Lemebel (2): Voyerismo auditivo

El valor que posee el registro de Pedro Lemebel en los últimos años en vida, es tremendo, incluso los atisbos de que en ese deseo de ser filmado haya existido una performance solapada, que él mismo anticipaba. A riesgo de hacer crítica ficción, el pase autorizado a Reposi también es una acción performática, un don ofrecido en cámara. 

Escucho algunos relatos sobre el duelo colectivo que aún significa la muerte de Pedro Lemebel. Los escucho pocas semanas antes de que se estrene el documental que lleva su nombre. Un conocido escritor francés comienza una entrevista diciendo que no se imagina volver a un Chile en que Pedro ya no está. Un trío de locutores mapuche cuenta sus relaciones con Pedro al aire como una suerte de salida romántica del closet literario. Una profesora secundaria sostiene que la muerte de Lemebel nos arrebató gran parte de la lucidez que tuvimos “en este extremo sur de la imaginación política”, como deletreando cada una de las partículas de su melancólica frase.

“Uno siempre escribe, aunque no esté escribiendo”, le dice el escritor a Joana Reposi en un momento clave del documental. Lemebel en pocas semanas se convirtió en el documental chileno más visto del año y, quizás, en el más debatido por el público. El documental, que reúne amplias secuencias de pasajes fílmicos y relatados, recorre sus últimas imágenes en vida como si fuesen un memento mori que ronda dos décadas de archivo: la de los noventa y la anterior, cuando Lemebel inicia su carrera en la performance. Reposi echa mano tanto a imágenes propias como al registro ajeno. Eso le permite ofrecer una apuesta cinematográfica construida sobre las diferentes materialidades de las cintas recobradas. Esas tonalidades construyen una cadencia propia que a momentos es irrumpida por ciertos registros emblemáticos de la historia cultural de la dictadura y la posdictadura en Chile. Aparecen las performance más celebradas y conocidas de Lemebel (como las de las Yeguas del Apocalipsis o la de Stonewall) junto a otras intervenciones públicas que provocaron interrupciones decisivas en el imaginario consensuado de la transición. Me refiero particularmente al montaje de los planos televisados cuando Lemebel, además de torcer la mano al espectáculo, desafía a Pedro Cacuro en su programa de Pé a Pá, en memoria de las torturadas y asesinadas en dictadura, incluida su hermana.  

Fueron ocho años los que Reposi dedicó a este registro, que declaradamente no aspira a ser biográfico. Pero, ¿cómo rehuir a la demanda tácita de una representatividad y una ética del lenguaje cuando se trata de una figura del tamaño de Lemebel? ¿Cómo escapar al argumento monológico donde los límites individuales parecieran autosuficientes a la hora de explicar una lectura de experiencias comunes? Para eso el documental no tiene respuestas. Sin embargo, el valor que posee el registro de sus últimos años en vida, de sus escenas finales, es tremendo, incluso los atisbos de que en ese deseo de ser filmado (“Me dijiste que te filmara, que no dejara de hacerlo”) haya existido una performance solapada, que él mismo anticipaba. A riesgo de hacer crítica ficción, el pase autorizado a Repossi también es una acción performática, un don ofrecido en cámara. 

De allí en más, el documental no se sostiene en referencias históricas, en otras autorizaciones. Escasean los nombres propios, la procedencia de los materiales de archivo, la propiedad de esas voces íntimas que acompañan las escenas de este perfil de infancia y madurez, de formación de su personaje, el personaje de Repossi. El tiempo del registro y la actualidad de la voz son parte de una poética que se toma los rincones del barrio, los emblemas de la ciudad, el pasillo del edificio de infancia donde corren las diapositivas familiares, el goce de sus primeras revelaciones de la adolescencia. Se anudan así en diferentes tiempos vestigios sobre cuerpos arquitectónicos que quedaron arrojados a la ciudad como “arqueología de la utopía social”, más amplia. La clave del documental no encaja con lo que Reposi pueda haber entregado sobre el legado más total de Lemebel; de allí la justa incomodidad de algunos, la advertencia evidente respecto de ciertas deudas con su figura política, el exceso de melancolía y una disidencia que pareciera normalizada. Pero Reposi no abandona esa premisa que el mismo Lemebel comenta y proyecta de cierta manera en esta performance terminal: la actualidad de un cuerpo político que se vuelve muy tempranamente un soporte de expresión artística, un cuerpo político que “es el cuerpo desgarrado”.

Recuerdo entonces cuando a fines de los noventa Lemebel entrevista a Roberto Bolaño, en Radio Tierra, y confiesa estar nervioso, tartamudea, hasta que, entre las cortinas musicales, lo presenta. Luego le pregunta cuánto voyerismo auditivo influye en su literatura, como si fuese una fuente inexpugnable de la escritura en general. Si el documental excluye las referencias de nombres propios, abre paso a estos otros nombres que corren en la secuencia de voces, voces cercanas que uno llega a identificar poco a poco: la voz familiar, la voz amistosa, la voz cantada de Jannete, la voz afectada hacia el final de la vida. Pienso que el documental nos lleva de cierto modo a ese particular voyerismo que Lemebel hizo literatura. Ese voyerismo auditivo, de oídos, que convirtió en su propio territorio narrativo, en vecindaje coral, en esa comunidad de nombres que cobran vida cada vez que Lemebel vuelve a aparecer en escena pública, ahora como memoria pero también como espectro.

 

Título original: Lemebel. Dirección: Joanna Reposi. Guion: Joanna Reposi. Investigación: Matías Valdivia. Casa productora: Solita Producciones. Producción ejecutiva: Joanna Reposi. Producción: Natalia del Pilar González Beltrán. Fotografía: Niles Atallah. Montaje: María Teresa Viera-Gallo. Sonido: Roberto Espinoza. Música: Camilo Salinas. País: Chile. Año: 2019. Duración: 96 min.