Lazos Perversos («Stoker», Park Chan-Wook, 2013)
Que tratar de absorber la cultura oriental por parte de occidente sea una empresa que siempre ha implicado en su resultado una cuota de artificio no es nada nuevo. Desde la gastronomía, las letras, la filosofía hasta el modo de trasuntar estéticamente un modo de ver cinematográfico, todo ha tratado de ser refinado una y otra vez hasta su aceptabilidad y comprensión por parte de occidente. Aquello que deviene no suele ser más que una especie de engendro acéfalo que ante la ausencia total de identidad, debe repetirse a sí mismo y de manera constante quien es. Un film como éste su retrato inapelable.
Park Chan-Wook es una muestra de este fenómeno. A través de su cinematografía y la de muchos otros ha sido declarado el desborde cultural de occidente, un desborde seminal en Kurosawa, cuando el cine oriental aún era admirado sin la mercantil necesidad de transgredirlo. Esta necesidad intervencionista va a generar un conglomerado de obras como Lazos perversos en donde lo que opera es la necesidad de hacer pervivir el tono y ciertos rasgos estilísticos del cine oriental pero atestado de las restricciones censoras de la taquilla americana y que actúan sobre todo a nivel narrativo. No es casualidad que quien detente la autoría del guion sea el novato Wentwhort Miller (“Scofield” en Prison Break) y que sea en este tópico en donde descansan la mayoría de los vicios del film.
Quienes conozcan la obra de Wook advertirán que está llena de personajes enrevesados, torturados, incluso algo clásicos en esa especie de afán profético que los mueve hacia un solo fin desde el principio y que los hará transitar por una línea inquebrantable y sin concesiones hacia la venganza. Sin embargo sus fracturas los hacen atacables, como el joven director de cine de Cut (fragmento de Three extremes) u Oh Daesu de Old boy, personajes sólidamente construidos en guion pero certeros, atacables como constructo humano y en esa medida verdaderos, creíbles incluso dentro de su extrañeza. Los personajes de Lazos perversos en cambio aparecen como posibilidades, como entidades arquetípicas que repiten y aglutinan las líneas de un relato que no tiene sustratos y que se maneja en la superficie no por opción, si no por defecto. Saturado de clichés y apoyado en las convenciones más publicitarias del género, el guion determina que los personajes actúen con la extrañeza y la patológica performance de Wook, pero sin su espesor y su densidad psicológicas esto se queda sólo en una cualidad adjetiva y no estructural, dando origen a maquetas, no a personajes. Esto es aún más evidente en Mia Wasikowska, quien interpreta a India, y que no logra ser más que la mala imagen representacional de un compendio de referentes creados en la cinematografía americana a partir de Carrie de Brian de Palma. La joven enigmática, extraña y ausente y que saldrá de su mutismo para realizar lo inimaginable, mientras el lacio cabello tapando la mitad del rostro permanece incorruptible. Con esto el cine americano elabora el cénit de lo freak.
Sin duda lo único reaccionario de este film es su estética. En ella hay propuesta, riesgo y belleza, en exceso para el público y mercado americano, y en una cuota esperable y aceptable para lo que precede a Wook como director. Belleza sonora y visual que opera con completa gratuidad, desligada de cualquier otra necesidad que no sea atender a esta poética basada en el preciosismo y que configura la rúbrica del autor quien, nuevamente en cooperación con el DP Chung Chung-Hoon, logrará generar dentro de Lazos perversos una obra aparte, descolgada de aquella que se despliega en los límites de la obra como construcción dramática y que habla del cine como experiencia sensorial, como una especie de acto sinestésico total y que se engendra a sí mismo dentro de los límites en los que el cine se define como algo casi inmaterial y trascendente.