Informe V Festival AntofaDocs (2): Roberto Flores, otro cine es posible
Dentro del marco de la programación de Antofadocs, no podíamos dejar pasar la oportunidad de profundizar en torno al país invitado al festival, Colombia, junto a uno de sus representantes, el director oriundo de Barranquilla, Roberto Flores Prieto, quien fue parte del jurado en la competencia de largometrajes y del que se exhibieron dos de sus trabajos ante un excelente y entusiasta público, muchos de ellos colombianos, que asistieron con nostalgia y pena al recodar su tierra.
En este contexto parece pertinente evidenciar cierta visión generalizada sobre el pueblo colombiano, algo así como si existiera una norma en la cual su gente debiera calzar como personas alegres, relajadas y proclives a la fiesta, quizá muy cercana a la visión que tenemos del brasileño. A esto podemos agregarle cierta ignorancia de nuestra parte, sumado a un largo aislamiento geográfico que solo hoy en día estamos superando, lo cual nos lleva a tener prejuicios que en nada contribuyen a las relaciones entre países, por lo que muchas veces hay una clara tendencia a caer en clichés o reduccionismos.
Fuera de las consideraciones antropológicas, la miopía y a las preconcepciones tampoco resultan ajenas al cine, pues es de uso extendido creer que determinado país debe realizar un tipo único de cine, a partir del cual no es esperable la exploración, ni mucho menos la formación de un público crítico que trascienda la oferta de un circuito oficial. Es ante este escenario que oportunidades como las que propone Antofadocs en su programación se hacen imprescindibles para poder llevar otro cine a tierras distantes como la nuestra.
El cine de Roberto Flores me parece posee una búsqueda de un lenguaje propio, que por momentos refleja influencias tan distantes y disímiles como las de Ozu o Jarmusch, pero que son bien asumidas y llevadas a un contexto cercano al director, a su ciudad y a su entorno, lo cual lo hace interesante de analizar. Podemos incluso establecer ideas generales de su cine y los vasos comunicantes entre sus producciones, el interés por trabajar ciertos temas como la soledad o la gente de su tierra, o su énfasis por convertir el paisaje geográfico en un personaje más de sus películas.
Cazando Luciérnagas (2013), fue el primer trabajo que se exhibió. En ella Manrique, un solitario hombre, cuida una mina de sal abandonada. Su única comunicación es a través de un radio mediante el cual de vez en cuando habla e informa de su situación, hasta que su rutina se ve interrumpida por una perra que juega con las luciérnagas de noche, y una niña que resulta ser su hija, presencias que terminarán por dar otro cariz a su vida. Sin duda, el tema central será la soledad, pero lo interesante estará en la forma de trabajar este tópico y en el uso de la cámara, que adoptará un punto de vista para hacer patente el paso del tiempo en un lugar paradisiaco. Flores, con su lente, busca su propio tiempo y nos da el espacio para ir formando nuestras propias ideas sobre el personaje, ya que en una primera instancia y en gran parte de la película no sabemos quién es esta niña que llega a interrumpir al protagonista. La soledad como tema principal se conecta con una puesta en escena sencilla, que se pierde en un inmenso paisaje, el que también acaba cobrando protagonismo.
En Ruido Rosa (2014), el segundo filme que pasó por el festival, también podemos ver ciertas similitudes con el trabajo anterior, pero que sin duda están mejor llevadas, juicio sustentado por la naturalidad de una puesta en escena más espontánea y que nos hace entrar en mejor consonancia con los personajes. El filme nos muestra a Luis, un hombre mayor inundado por la soledad, que vive en su taller donde arregla radios, oficio gracias al cual termina conociendo a Carmen, quien trabaja en un hotel de tres estrellas en Baranquilla. Aquí el trabajo del silencio es entrañable, los personajes tímidos y ya entrados en edad casi no se hablan, se miran como buscando un respuesta, un gesto. El amor y el cariño que se va formando entre ellos prácticamente no se enuncia, como espectadores lo vamos viendo surgir, y la honestidad del director con sus personajes es un rasgo a destacar: nada se fuerza, todo fluye y cae como la misma lluvia que se hace presente en cada momento.
En el cine de Flores encontramos personajes que se alejan del efervescente estereotipo colombiano; todo lo contrario al cliché, estos parecen estar al borde la melancolía, inmersos en un paisaje que no pueden dominar y que es más grande que ellos. Debido a esto, la captura y el despliegue de lugares se hace importante, ya sea en un Caribe perdido o en una ciudad en donde la lluvia lo inunda todo sin misericordia. La cámara se sumerge en estos parajes, se cuela por las puertas como mirando de reojo, sin intervenir, sino más bien queriendo pasar inadvertida, apuesta estética muy similar a la película Flight of the Red Balloon (2007) de Hsiao-Hsien Hou, que se filmó en un pequeño departamento de París y donde la cámara parece no moverse, manteniéndose encuadra en los mismos marcos de las puertas.
Roberto Flores parece decirnos que, con todas las limitaciones que existen en este lado del mundo, “otro cine es posible”. Un cine elaborado a partir de lenguajes que son universales pero que son llevados con honestidad y sin grandilocuencia. Búsqueda continua de un cine personal que logra ser universal en sus emociones. Búsqueda que nos revela lugares y personajes totalmente disonantes a los que existen en nuestro imaginario, y que nos lleva a conocer otra realidades desde el estrecho espacio de una butaca, premisa recurrente en gran parte de Antofadocs: pasar de una película mexicana dura y fuerte como Te Prometo Anarquía (Julio Hernández Cordón), cinta que recorre las calles de Ciudad de México a través de unos indolentes adolescentes que venden sangre a los carteles de droga, o la portuguesa John From, de João Nicolau, una juguetona realización que no tiene límites en su forma y estilo. Propuestas cinematográficas que nos invitan a un viaje por lugares y cines que, sorpresivamente, aún desconocemos.
Raúl Rojas Montalbán