las que Citizen Kane es tan reconocida. Desde luego, la iluminación no es solo blanco y negro, hay una predilección por contornos claroscuros duros y angulados a la manera del expresionismo alemán que Welles ya conocía; del mismo modo hay un recurrente uso de la característica profundidad de campo que abre otros espacios con siluetas a contraluz, un ejemplo de lo cual son los planos desde el costado de la cama de Herman con el visión, a su altura, de la puerta abierta de la habitación apuntando hacia el infinito desde donde surgen figuras intimidantes.
Pero hay todavía un aspecto más revelador. Herman tiene a su disposición todo el material que requiere para escribir, partiendo por un cuaderno de apuntes marca Spiral. Este pequeño artefacto es puesto de relieve en más de una toma destacada en una clara alusión a la estructura narrativa de Citizen Kane, como si de alguna forma esa palabra hubiera trabajado en el inconsciente de Herman para definir la solución que adoptaría al relatar la vida de Hearst. Y no es tan inconsciente. A través de Herman -y con Herman- Fincher explica el desafío del tiempo en el cine cuando se enfrenta a los relatos biográficos: “No se puede plasmar la vida de un hombre en dos horas, solo puedes hacer un resumen” le dice Herman al editor Josh Houseman, devenido en capataz de Welles. En efecto, eso no es posible…sin recurrir al artilugio de un buen montaje. Houseman, en un primera lectura de su boceto, le critica a Herman que el público “necesitará un mapa para entender” la película, que esta es “solo un montón de fragmentos que brincan por el tiempo como frijoles saltarines” y que en buenas cuentas, aunque su redacción es de alto nivel, el escritor “le pide demasiado al público”, para terminar diciendo “Escribe mucho, apunta bajo”. Tal cual. Pero Citizen Kane atravesó todas las pruebas y aunque vista hoy -con públicos más habituados a malabares temporales en todo tipo de películas- efectivamente demande especial atención del espectador, hay pocas formas imaginables más eficientes que el montaje utilizado por Welles para hablar de la vida de Charles Foster Kane, su personaje en esa ficción. En el caso de Mank, David Fincher también recurre a la alteración de la secuencia cronológica de los eventos, algo que no es nuevo en él, no obstante, a diferencia de Citizen Kane, Fincher sí ayuda al espectador al anunciar que la siguiente secuencia será un flashback, un salto al pasado.
Siendo así, el influjo de Welles en Fincher parece indudable, pero también revela una gran maestría de este y una capacidad de observación en un tipo de cine del que tan lejos parecemos estar hoy. Bueno, ciertamente que en la construcción de una película confluyen varios talentos y no solo la del director. En Mank están también Erick Messerschmidt en cinematografía y Kirk Baxter en edición, colaboradores frecuentes de Fincher.
Esta colaboración de talentos en el cine es evidente y fluida, con equipos consolidados donde tal vez los egos han aprendido a manejarse. La elaboración del guión de Citizen Kane, sin embargo, no habría sido pacífica, ni fruto de un trabajo colaborativo por lo que el misterio sobre esa verdad ha alimentado literatura, películas de tv, de cine como en este caso y un sin fin de discusiones variadas. Es interesante que a partir de Mank se ponga en la palestra una vez más el concepto de “autor” en el cine. Un debate que genera opiniones y que las legislaciones nacionales han resuelto de distintas maneras por la imposición de las palabras. Sin entrar en eso -que da para mucho-, un aspecto también interesante de la película es que da una particular importancia a un personaje crucial en la historia del cine americano como es Irving Thalberg (Ferdinand Kinsgley), otro joven despabilado que desde atrás de las cámaras marcó las primeras arremetidas de la poderosa figura del productor y su rol frente al director para establecer que el responsable final del producto que los espectadores tendrán frente a su ojos no es este, sino precisamente el productor. Otros próceres que se ven por ahí son también David O. Selznick, Ben Hecht y Charles Lederer.
En esa línea de rol didáctico que tiene Mank, cabe mencionar secuencias muy interesantes como aquella al inicio en que están reunidos los escritores de MGM y entre ellos Herman M., en teoría trabajando colectivamente para sacar un guión –una forma de diluir la culpa como dirá el personaje de Goldman más adelante-. Es un acto de creación nula con una taquígrafa vestida como vedette en un salón repleto de hombres, intentando provocar una tormenta de ideas que nunca llega. Otro tanto sucede con la secuencia en que Louis B. Mayer recibe a los hermanos Mankiewicz en su estudio y a la par que exhibe un poco de su formación moralista, da una breve definición de lo que es el cine, o mejor de lo que es el mercado del cine cuando avanza raudo por un largo pasillo y la cámara lo “sigue” en contrapicado: el cine es el único producto en que “el comprador no obtiene nada por su dinero, excepto un recuerdo…lo que compra sigue perteneciendo al vendedor”.
Ciertamente Mank es una película exclusiva en cuanto al tema que trata y la forma en que lo trata. La pregunta que cabe hacerse es si acaso puede funcionar como historia por sí misma, sin el apoyo sostenido de la información privilegiada que rodea el origen de la historia y de los personajes reales a los que está conectada y a partir de los cuales se construyó. Y esta pregunta no es poco importante frente a la acusación que han hecho algunos de tratarse de un película pretenciosa, demasiado de nicho y dirigida únicamente a unos pocos entendidos.
Mank es un trabajo notable de rigurosidad en todos los sentidos y un ejercicio de cinefilia pocas veces visto, pero no es una película pretenciosa, si por eso se entiende aquello que pretende ser más de lo que es, porque Mank es exactamente lo que pretende ser.
Salvo quizás por esos anuncios antes de las escenas retrospectivas, Fincher no parece haber pensado mucho en un público transversal. En efecto, Mank no está destinada a ser popular, y eso no lo facilita el hecho de que la historia, en realidad, de la forma en que está contada, no funciona sin conocer Citizen Kane y algo del mundo sobre el que trata y en el que se estrenó. Para esto se hubiera requerido, por ejemplo, que la relación del alcohólico escritor con William R. Hearst se hubiera expuesto más nítidamente de modo que esa “traición tan personal” de que lo acusa uno de sus colegas, se hiciera patente y vívida para el espectador de este tiempo, en este metraje y no en otro. Tampoco llega a construirse totalmente esa percepción con la forma en que se da cuenta de la amistad que habría tenido Herman con Marion Davies -valga decir que maravillosamente interpretada por Amanda Seyfried-. En definitiva, sin este esfuerzo no es posible para el espectador menos familiarizado con la historia del cine y su evolución, y en particular con Ciudadano Kane, disfrutar esta película sin sentirse desconectado, en alguna forma excluido y como asistiendo a un largo chiste privado entre otros.
Título original: Mank. Dirección: David Fincher. Guion: Jack Fincher. Fotografía: Erik Messerschmidt. Edición: Kirk Baxter. Música: Trent Reznor, Atticus Ross. Reparto: Gary Oldman, Amanda Seyfried, Arliss Howard, Charles Dance, Tom Burke, Lily Collins, Tuppence Middleton, Tom Pelphrey, Ferdinand Kingsley, Jamie McShane, Joseph Cross, Sam Troughton, Toby Leonard Moore, Leven Rambin, Madison West, Adam Shapiro, Monika Gossmann. País: Estados Unidos. Año: 2020. Duración: 132 min. Distribución : Netflix.