Llámame por tu nombre (1): Los placeres de un joven burgués
“The first time that you touched me
Oh, will wonders ever cease?
Blessed be the mystery of love”
- Mystery of Love, Sufjan Stevens
Por algún lugar del norte de Italia, en un cálido verano de principios de los ‘80, Elio (Thimothée Chalamet), adolescente de 17 años, mira desde el segundo piso de la casa de campo de su familia la llegada de Oliver (Armie Hammer), un estadounidense apuesto y seguro que viene a hacer de asistente de su padre (Michael Stuhlbarg), un académico de las artes clásicas. En los ríos que el Mediterráneo cobija en campos tan verdes como vírgenes, los días y noches están ahí para que los jóvenes efebos coqueteen con las muchachas de la zona que se pasean como ninfas de un fresco de Rafael o de Botticelli, con la libertad y desfachatez de quienes se saben bellos como solo se los permite la edad. Y entre partituras de Bach, libros sobre lenguas muertas y las sensuales esculturas de Praxíteles que son el objeto de estudio, el Eros convive con el primer amor y se descubre que el sabor del deseo no tiene sexo ni género.
Es que en Llámame por tu nombre, todo es sensual, blando, líquido y paradisíaco. Y empezar a hablar de esta película como si de un cuento de hadas se tratase no es gratuito. Se dice que la campiña italiana es testigo de esta historia de chico conoce a chico, pero bien podría ser en el edén (o quizás el paraíso esté ahí, quién sabe), y tampoco importa. Lo que vale para Luca Guadagnino, el director, es la sublimación de las sensaciones que deja el primer bocado de una fruta fresca recién cortada de un árbol. Este relato febril y de ensueño nada tiene que ver con el realismo puro. La única verdad, parece decirnos, es la de los sentimientos, dudas, equivocaciones y sensaciones del protagonista aprendiendo de la juventud.
Siempre apostando por las actuaciones de su elenco, la perfecta banda sonora -tanto de Sufjan Stevens como de las piezas clásicas y radiales que acompañan a los personajes- y la fotografía de Sayombhu Mukdeeprom -que subraya tanto el verdor y las luces intensas del exterior como las sombras que entregan refugio e intimidad en las habitaciones-, esta producción se entrega a los vaivenes del romance idílico con toda intensidad y sin miedo a caer en lo cursi, porque sortea esos baches gracias a la química de los dos adanes, quienes durante buen rato de sus primeros encuentros mantienen una tensión sexual que escapa de sus cuerpos hasta que todo estalla.
Pensar en Llámame por tu nombre es hacerlo sobre un recuerdo trastocado por la romantización y nostalgia, en el que todo va a mil por hora, los primeros acercamientos físicos, ese abrazo, masaje y mirada son lo más intenso y nada más existe. Por eso la película solo está interesada en Elio y sus relaciones. La familia y amigos son personas de paso, que sucede que están ahí para servir o aconsejar al adolescente enamorado. Incluso de Oliver no sabemos nada que él no le diga a Elio, restringiendo sus emociones a las perceptibles por el protagonista. Y si esto parece una crítica es porque lo es, ningún otro participante en esta historia posee una vida fuera del campo gravitacional del joven burgués. Las mujeres tampoco son muy bien tratadas que digamos: son madres comprensivas, empleadas hacendosas o jovencitas a las cuales desvirgar. Porque acá la verdad parecen tenerla los hombres, cisgenero o homosexuales, y si son letrados y de buen pasar tanto mejor.
Por supuesto que esta cinta no es la primera en narrar bajo el prisma de un formalismo cinematográfico la verosimilitud de las emociones y huir del realismo para -como dice Andrei Tarkovski en su libro Esculpir en el tiempo- ampliar y profundizar “la experiencia fáctica” mucho más que cualquier otro arte, no solo enriqueciéndola, sino que extendiéndola. Estirar un segundo de seducción y convertirlo en eterno, que un roce mueva placas tectónicas o que el sexo sea una danza de cuerpos desnudos no es nada nuevo. Capturar esa esencia ha sido una de las obsesiones del cine y uno de sus principales exponentes. El cine francés solo posee un catálogo gigante sobre primeros amores y “amour fou”.
El problema de esta adaptación de la novela homónima de André Aciman es que, fuera de representar la relación homoerótica como “normalizada”, es decir, fuera de todo contexto de crítica moral trasnochada o de dolores profundos a la hora de reconocerse públicamente como homosexual, interpreta de forma completamente convencional el despertar sexual y de atracciones desbocadas. Y estos relatos al ser tan comunes requieren de un dispositivo narrativo especial, pensemos en el recorrido de Ethan Hawke y Julie Delpy por Viena antes de que salga el sol en Antes del amanecer (Richard Linklater, 1995); o de una forma diferente de transmitirla, como en In the Mood for Love (Wong Kar Wai, 2000), donde Tony Leung y Maggie Cheung recrean el proceso de seducción que unió a sus infieles parejas como expresión catártica y tácita de los sentimientos que sienten entre sí. Inclusive el verano en el valle del Mediterráneo ha sido escenario de varios filmes así, ese perverso “cuento moral” de La rodilla de Clara (Eric Rohmer, 1970) es uno.
Pese a todo, el cineasta siciliano de A Bigger Splash (2015) y I Am Love (2009) lograr captar con vitalidad los bamboleos de la primera vez y la medianoche de la adolescencia, cuando las madres pueden leer cuentos a media tarde, los padres encausar la tristeza, las amigas heridas todavía ser para siempre, los libros ser leídos frente a un río tras un día en bicicleta y todavía saber “muy poco de las cosas que importan”. Cuando el cuerpo firme aún inspira esculturas helenísticas en su honor y el corazón adolorido está aprendiendo a sentir las tribulaciones del amor. De un amor. De Elio y Oliver.
Pese a que la película de Guadagnino crea un lenguaje propio en el que la pareja dialoga no solo mediante sus palabras o lenguaje corporal, sino a través de la puesta en escena sutil e inteligentemente rodada, a medida que salgan de Hollywood y del resto del mundo historias en que el amor heterosexual no sea el único que merezca ser retratado en la gran pantalla, esta bella y encantadora Llámame por tu nombre será como un primer beso: intenso, recordado con cariño, aunque muy seguramente vendrán mejores. Pero, por mientras, quédense hasta el final de la película.
Nota comentarista: 7/10
Título original: Call Me by Your Name. Dirección: Luca Guadagnino. Guión: James Ivory (basado en novela de André Aciman). Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom. Música: Sufjan Stevens. Reparto: Timothée Chalamet, Armie Hammer, Michael Stuhlbarg, Amira Casar, Esther Garrel, Victoire Du Bois. País: Italia. Año: 2017. Duración: 130 min.