Maligno: Artificio no tan al desnudo
Cuando la visualidad que coloca a los personajes en su eje se desborda en sí misma tiende a perderse inmediatamente el efecto del suspenso y Maligno, tal vez demasiado voluntariosamente, se zambulle en ese festín visual donde todo está minuciosamente planificado y a la vez todo está permitido: suspenso, terror, anime, art cinema, terror asiático, acción, un dejo de artes marciales incluso.
Creo que analizar esta película plantea un desafío especial. Maligno desarrolla en sus primeros minutos una acelerada y desbordante secuencia que -a través de ángulos sinuosos, una cámara que gira a veces en círculo, en perspectivas en picado y contrapicado, y como escenario un hospital muy gótico que en su fachada de edificio casi parece más un castillo al borde un lago distante- se constituye entre el video clip, el video juego y la estética moderna o posmoderna de terror, montada dentro de un espacio clínico cerrado y misterioso, aislado del mundo. Lo que viene a continuación transcurre en otro edificio, una casa de suburbio de clase media-alta esta vez, también de estilo gótico, y comporta momentos que en su eficacia de luz, sombras y montaje, transitan entre la fantasmagoría propia de una casa del terror de parque de diversiones y básicos elementos de un áspero drama familiar; un acto violento de un esposo hacia una mujer embarazada, violencia desde donde se iniciará, sin que aún lo sepamos, la montaña rusa. En esos breves minutos, con lo mínimo -presentación simple de personajes, una pelea chocante entre esposos en la habitación, lo que sucederá posteriormente con misteriosos artefactos eléctricos entre el sofá del living y la cocina-, James Wan arma un escena que se propone y logra asustar en el sentido clásico de la sorpresa, no del exceso o el asco (gore).
¿De qué trata Maligno? ¿Importa tanto? Como pasa en estos casos, sí y no. Hay un misterio que es consustancial, tanto al monstruo de turno -que lo hay, cómo no-, así como a la protagonista, una mujer que por culpa de abortos espontáneos los últimos dos años ha visto truncado su más preciado deseo, ser madre y establecer, como ella misma declara, un vínculo biológico de amor con alguien en el mundo. Cuando la truculenta entidad asesina -de la que mayormente vemos sus largos cabellos y movimientos, que recuerdan mucho a El aro, y un abrigo negro que estiliza su silueta hacia la iconografía de estrella de rock o del animé japonés-, comienza a revelarse cada vez más sanguinaria en su misterioso plan de venganza, la película avanzará por los caminos más variados y juguetones que ofrece la cinematografía a Wan para representar actos de magia. La luz en función del color -en especial de la saturación muy controlada y dirigida en interiores, o jugando con la oscuridad que rodea a los objetos (la escena de la persecución del agente policial en un subterráneo abandonado con antiguos carruajes)- puede que llegue a jugar a un rol simbólico tan aparentemente misterioso como la anécdota que sustenta la acción. Si los significados de dicho plano simbólico recordaran las máscaras de los sueños podrían relacionarse con alguna de las dos capas de misterio de la historia, pero el trabajo vertiginoso, casi hiperkinético, de los travellings de cámara y del montaje, nos llevan a otro lugar, a otra sensación mucho más pop, allí donde esa economía muy sencilla pero efectiva de las motivaciones de los personajes que observamos al principio se ha ido atiborrando y perdiendo en función de la acción y el efecto puros.
El problema con Maligno es que sus personajes, más que ser absorbidos por el estilo, forman parte de él, de lo mejor y lo peor de esa narrativa que nunca se detiene: la aritmética de luz, color y sombras de la exageración y el exceso, y el hecho mismo de que ese exceso se queda en su propia naturaleza. Y, sin embargo, puede leerse como metáfora y alegoría de cosas subterráneas. No sería preciso decir que Maligno esté bien hecha, sino más bien que su seducción visual se traduce en un catálogo en forma de montaña rusa que ubica a los personajes en cualquier lugar correcto dentro de la puesta en escena, donde siempre es el lugar correcto respecto a plano, ángulo de la cámara y montaje, pero con una intensidad que no se cierra en un círculo perfecto sino que voluntariamente empalaga la mirada torciéndola y retorciéndola; es el kitsch elegante, en suma; a diferencia de un Joel Schumacher, por ejemplo. Pero, cuando la visualidad que coloca a los personajes en su eje, se desborda en sí misma, tiende a perderse inmediatamente el efecto del suspenso, y Maligno, tal vez demasiado voluntariosamente, se zambulle en ese festín visual donde todo está minuciosamente planificado y a la vez todo está permitido: suspenso, terror, anime, art cinema, terror asiático, acción, un dejo de artes marciales incluso, El aro y Matrix.
¿Y por qué es difícil analizar esta película, entonces? ¿Será el hecho de que puede complicarse el criterio desde dónde juzgarla? Puede que en ello se juegue un tema etario, de subculturas inclusive, en realidad de simple gusto personal, que podría llevar a disfrutarla más o menos. No deja de ser un tema fascinante para la crítica el toparse con un filme como este, que establece -de manera muy pop y adolescente eso sí- la posibilidad de filmar con todos los recursos del llamado buen cine una trama que a todas luces puede sonar e incluso verse absurda, y que jamás le hace el asco ni a desbarrancarse en ese absurdo ni a tomarse la elegancia de la acción pura con tanto profesionalismo estético en su desfachatado exceso. No es nada nuevo en las corrientes orientales del terror, el gore y la acción, el mezclar lo dramático (y melodramático) con aquello que por su exageración puede resultar hasta ridículo, sin que salga de ahí un producto derechamente risible, sino más o menos disfrutable -nuevamente- dependiendo del gusto; solo que lo que aquí hay de enfático es el tino visual de James Wan para deslumbrar y ocultar a la vez.
Y a propósito de esto último, ¿cuál podría ser la segunda capa de misterio, la correspondiente a la metáfora y el significado oculto? El hilo nos lleva del horror interno (psicológico) que el género femenino pueda llegar a recrear al perder el control de su propia identidad, a la dignidad de la potestad sobre el cuerpo que termina erigiendo la posibilidad real de establecer afectos humanos. No es casual que el tema de la violación, como origen último, de paso a la pesadilla; y que ésta lo dé a la posibilidad de redención y -¿por qué no?- de sororidad; en un solo plano compuesto por toda la ambivalencia polar del desastre y el dominio de sí misma que pueden llegar a desarrollar las mujeres centrales de Maligno, siempre con la sensación de absurdo (¿feliz?) rondando por ahí.
Título original: Malignant. Dirección: James Wan. Guion: Ingrid Bisu, James Wan, Akela Cooper. Fotografía: Michael Burgess. Reparto: Annabelle Wallis, George Young, Maddie Hasson, Jake Abel, Jacqueline McKenzie, Michole Briana White, Paul Mabon, Ingrid Bisu, Rachel Winfree, Jon Lee Brody. País: Estados Unidos. Año: 2021. Duración: 111 min.