Jackie (1): Públicas intimidades

Jackie es el debut estadounidense de Pablo Larraín y séptima película bajo su dirección, a más de diez años de su debut en cine, Fuga (2006), y a menos de cinco de la última película en la saga “histórica” que lo hizo ser reconocido como un director polémico en el medio local. Hablo de Tony Manero (2008), Post mortem (2010) y No (2012), línea de lectura que tanto su penúltima película Neruda (2016) como Jackie vienen a confirmar. A entender: una línea de trabajo que desde la ficción establece una lectura deformante de la historia, a partir de los juegos con el archivo y la memoria documental. Un juego que no a todos parece gustar, pero parece todavía ser efectivo al momento de provocar las aristas más petrificadas de la historia monumental. Como si de un postulado al que hubiese que llegar a fondo se tratase, las estrategias de puesta en escena, narración y montaje resultan en Jackie un laboratorio inmersivo de posibilidades para tensionar lo ficticio y lo histórico, la mentira y la verdad, el espectáculo y el documento.

Pero ¿qué es en definitiva Jackie? Antes que nada una biopic protagonizada por Natalie Portman en torno a Jackie Kennedy, a pocos días del atentado a John F. Kennedy, el fatal disparo del 22 de Noviembre de 1963. Pero, desde aquí, la película utiliza un dispositivo en principio wellesiano, a saber: la reconstrucción de los hechos a partir de una entrevista realizada por un periodista de la revista Life. Este dispositivo permite el primer nivel de juego de la película: ¿cuál es la verdad que queda registrada y la que se escribe? Las mediaciones diversas de esa verdad están expuestas en el filme en una línea que va de la propia Jackie al periodista que busca reconstruir su historia.

A partir de aquí el relato aborda dimensiones específicas en torno al asesinato de Kennedy, que van de las consecuencias políticas e institucionales a las más personales. Es precisamente este punto, entre lo personal y lo público, el que busca entretejer Jackie, en el lugar en donde lo personal (el asesinato de su marido) pasa a lo público (un evento político). Aquí Larraín aborda el asunto en un juego permanente con el archivo televisivo de la época y la puesta en ficción, confundiendo y superponiendo ambos niveles. ¿De qué va esto? En principio, de un juego espejeante, similar al realizado por Larraín en No, al incluir el archivo (real y post-producido) en la propia película.  La constante referencia a la televisión produce un juego vertiginoso entre lo real y lo representado, pero cuyo eje central es pensar el rol de Jackie Kennedy en términos de una presencia mediática del hecho y el poder político. Un ejemplo de ello fue la búsqueda de presencia mediática y cercanía a la ciudadanía durante el mandato, como muestra el “tour” que hizo por primera vez a la Casa Blanca por televisión, o el perfil espectacular del funeral de Kennedy, con ella marchando en plena calle con sus hijos. Ese juego entre la puesta en escena de la ficción y la puesta en escena del archivo es una de las tensiones que hace andar la película. Y es ese lugar de una intimidad vuelta pública uno de los temas más presentes en el filme.

JACKIE

La película, a su vez, muestra a una Jackie Kennedy tambaleante que busca mantener la compostura. Afloran preguntas, dudas, resquemores, en su rol de esposa y viuda. La cámara, acá, busca dar partido a la interpretación y rostro de Portman, mientras la música recalca cierto ánimo de trascendencia que recuerda acaso el rasgo menos atractivo del cine de Larraín: la pretensión, el subrayado. Más allá de ello, es precisamente en el manejo de la cámara, la luz y el encuadre donde Larraín se maneja con bastante soltura: un tono gótico y lúgubre que en ambientes invernales y crepusculares componen una visualidad atrapante y de enorme belleza.

Comentarios políticos y coyunturales aparte, lo cierto es que en el fondo de Jackie creo que se encuentra un nudo interesante de trabajo, lo que podríamos llamar rápidamente el postulado de un poder performático. Es algo que estaba presente en No al pensar el poder del montaje publicitario en la construcción de lo político, pero que acá va un poco más allá al pensar el lugar de los medios, la moda y la exposición mediática de la vida íntima como parte de un legado que quiso realizar el “sueño americano”, impregnándose en las retinas y emociones mucho más allá de los fracasos institucionales (“¿Qué ganamos?”, se pregunta Bobby Kennedy en un ambiente de fin de época). Aquí, podría hablarse de cierta feminización del poder (como podría ser leído con Cristina Kirchner en Argentina) que interroga esta idea e intimidad vuelta pública o más bien la puesta en escena mediática del poder. Es, aquí, donde rol, actuación, ser y parecer, tejen un lugar donde Larraín indaga el indicio de una ficción de la política, aquí traducida en una vieja canción de un tocadiscos, como si fuera su propio Rosebud.

Tomando prestado de Hitchcock, Sirk y Welles (incluso algo de Malick), Larraín logra hacer su propia versión del sueño americano del sesenta, apoyándose en la biografía mediática, en la puesta en escena del evento histórico y una reflexión -también en Neruda- sobre la ficción como “lo real de lo real”, o del poder de la apariencia.

Nota comentarista: 8/10

Título original: Jackie. Dirección: Pablo Larraín. Guión: Noah Oppenheim. Fotografía: Stéphane Fontaine. Montaje: Sebastián Sepúlveda. Música: Mica Levi. Reparto: Natalie Portman, Peter Sarsgaard, Billy Crudup, John Hurt, Greta Gerwig, John Carroll Lynch, Richard E. Grant, Max Casella, Beth Grant, Caspar Phillipson, Julie Judd, Sunnie Pelant. País: Estados Unidos. Año: 2016. Duración: 95 min.